aviso al lector

Cada una de las historias y anécdotas que encontrará en este blog son producto de una mente perversa y sobre-dopada. Los lugares, como los nombres o las expresiones son ficticios y ningún parecido con la realidad debe ser tomado en cuenta.

Si, bajo su propia responsabilidad y criterio, decide creerlas, ... ¡eso que se lleva!

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Vuelven, por Navidad.

¡Quién diría que el familiar anuncio poseía tal carga significativa...!

¿Conocéis esa sensación de quedarse helado, sin que las temperaturas desciendan demasiado?
Parece que el tiempo se hubiera detenido desde unos meses a esta parte... Ha pasado volando, ha barrido de un soplido todo cuando nos ha acontecido. Supongo que en algo influye el estado de embobe en que me encuentro. Estoy enamorada y, por una vez, es culpa de un sólo hombre. El caso es que no han corrido en mi conciencia los mismos minutos que en el reloj y de pronto ya es Navidad, como hace tan poquitos días, como todavía recuerdo a la perfección. Recuerdo el olor de los postres de mamá, recuerdo la rutina, las visitas a la familia y la familia que nos viene a visitar. Parece que fue ayer cuando preparaba la mesa, ahorraba para regalos y me erizaba la piel el miedo a recordar.

Así es la Navidad. No hay más opción que recordar.

El calendario me ha dado una ínfima tregua y, una vez más, veo desde el tren cómo el río se desborda y nos roza al pasar. Del mismo modo, me desborda la emoción porque este año es mi abuela la que se apaga, se consume como las velas que mi madre, tímidamente, coloca en el salón, a modo de decoración. Tampoco a ella le gusta estas fechas. Se vuelve a marcar el mismo reto personal: ser la más fuerte de las personas que conozco, la más positiva de las miradas tristes. Siempre esperamos que el siguiente año sea mejor, que sea más llevadero, que pase rápido y se haga ligero. El 2010 no podía ser menos. De nuevo, luces por todas partes y millones y millones de personas me impiden avanzar por las calles. De nuevo un poco más niños y un poco más viejos. No sé qué le ven a esto del Christmas Time.

Al menos hemos sobrevivido a una fase más de esta crisis, al menos, nos seguimos marcando metas y nacen nuevas ilusiones. Cuánto trabajo por hacer. Cuántas personas que perder. Cuántos amigos por descubrir. Cuántos temores que desmantelar y hogares que soñar. Pensándolo con detenimiento, este no ha sido un mal año. Si la fortuna nos ha abofeteado, con paciencia y amor hemos conseguido reponernos. Se fueron personas demasiado importantes, demasiado queridas, demasiado pronto. Cada día que pasa los recordamos, a los que murieron y a los que se volvieron mudos, sordos y ciegos.

Otros ojos han despertado para provocar sonrisas, para hacernos llorar de alegría. Muchas ideas no parecen las más idóneas al principio, tener un hijo a los 20, sin trabajo, ni idea de cómo cambiar pañales, es un ejemplo. Pero esas mismas ideas llegan a ser la mejor de las noticias si se miran desde el prisma de la razón. Que no hay más razón que la del corazón. ¡Jules, mi nuevo sobrino, nos ha devuelto la esperanza y las ganas de todo, de vivir, de concebir y de subir a un avión!

En 365 días hemos tenido el corazón en vilo por las desgracias y por los premios, por los aplausos y por la incertidumbre del mañana. Nos ha faltado el aire y nos han cubierto de besos. Y sin embargo, aún no me gusta la Navidad. Es el momento en que todo, inevitablemente, vuelve a nosotros, incluso lo que ya no esperábamos.

Hace unos días, me sorprendió un mensaje en mi correo que no deseaba y que, no obstante, veía venir.
"Felicidades, yogurina. Por todo, parece que todo te va muy bien."

Al mensaje siguieron otros y a la conversación puntual, varias ocasiones más para conversar. Como decía, ya no le esperaba. Admito que me he preguntado alguna vez cómo sería volverlo a ver, cómo reaccionaría ante su imagen, su voz o sus palabras. Ahora, cuando menos lo necesito, aprovecha cada ocasión para aparecerse en mi buzón, simplemente, para saludar. Y ya, no me hace falta...

Es una anécdota muy común, ¿verdad? Me ha visto sonreír y quiere participar de ello. Después de mucho silencio, tras haber estado tan, tan, tan lejos, ahora ya no lo quiero cerca.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Cajas llenas y cajas vacías.

El otoño ha llegado como debía hacerlo, ha llovido, ha tronado y las hojas de los árboles han vestido las aceras. No hay lugar a dudas, acabó el verano, nos encoge el frío.

Mi personal versión de la estación, además, trajo consigo cambios y, según  mi horóscopo del mes de Octubre, “proyectos y planes a tutti plen que afrontaré con positivismo y energía…” ¡Con lo que me cuesta a mi producir energía con 10 grados menos!

Lo que nació como una intención de futuro, un deseo casi utópico de madurez, tomó fuerza de la noche al día y, sin más dilación, se materializó: “¿Y si nos mudamos a un piso nuevo, dejamos atrás al pornocasero, la misión imposible de aparcar en el centro y creamos un nuevo hogar…? Nuestro pequeña familia de cuatro…”

Hoy me sigue sonando tan pretencioso como entonces, pero ya estamos aquí. Bajo nuestro nuevo techo, en nuestras habitaciones, haciéndonos cargo de nuevas responsabilidades y tareas que, la verdad sea dicha, no podemos afrontar, y que, sin embargo, ha creado a nuestro alrededor cierta sensación de felicidad e ilusión pueril. Esta casa tampoco es nuestra, es más cara, no hay lavavajillas que nos facilite la existencia ni evite discusiones y quedan vestigios de humedades en mi habitación que ya se están haciendo notar en mi salud. Pero todos los gastos son nuestros y corren de nuestro crédito… y eso, insensatamente, nos llena de dicha.

Durante casi dos años he vivido en un piso alquilado, en el centro de la ciudad, a dos pasos de tiendas, locales de ocio, monumentos y todo eso que convierte al casco antiguo, sus angostas calles, sus oscuros callejones, sus edificios ruinosos y peculiares habitantes en “una buena zona”. Hace casi dos años, yo huía de mi Fran, su amante y todo el circo que les acompañaba. A la vez, ansiaba, como todos, oportunidades, sueños y futuro, nuevas salidas y escapadas en la ciudad-marco de mi juventud, esos dorados años de universidad, las fechorías de pseudosoltera o comprometida libertina, mis amigos, mis calles, mis amantes y nuestros escenarios. Este era el lugar en el que mis sueños se hacían realidad y aquel patio andaluz, escondido entre tenebrosos  callejones, rodeado de macetas, niños especialmente ruidosos y algún viejo chalado; parecía el nido ideal en el que volver a empezar, además, por muy buen precio.

Durante casi dos años he compartido con otras personas de distintas procedencias, destinos y variados estilos de vida, aquellos 70metros cuadrados de hogar. Unos iban y venían y otros se quedaban. Para ser más exactos, uno de ellos, el pornojano, era elemento perenne e inalterable. El chico en cuestión, era nada más y nada menos que el propio dueño del inmueble, un hombre joven, apuesto y, tal vez, también inteligente que, como cirujano residente podía, sin problema, vivir tranquilo y solo en su propia casa, pero que prefería compartirla con gentes y culturas distintas que le enriquecieran y aportaran otros puntos de vista

Los variables, aquellos que fueron mis compañeros con fecha de caducidad fueron varios. El primero, Fariñas, un gitano de Cádiz, con arte, simpatía y poco gusto por las tareas domésticas que, para mayor honra, se ganaba la vida cantando en tablaos de aquí y allí.  Sobrevivía recordando a “su mujer”, la gitana 15 más joven que él, con la que discutía vía telefónica hasta altas horas de la madrugada… (cada noche parecía ser la última) y a la que cada mañana (mañana o tarde, el artista amanecía pasado el mediodía) amaba un poco más. Después serían un par de belgas, cada una a su tiempo, por suerte. Chicas tan rubias como lánguidas, como lechosas, como extrañas, como casi simpáticas, como difíciles de soportar. Con dietas imposibles, hábitos de vida insalubres y la mano muy suelta. ¡Cómo disfrutaban con los dulces ajenos! Concretamente, con los que yo atesoraba. Salí ilesa de la experiencia internacionalizadora y también más sabia, o simplemente más vieja. Hoy recuerdo con una sonrisa aquel día en que encontré el salón anegado de guiris, ropa interior usada y platos de macarrones resecos. Mi corazón se detuvo y de mi garganta brotó la verdad: ¡Me cago en el cosmopolitanismo!

Con la partida de las belgas, llegó mi alivio. El alivio con el sabor más agridulce conocido. ¿Quién sería el nuevo residente del patio andaluz? ¿Cuáles sus cualidades? ¿Ladronzuelo?, ¿Glotón?, ¿Ruidoso? ¿Excesivamente sucio? La sorpresa llegó con Isabella, gaditana, reducida y enormemente feliz. En poco tiempo congeniamos y pasamos las tardes riendo, burlándonos de todo y, sobre todo, del pornojano. De quien yo aseguraba dedicaba buena parte de su tiempo de ocio al consumo de porno y el consiguiente autodisfrute. Era buena gente el pornojano. Como con Isabella, el tiempo junto a Leticia fue divertido y pasó ligero. Era canaria, se movía al ritmo del trópico y paseaba por la vida, calmada y pacífica, como sólo los “afortunados” saben hacerlo.

Parece que fue ayer y parece que ha sido un sueño largo y delicioso, del que no ha habido más remedio que despertar.

Ahora escribo frente a un balcón. Pasan coches a toda prisa, veo árboles y oigo pájaros. Esta casa es más tranquila, más silenciosa… tanto que los vecinos se molestan si me oyen cantar. Este barrio es perezoso, más oscuro, no hay macetas en las escaleras, ni niños en el patio, ni vecinos locos. Ahora cajas llenas y otras tantas vacías. Algunos remordimientos y miedos a partes iguales. Imagino que este es el precio, el paso ineludible, el único camino para aprender y hacernos mayores.  

miércoles, 8 de septiembre de 2010

AFRODITA

Afrodita, de
Isabel Allende
En su libro `Afrodita`, Isabel Allende, evocando a la diosa griega del amor, mezcla cuentos con recetas de cocina heredadas de su madre, para sumergirse en el mundo de la sensualidad ignorando tabúes y tapujos. Rescatamos la clásica y muy criolla ensalada chilena. Un plato para tener en cuenta en el menú del Día de los Enamorados.


La devastadora experiencia que fue velar a su hija Paula, en coma a lo largo de casi un año, llevó a Isabel Allende a encerrarse en sí misma, a solas con el dolor. Pero, de repente, una noche soñó que se tiraba a una piscina repleta de salsa, y a la noche siguiente imaginó que se comía a Antonio Banderas, enrollado en una tortilla mexicana y sazonado con guacamole. Entonces comprendió que había terminado el duelo. Tomando como enseña el apetito y el sexo ("ambos preservan y propagan las especie, provocan los cantos y las guerras"), este libro es una desenfadada recopilación de consejos para retener a un amante y una oda muy personal a la sensualidad.

Es mágico, es, simplemente, Allende.

NOSOTRAS QUE NO SOMOS COMO LAS DEMÁS

Portada del libro
de Lucía Etxebarría
"María acaba de sufrir un abandono sentimental. Raquel se ha visto forzada a dejar a su amante, un hombre casado. Elsa no consigue recuperarse del trauma de una violación ni Susi de la muerte de su hermano. Las cuatro viven solas, sin compañeros sentimentales, sin hijos y lejos de sus familías. Las cuatro se mantienen a sí mismas y comparten la misma ciudad, una aglutinación de colmenas y antros, donde conviven las mujeres de serie A y de serie B, donde nadie conoce a nadie y donde a nadie le interesan los problemas de cuatro mujeres solas. Esta novela plasma una mirada disidente sobre los roles tradicionales femeninos enmarcados dentro de la lógica (o ilógica) de lo que se ha dado a llamar el capitalismo tardío: el papel sexual femenino, las relaciones entre mujeres, la supuesta guerra de sexos y la reivindicación de la propia identidad en una sociedad empeñada en negársela, no sólo a las mujeres, sino a todos los individuos con sentimientos."

Estoy descubriéndolo, paladeándolo y me encanta.

martes, 7 de septiembre de 2010

Un día, como otro

Hecho de menos algunas cosas en días como los de hoy en que sólo puedo sentirme burra y esclava, esclava y tonta, tonta y desgraciada, desgraciada y lejos de la salida.

Mi jefe es especial. Especialmente difícil, injusto y ... mayor. Supongamos que todo es cuestión de edad.

Cuando mi jefe me grita por los fallos que él comete, yo quiero saltar por la ventana y correr hasta donde no me alcance.
Cuando mi jefe se dirige a mi como a una subnormal (el término es correcto, que no despectivo), yo quiero gritarle cuán torpe es él, cuántos fallos comete y yo soluciono, cuánto daño hace a todos los que se acercan hasta aquí, cuántas mentiras reproduce, cuántos engaños multiplica, cuánto le odio y cuánto deseo alejarme de esta oficina.
Cuando mi jefe aparece, tiemblo, insegura y extraña a mí misma. Cuando mi jefe entra al despacho y cierra la puerta, no puedo respirar, siento que voy a vomitar, necesito gritar.

Qué difícil es ser mujer y ser joven, ser mujer y ser pobre, ser mujer y ser extranjera, ser mujer y comer cada día, cuidar una familia, pagar facturas y emprender sueños. Qué difícil es ser esclava y tener este dueño.

Tengo una amiga

Tengo una amiga extraterrestre,
tiene los ojos del universo y una luna en la cara.
Tengo una amiga de otro planeta,
que igual me quiere, que igual me mata.

Mi amiga no es de este mundo,
¡ni falta que le hace!
Mi amiga es distinta y es parecida
a todos los que no son iguales.

Tengo una amiga extraterrestre,
tiene la piel color de Venus,
y tiene boca sabor a Marte.

Tengo una amiga y es un tesoro,
cuando se ríe y cuando llora y si lo hace todo a la vez.
Tengo una amiga que es del revés.

Mi amiga es eterna o es un instante y no me importa,
sé que me miente, sé que se engaña, sé que está loca.
Pero es mi amiga, mi nueva amiga y nueva hermana,
quiere ser bruja y quiere ser hada,
pero no sabe que aunque no crea y no lo quiera,
sólo es humana.

Mi amiga, la extraterreste,
a veces ama y a veces duerme,
todo es un caos en su planeta,
por eso, de vez en cuando, baja a la Tierra,
y con su pelo y con sus bailes,
alegra el día a los mortales.

viernes, 27 de agosto de 2010

Tú, yo y las mil y una noches

Diez días lejos de Juan Antonio y toda una tesina sobre lo que hice mal y no quiero repetir, lo que admití, lo que toleré, los mínimos, los básicos, lo que puedo esperar y lo que recibo de una relación. “Las ruinas de los amores pasados han dificultado el camino -se resigna Juan Antonio- pero no lo han hecho imposible”.

Durante aquella semana larga tuve tiempo de pensar en él, en mí y en nosotros, en los puntos y las voces a favor y en aquellos otros en contra. Nuestra historia tenía algunas conexiones con lo que recordaba de la primera, pero, al fin y al cabo, no era la misma, ni remotamente. No había más Fran, ni más otra. Era Juan Antonio, eran sus añadidos y era yo. Yo, que ya no era la misma.

Nos volvimos a ver, un sábado por la tarde, con un motivo muy especial. El estreno de MAMMA MÍA, EL MUSICAL. Servidora, revuelta de los nervios por el debut, por el público, por el reencuentro... ¿seguiríamos siendo los mismos?, ¿La distancia y el tiempo habrían calado entre nosotros?, ¿Algún rencor? ¿Quizás, alguna duda?

Lo esperé al final de la carretera, al principio de mi lejano pueblo. Había recorrido muchos kilómetros para acompañarme, algo bueno debía haber entre nosotros y aún así, temblaba de miedo. A penas detuvo el coche, saltó de él y vino corriendo hacia mí. Nos abrazamos fuerte y nos besamos en silencio. ¡Cuánto le había echado de menos! Se disiparon los fantasmas, se congeló el reloj y allí seguíamos, él y yo,  nosotros dos.

Se ha colado dentro, ya no hay marcha atrás.

Unos días después, ya de vuelta a la realidad, hablábamos de nuestras cosas, en la comodidad del sofá. Entonces, Juan Antonio me propuso un plan, una idea muy distinta a la de cualquier otra tarde... “¡Vámonos a Marruecos!”

Marruecos. 

He soñado con Marruecos desde los ocho años, cuando mis padres, en una visita relámpago, visitaron medio país y volvieron estremecidos y aterrados. No me impresionaron ni un ápice, no me atemorizaron ni por un instante. Seguramente persiste en mí alguna especie de conexión mística, debe quedar algo de los Omeyas en mis venas. Me moría por conocer Marruecos.

“¡Vámonos ya! En cuanto tengas un hueco, ¡busquemos un vuelo, un hotel, es muy sencillo!”

Marrakech, Juan Antonio y yo. Toda una prueba de fuego para lo que nos traíamos entre manos.

¿Sabéis de lo que os hablo? ¿Conocéis Marruecos? ¿Conocéis Oriente? He oído mil recomendaciones sobre lo que hacer y lo que no, lo que comer y lo que no, dónde ir y de dónde huir. Y, la verdad, nada es exactamente como cuentan. Creo que, en realidad, no se puede contar.

Marrakech es como el principio de todo, el comienzo de los hombres y las mujeres. Los hombres y las mujeres antes de todo, antes de vestirse y antes de desnudarse, antes del conocimiento y de la mezcla, antes de los envases, los conservantes, los antitranspirantes, los dermoprotectores y los antibióticos. Marrakech es tan pobre y tan real. Es tan rico y tan mágico.

En Marrakech los niños sonríen sin una videoconsola a cambio, en Marrakech las mujeres seducen sin destapar un velo, en Marrakech los edificios se confunden con las montañas, los jardines con los oasis, las noches con los días. En Marrakech los gatos reinan, el agua es venenosa y las piedras púrpuras. Puedes morir al probar la carne y resucitar con semillas milagrosas de anís. Puedes perderte entre dos calles o en la cima del mundo, en pleno desierto, donde sólo habitan rayos y truenos, donde la tierra es blanca y los hombres azules, como sus ojos bereberes. En Marrakech puedes hacer amigos en los rincones, sin decir una palabra, sin entender una palabra, sólo en el roce de una caricia. Fuimos tan ricos en Marrakech y tan diminutos ante sus palacios y sus murallas. Fuimos distintos y fuimos como todos.

Marrakech es el inicio de los hombres, de las ciudades y las sensaciones. Quiero volver.

La llamada “prueba de fuego” resultó ser maravillosa, y ni compartir cada hora del día, ni las inclemencias, ni las diferencias, ni las dudas, ni los miedos entraron en el equipaje.

Cada momento juntos nos une y nuestro viaje también lo hizo. Cierto es que en nuestras tardes y nuestras noches, nuestros cines, cenas y almuerzos. Los paseos, los pequeños planes y los medianos nos muestran una cara muy amable de nosotros mismos. Cierto es que convivir y compartir cada minuto de la jornada es distinto, como distintos somos nosotros. Tenía miedo de descubrir en él detalles que me repelieran, pero Juan Antonio no decepciona así como así y así mismo, me volví a enamorar.

Supongo que este nuevo estado de embriaguez y psicopatía no es tan malo, como no eran tan oscuras las calles de Marrakech. No me reconozco y me siento tonta por momentos, lloro sin razón y río sólo con verlo.

Después de África y sus misterios, Juan Antonio quería seguir compartiendo y descubriendo. Quería enseñarme los callejones que recorrió, aquellas montañas que escaló y las cascadas en las que se bañó.

Este no ha sido el verano de los viajes de 5 ESTRELLAS-TODO CONFORT. Por el contrario, ha sido el verano más extraordinario y divertido que recuerdo. Sin bronceado, ni fines de semana bajo el sol, el nuestro ha sido el verano más improvisado y cuidado al detalle que nadie me ha regalado.

Necesitábamos separarnos y vernos perdidos desde nuestras orillas, cada uno a su lado del río, más tranquilos, entre los nuestros, nuestros iguales, los de siempre, los de nuestro estilo. Tan seguros, como incompletos.

Alguna vez me dijeron que Juan Antonio y yo no tenemos nada en común y no es exactamente así. El día que nos conocimos, cada cual aterrizó desde su planeta, armado hasta los dientes, con el manual de prejuicios y la estrategia de guerra bajo el brazo. El día en que nos mezclamos, construimos una chabola, espontánea y temporal en medio de ninguna frontera, entre fango y matorrales; pero aquella eternidad en que nos echamos de menos y nos atrevimos a llorar, sembramos profundas las raíces de un hibrido que nadie puede calificar.

lunes, 23 de agosto de 2010

Antecedentes 4ª Parte. Lavando trapos.

Me temblaba el pulso al pensar en lo que aquella noche podría conseguir, las cosas que Fran llegaría a decir y yo podría captar. Las consecuencias que tendrían mis actos y los suyos. Recuerdo que diluviaba y le esperé en mi coche, con el teléfono móvil preparado. “Multimedia”, “Grabadora” y aquel botón rojo, parpadeando, esperando a mi decisión. Qué hacer con su testimonio, era una cuestión que aún no había definido. ¿Tomar la revancha?, ¿devolverle cada momento de dolor?, ¿dañarla a ella? Pero ¿así? ¿De manera tan gratuita, sin previo aviso, espontáneamente?

¿Acaso yo necesitaba pisotearlos?

Había sobrevivido a la guerra de las rupturas, las infidelidades y las humillaciones públicas. Mi corazón y mi coraza se habían regenerado en tiempo record. Volvía a caminar tranquila, seguía amando libre, esperaba que los días se llevaran sus nombres y las sombras de los hechos. Yo no quería herir a nadie. Yo sólo quería vivir en paz. 

Pero este no es un cuento de los Grimm y los designios divinos, por lo normal, tampoco son justos. Más me valía hacerme con las cartas necesarias para, sencilla y llanamente, REPELER MOSCAS, CALLAR BOCAS, TIRAR BASURAS y, por supuesto, ALZARME VENCEDORA.

Es necesario aclarar en qué punto reside la victoria, porque, con los años, nuevas circunstancias y personajes se sucedieron en mi vida, hoy vuelven a hacerlo; y la realidad, en mis ojos, también es la misma. Me dicen mis amigos: “Lucha por él, acaba con esa zorra. Machácala. Dile que no quieres que vuelva a verla. Prohíbele hablar con ella. ¡Pelea, pelea, pelea!”

Pero no quiero pelear. Nunca lo hice. ¿Pelear por un hombre? ¿Acaso es un trofeo? ¿Quizás puedo convencerlo de que mi amor es el más conveniente, de que es más feliz a mi lado? No hay que persuadir a nadie de algo así. Convertirlo a mi religión, atarlo a mi relación, condenarlo a mi futuro. Pelear por él, como se pelea por una medalla o por un reino. Pelear por un corazón. Músculo que por sí sólo decide y experimenta. Órgano maduro, independiente y espontáneo que, por su naturaleza, no atiende a razones, reflexiones, ni artimañas. Convencerle o eliminar a la competencia, como si así pudiera hacerle olvidar.

Si me quiere, lo sabe, lo siente, no puede evitarlo. Si la quiere, la querrá aun si lo raptara y llevara muy lejos, incluso rociando de ácido su recuerdo. Si su voluntad es estar aquí o allí, sólo él puede saberlo, sólo él debe elegirlo y yo y ella... no podremos más que acatar esta regla.

Nunca peleé por él y no es un orgullo. No hay sentido en tal pelea. Le expliqué e intenté comprender, le lloré y extrañé y aprendí a vivir sin él. Porque no pude concebir, ni concibo, la mínima duda en cuanto a lo que late. Me he planteado mil veces la conveniencia de las relaciones, lo justo o no de los comportamientos, lo sano de las entregas y sacrificios personales, pero no dudo cuando quiero, ni de cómo lo hago. Porque, una vez más, se sabe, se siente, no se puede evitar.

Lo sensato era hacerse cargo de la verdad. Fran ya no me amaba, había rehecho su vida... pero, ¿Por qué ese empeño en volver y revolver, en explicar y reexplicar, en prometer y pedir perdón, en culpar a otros y eludir responsabilidades? Fran salió y entró en mi lista de asuntos por resolver muchas más veces de las que quise. La otra, no llegó a salir.

Cuando una pareja perece como tal, los daños por ambas partes son lo suficientemente terribles para marcar la memoria por algunos años. No hay necesidad alguna de incluir a terceras personas, sus impresiones, sus inquietudes, sus conflictos y perspectivas. Es algo así como rizar el rizo, como ahondar en la herida, como revolver excremento y disfrutar con ello. Mucho más si se hace de manera torpe, ignorante y atrevida.

Lo cierto es que lo que aquella noche me disponía a grabar no me serviría para perjudicar a Fran. La prueba irrefutable que me regalaban  valdría para derrocar de una vez al imperio de la injuria a todo aquel y toda aquella que se atreviera a decir que YO perseguía a Fran, que YO sometía a Fran, que YO retenía a Fran, que YO insultaba gratuitamente a todo el mundo, que YO, VÍBORA DEL DEMONIO, me encargaba de sembrar dolor y separar a los enamorados.

Fran no me decepcionó. Conforme entró en el coche, rompió a llorar y me dijo: "Te quiero. Te quiero y muchas cosas más. Te quiero y  siempre lo he hecho. Te quiero y no quiero renunciar a ti. Te quiero y he entendido, por fin, que hay cosas por las que merece la pena renunciar a otras. Te quiero y me separaré de mis amigos. Te quiero y si ella no me hubiera reclamado, yo jamás la habría aceptado. Te quiero y, si tu no me quieres, me valdrá tu amistad. Te quiero, pero si me rechazas, volveré a sus brazos, porque yo no puedo estar sólo.  Te quiero, pese a que lo he hecho muy mal, te quiero y cuanto te digo es verdad".

Sin lugar a dudas, mentía a la misma velocidad  a la que hablaba. El porcentaje de embustes era proporcional al de sus lágrimas. Cuántas locuras dijo en aquellas horas. No estoy segura de que no supiera que mi teléfono recogía cada una de sus palabras. Él hablaba, la grabadora grababa y yo me estremecía al pensar en su desvergüenza, en su atrevimiento, en su frialdad y falta absoluta de sentimientos. Apostaba y apuesto, que sus argumentos eran idénticos cuando se dirigía a ella. Seguramente, yo le asediaba, yo le buscaba, yo despertaba su pena...

El hombre y ese turbio espacio de su mente en que crea y destruye a la par. Fran se perdió en el maremágnum de faldas y el papel de hombre liberado le quedó grande. Días después, ella volvió a dirigirse a mí entre insultos y maldiciones. Sin ánimo para discutir, llamé a Fran y expresé mi sentencia: “Tú me metiste en este desbarajuste y tú me vas a sacar. Olvídame para siempre, Fran, olvídame, no vuelvas a acercarte a mí, a hablar de mí o pensar en mí en los días que te queden de vida.”

Siempre fui de dramaturgia cotidiana. No lo puedo evitar.

Mientras alejaba el teléfono de mi oreja, oía su voz, gritándome “...pero yo te quiero, yo te quiero...” Realmente, mantengo la duda.

Acto seguido, envié por email las piezas de nuestra conversación, aquella noche del principio del otoño, aquella noche de lluvia y confesión. Creo que las escuchó, desconozco el efecto que causaron entre ellos dos. Lo que sé es que no hubieron más declaraciones de folletín, ni más reproches, ni más molestias, ni más enfados.  

Las grabaciones quedan a buen recaudo en la memoria de mi teléfono, junto con los mensajes que apoyan estas palabras, ¡nunca se sabe! El recuerdo del tiempo juntos y felices, queda en muchas fotografías, en sus cajones y en mis anécdotas, las que mantengo con cariño. Lo que perdí o se llevaron ya no es mío, lo que dolió, todo lo que me hizo daño, debió diluirse en otras lluvias, lo arrastraría esta brisa, lo incinerarían otros besos, lo callaron tantas risas...


Audio: A buena hora. Sergio Dalma.

jueves, 19 de agosto de 2010

Antecedentes 3ª Parte. Recoges lo que siembras



Las rupturas con Fran y Clemente debían procurarme la paz necesaria para vislumbrar algo de razón entre tanta locura. Sin embargo, las circunstancias precipitaron los acontecimientos.

Descubrí que alguna de mis amigas era actriz a tiempo completo y durante 5 años, que se dice pronto, había tramado, trazado y urdido un maléfico plan para... aún no sé para qué. Cuando la verdad se pavonea frente a tus ojos y tú no eres capaz de verla, corres el peligro de que la verdad se convierta en tigre y te devore. En mi caso, fue así. Me propinó zarpazo tal, que dejó parte importante de mi confianza, mi autoestima y mi espíritu por los suelos.

No sólo los hombres son infieles. También nosotras podemos desplegar crueldad y sadismo en grandes dosis ante los corazones ajenos. Aquella amiga, quien fue mucho más que una compañera y cómplice de travesuras, debió reproducir dentro de sí, mucho veneno y muchos fantasmas que inyectó lento y constante en mis venas. Me alegro cada día de haber descubierto la verdad, por dura que fuera entonces, por lágrimas que derramara, por estúpida que me hiciera sentir.

A la bofetada inesperada siguió la enfermedad y muerte de mi abuela.

Mi abuela, la alegría de su calle. Mi abuela, la locura de mi casa. Mi abuela inolvidable y ausente en su borrosa mente, en su mirada perdida, sus juegos, sus ocurrencias, sus desaciertos, su sonrisa torpe, inocente. Mi abuela, inalcanzable cuando el Alzheimer se la llevó lejos. Mi abuela aguda, traviesa, fantástica. Ya no callaba nada por miedo a molestar. Gritaba fuerte y se reía con cada picardía que inventaba. Mi madre se sonrojaba y yo me sentía orgullosa de aquella mujer, injustamente envejecida por el olvido.

“Charito, estás fatal de la cabeza”- le decía a carcajadas, con los ojos llenos de lágrimas.
“¡Y es verdad! ¡Estoy loca de remate!”- Me respondía, sin reparos.

Mi abuela dejó tanto vacío. Dejó tanta soledad en casa. Dejó tantos momentos que recordar, por los que reír y llorar.

Cuando mi abuela empeoró, yo estaba algo lejos de casa. Siento tanto no haber podido dedicarle más tiempo... En mi lugar, Fran adquirió el papel de hijo ejemplar y acompañó a mi madre en cada noche de hospital, en cada día, con sus interminables horas. Nunca se lo agradecí lo suficiente.

Me conmovió tanto, me devolvió la fe a raudales en todo lo que fuimos y dejé marchitar. En poco tiempo, retomamos el intenso cariño que creí que guardábamos. Lo creo, porque no estoy segura. Los secretos y verdades a medias se extendieron demasiado entre nosotros. Ahora, con el tiempo de barrera, no logro enfocar la realidad de aquellos días. No podría afirmar nada. Si me quiso y lo perdí, si me perdió y huí. Si nos quisimos y desgastamos o quizá sólo se rompió el amor... de tanto usarlo.

A grandes rasgos, lo que ocurrió durante mis ausencias y mis días deseosa de libertad fue que Fran, cariñoso, atento, maduro e inocente, cordial, solidario y generoso; conoció a otras personas. Otras chicas llegaron a su vida y alguna de ellas le prestó el hombro en el que necesitaba apoyarse. Se lo agradezco. La distancia me permite ver cuánto daño hice, cuánto necesitó a aquella niña. No conozco demasiado de ella, aunque, haciendo gala del sexto sentido de bruja que despilfarro, me hago una idea de lo que representaron el uno para el otro. Fran me devolvió el daño. Administró la misma medicina, exacta, a la relación, aunque admito que la mejoró añadiendo a los cuernos un plus de la publicidad. Para todos, en mi remoto pueblo, ella era su novia y yo... yo debía andar por algún paraje lejano de la Patagonia.

Este orgullo mío vilipendiado, sacudido y desnudo en medio de la ruralidad. Esta vanidad y el savoir faire pisoteado, barrido y olvidado. ¿Dónde queda la inteligencia adquirida durante tantos años de enseñanza superior? ¿Dónde la evolución de la humanidad en materia de estar y transcurrir? ¿Era necesario pasearse por el medio del campo de la mano de... otra? ¿Castigo justo, ensañamiento o absoluta falta de sensibilidad gástrica?

Me di por aludida, por ajusticiada y reducida.

Lloré durante dos semanas, día y noche. Sin descanso. Sin respiro. Sin sentido. Durante dos semanas, caía en mi cama, cada atardecer, rodeada de nuestras fotos. Necesitaba oírle y rogarle.  Era preciso explicarle que no me importaba su engaño, que yo lo había hecho durante mucho tiempo y él estaba por encima de todos los demás. Quería advertirle de que otros no importaban, que estaba perdonado, que entendía su venganza, que le quería, que le amaba y lo necesitaba... Cada atardecer, durante dos semanas, el llanto me sumía en el sueño y la mañana me sorprendía vestida, llorosa, dolorida y perdida en mi cama, con nuestras fotos coronando mi cabeza, con la única compañía de un ferviente deseo: “dime que todo ha sido un sueño”

Realmente, sufrí. Era lo lógico. Era lo propio. No podía ser de otra manera.

A lo largo de algunos meses, no quise volver a nuestras calles, nuestros lugares y momentos juntos. Durante muchos días, viví atormentada por las miradas de los demás, por los comentarios, por esa sensación de exposición que significa la vergüenza. Algo así a una lapidación en directo.

La historia entre Fran, la otra y yo se complicó a medida que él se empeñaba en cambiar de brazos, cada cierto tiempo. Efectivamente. Era diciembre del 2007 cuando Fran determinó que no existía arreglo para aquel entuerto y me dejó. Luego, abril del 2008, Fran decidió que no soportaba vivir sin mí. Y, después, julio del mismo año y no podía vivir conmigo. Tuvo que llegar septiembre para que de nuevo Fran cambiara de opinión y viniera en mi búsqueda y captura.

Siento ser recurrente, pero debo dar las gracias, una vez más, al tiempo, que todo lo cura (según en qué lo emplees), por permitirme rememorar aquellos tiempos sufridos y agotadores como una ilustradora experiencia.

Sus idas y venidas se aderezaban con mis otros amores y los ataques de furia de la tercera en cuestión. ¡Todo un circo! ¡Toda una sensación!

Dicen que a la tercera va la vencida, se entiende, si te apetece y te ves con fuerzas. La segunda vez que Fran me expuso sus dudas, julio del 2008, no le dejé terminar la frase. La demente que duerme en mí gritó, pataleó, le insultó y golpeó. Someterme, por segunda vez, a la humillación anterior no entraba en mi receta de una vida saludable. Recuerdo que pasamos juntos y encamados, inexplicablemente, los tres días siguientes. Es posible que necesitáramos despedirnos. Para mí era una despedida. Para él, un hasta luego.

Cuando algunos días después, el 21 de septiembre, para ser más exactos, Fran quiso que volviéramos a hablar, yo comencé a temblar de miedo. No se me ocurría forma más masoquista de comenzar el otoño. Mientras duró la tortura de las infidelidades, el ahora tú, ahora la otra, ahora una más, no sólo la incertidumbre hería, también lo hacía la cojonera de la chica, que empeñada en que yo tiraba la primera piedra, se veía capaz de lanzarme gritos desde su coche, hacer bromas en torno a mí e inventar chistes a mi costa. Ya era suficientemente desorientador tener un novio o no-novio inseguro, como para tener que lidiar también con su mascota temporal. Mi prima me aconsejaba: “¡Ve! A ver qué quiere... a ver qué inventa ahora”.

Nunca creí que sería capaz de algo así, me creáis o no, pero aquella noche en que la ocasión, calva y empapada de lluvia, se dio, acepté escuchar a Fran, por última vez. Escucharle y hacerme con las armas que me propinaran la libertad absoluta, las herramientas necesarias para callar a la pueblerina infeliz que me atosigaba y al resto de sus amigas, los instrumentos idóneos para limpiar mi imagen, acabar con los monstruos y enterrarlos bien hondos. Aquella noche acepté escuchar a Fran grabadora en mano...

Ups! ¡Qué tarde se me hace! Un poco de paciencia, por favor. Más, mucho más, en próximas entregas. 

martes, 10 de agosto de 2010

Repitiendo esquemas. Antecedentes, 2ª Parte.


Me está costando escribir más de lo que imaginé. No me faltan las ideas, los recuerdos, ni mucho menos, los recursos. Es que había olvidado la condición cíclica de la historia y esa característica suya capaz de devolvernos experiencias pasadas con nuevos nombres, nuevas palabras y nuevas caras.

El verano está siendo maravilloso aunque las vacaciones brillen por su escasez. Los momentos de descanso me recuerdan la buena gente que me rodea, la suerte que gasto de tenerlos y disfrutarlos. Los tímidos planes que empezamos a hacer, las aventuras épicas que deseamos correr, los sueños que se cumplen sin avisar, las espinitas que se desprenden de la piel, sin esfuerzo, por su propio peso, por su insignificante peso.

Pero es inevitable, no conozco ser humano que viaje sin equipaje en este crucero. Todos cargan su maleta, su mochila, siquiera un neceser. Todos arrastran pasado o presente, aquello de lo que no se libraron, aquello que aferran con fuerza al alma. Los rencores o los miedos, las inseguridades, la soledad o la verdad a gritos. Y no dispongo de la fuerza suficiente para acallarlos, anularlos, exterminarlos o largarlos a algún lugar lejano de la Antártida.

Tenemos derecho a escribir, a leer, a sentir y opinar. Tenemos derecho a inmiscuirnos, a intentarlo, a gastar la última bala. Tenemos derecho, porque no hay jurisprudencia que lo contemple ni regule. Y no hay más remedio y salida que bañarnos es un buen aceite aromático, uno fabricado de certezas, de hechos y su peso, de nuevo; para que todo resbale, hasta abajo, a la altura de los pies, donde es más fácil dar un pisotón.
 
Me estaba costando escribir, hasta que me lo he propuesto. Como todo, acabar con fantasmas del presente o del pasado, es cuestión de valor y determinación. Voy a buscar algo de eso dentro de mí y seguiré haciendo lo que hasta ahora, meter la pata, diciendo todo lo que se me pasa por la cabeza, por irreverente que sea, voy a seguir con mis formas, sin adornos, sin sobreactuaciones, ni disfraces, ni complementos. Sin excesos, aún no necesito gritarlo, para que quede claro, no necesito auto-confirmarme, no necesito espantar temores. No puedo más que caminar desde estos andares, en estos zapatos, de tu mano, con mi bagaje personal y mi billete hacia delante.  

La cuestionada y por todos valorada relación con Juan Antonio me devolvió recuerdos de las formas y contenidos propios de los amores consolidados o, al menos, de los duraderos. Esos que me hacen temblar, por muchas razones. Ya lo he dicho, se remonta a algunos años atrás mi última experiencia con los formalismos. Fue tan ajetreada,  que ni ganas me quedaron de repetirla. Supongo que, como decía más arriba, lo inevitable cae por su propio peso.

Fran, el que iba a ser el padre de mis hijos y yo nos distanciamos poco a poco con la llegada de Clemente a mi agenda. Aquel chico sencillo y simpático, se presentó ante mí denominándose PIZZERO. Un desayuno, un paseo y una primitiva a medias después, ya imaginábamos mejores azares.

 “Si nos toca, ¡dejas a tu novio y te vienes conmigo al Caribe!”

Esa misma tarde descubrí que Clemente no era exactamente pizzero, sino el heredero de todo un emporio de restaurantes italianos de sugerente carta y altos precios.  A su naturalidad y humildad, se sumaba su facilidad para idear planes divertidos.

De repente, no me costaba nada salir de mi habitación y su oscuridad, saltar a la calle y dejarme llevar por la noche, por Clemente, sus amigos, sus conocidos, sus fiestas eternas, sus entradas triunfales en cualquier lugar, las miradas de otras, los reclamos. Todo el mundo conocía a Clemente. Clemente podía hacer y deshacer a su antojo. Podía elegir a cualquier otra, gastar cuanto quisiera, Clemente era joven, guapo y rico... y mío.

Seis meses después, mi cabeza era un pisto de nombres, vidas y rutinas paralelas. Clemente conocía la existencia de Fran y aceptaba resignado el papel que le había tocado desempeñar. Fran, por el contrario, no era tan consciente de mi doble existencia y todo lo que ella me reportaba. A los desacuerdos con Clemente le seguían arrebatos de crueldad, con infidelidades incluidas. Ser infiel al otro con otros es toda una paradoja. Creo que durante aquel tiempo sufrí trastorno de personalidad, bipolaridad e ¡incluso agujetas!

Por todos los medios intenté cuidar a Fran, que no notara nada, en pro de no crearle un solo instante de sufrimiento. Él no podía dedicarme más tiempo y yo necesitaba seguir experimentando. Llegué a creer mis propias razones frente a las reprimendas de mis amigos,

“Clemente es el antídoto para la distancia que me separa de Fran. Sin él, andaríamos a la gresca a diario. El sexo sólo es una actividad física y todos los demás... todos los demás no me importan, no son tantos, no recuerdo sus nombres, no volveré a verlos.”

Siempre tuve una imaginación revoltosa y facilidad para lanzar pelotas fuera. No estoy muy segura, pero creo que realmente creía mis excusas. Yo no diría que fui una zorra. Simplificar a ese nivel es primario, es facilón, es pueril, es cobarde. Diría que sobreviví, fui una superviviente, una luchadora emocional. Quería a Fran. No merecía sufrir y, ya sabéis, no le guardo ningún tipo de rencor.

Era una situación insostenible. Una mina a punto de estallar y a mí me faltaban soluciones para reducir los daños colaterales.

Creo que era abril o mayo de 2007, rompí ambos lazos. Retengo borrosos los detalles de aquellos días. Me parece que intenté agilizar la tortura, imagino que intenté matizar sufrimientos, sé que no le dije la verdad a Fran en un intento de hacer realidad aquello de que ojos que no ven... Sé que fue amargo.  Cierto es que estaba cansada. Vivía atormentada. Di el paso segura.

Mi intención era evaluar el desastre, someter a estudio los niveles de contaminación de mi cuerpo, ¡en sentido figurado, vaya! ¿Hasta dónde habían calado las mentiras?, ¿Qué proporción de mi corazón tenía salvación?, ¿Quedaba algo de amor entre nosotros, entre cualquiera de nosotros?


Audio: Cómo hablar. AMARAL.

martes, 3 de agosto de 2010

Antecedentes. 1ª Parte

El tiempo que Juan Antonio y yo estuvimos separados, 10 días en total, me permitió repasar el ritmo que habían tomado los acontecimientos, cómo estos consiguieron transformar nuestros comportamientos, nuestras miradas y nuestros sentimientos. ¿En qué momento perdí las riendas de esta historia y caí en la red? ¿Cómo lo hizo, cómo consiguió que no me diera cuenta de que estaba entrando en mi vida? ¿En qué fase del envenenamiento me hallo? ¿Existe antídoto?

Mis últimos recuerdos sobre relaciones, estabilidad, planes y seguridad se remontan a muchos años atrás. Unos 3 ó 4... Quizás, menos, pero a mí me parecen una eternidad.  Será que no le guardo rencor.

Mi relación con Fran fue por una larga temporada, la historia más importante que había tenido.  Nos conocimos jóvenes, después de un año sabático en lo referente a la emoción. Fran apareció en mi vida cubierto de un halo de madurez, protección y cariño insólitos. Se atravesó en mi camino y parecía dispuesto a no dejarme escapar.

Haciendo un pequeño esfuerzo, puedo revisar los primeros tiempos, dulcemente difíciles, marcados por la distancia. El tiempo y el espacio, dos constantes en nuestro amor. Durante una época demasiado largo fuimos 4, efectivamente, el Tiempo, el Espacio, Fran y yo. Después, fuimos más, muchos más, aunque no le guardo rencor.

Tengo que admitir, y él también debería hacerlo, que arriesgamos y apostamos mucho el uno por el otro. Discutí con mi padre mil y una vez por defender los derechos de nuestra relación, por pasar unos días a solas con él, por dormir juntos, por protegerle, por ayudarle, por apoyarle o sacarle del atolladero. Era lo mínimo que podía hacer. Me hacía muy feliz.

Fran, por su parte, abandonó sus estudios para trabajar y seguir adelante con independencia, para, de alguna manera, salvar aquellas constantes separaciones. Tal vez, no lo hizo por mí, seguramente, la universidad no le ilusionaba, no le inquietaba, ni mucho menos le divertía. Existe cierta probabilidad de que yo no fuera más que la excusa para atreverse a cambiar su rumbo. No le guardo rencor.

Ya lo mencioné más arriba, éramos jóvenes, inexpertos en estos menesteres de la paciencia, la transigencia, el respeto, el capotazo o la mano izquierda. Ninguno de los dos estaba exento de carácter, aunque las discusiones no eran nuestra tónica, ni nuestro estilo, ni un elemento destacado de la convivencia. Sin embargo, los comienzos fueron difíciles de manera muy significativa. Recuerdo noches enteras de llanto, al teléfono, suplicándole unas horas para vernos.  Obviando la realidad y los kilómetros que nos separaban, me parecían pocos los esfuerzos que Fran realizaba para verme. Conducía a altas horas de la madrugada para sorprenderme en medio de la noche, para calmar mi llanto y amarnos tanto.

¡Ay, juventud! Nos quisimos mucho. Al menos yo lo hice.

Sé que sufría por verme abatida ante nuestra despedida, me consolaba con regalos, notas escondidas en la cama, mimos, caprichos y promesas. Yo me estremecía ante la idea de perderlo, de que la vida me lo arrebatara, sólo pensar en que podría enfermar o sufrir un accidente, conseguía que permaneciera toda la noche en vela, llorosa, nerviosa, horrorizada.

¡Ay, el amor! El amor tan joven y tan enérgico. Le amé mucho, con todo mi cuerpo y toda mi alma. 
Le amé con todo mi ser.

Sus intentos por animarme a hacer una vida normal fueron en vano... hasta que el propio peso de la resignación me saco a la calle de la mano de amigas y amigos. Cada vez que Fran me animaba a salir y divertirme con otras personas, yo sentía la bofetada de la incoherencia en la cara. ¿Cómo iba a tomar una copa con amigos mientras él sólo trabajaba y se esforzaba por nosotros? Ni mucho menos me apetecía divertirme sin él. 

Hasta aquella noche. El cumpleaños de mi compañera de piso era una cita a la que no podía faltar si pretendía llevarme bien con ella el resto del año. Sin apetito ni pretensiones me vestí y me peiné, decir que me arreglé sería atrevido.  La verdad es que lo pasamos muy bien. Retengo la celebración dentro de una nebulosa, borrosa y lejana. Bebimos mucho y bailamos toda la noche. Creo que, además, no bailé sola.

Clemente era algo mayor que yo. Unos 5 años mayor. Se acercó a mí sin que me percatara y sé que bailamos y reímos toda la noche. A sus invitaciones yo respondía con un “perdóname, pero estoy comprometida.” Realmente, me incomodaban aquellas atenciones. Ni por un momento quería imaginar que aquel chico simpático y no mal parecido se atreviera a rozarme, siquiera. 

Surgen solas las sonrisas al repasar aquellos días. Yo, ¡estrecha y formalita!

Tenía miedo a muchas cosas. A defraudar a Fran, a fallar en lo básico, al juicio al que me someterían mis conocidos, a perder la amarga felicidad del amor a ratos y desde lejos de mi pareja.

Supongo que Clemente y yo hicimos buenas migas, algo así casi fraternal e inocente. Unos días después me buscaba, apelaba y proponía desayunos, meriendas, cervezas, copas, bailes, viajes y mil planes más que realizar juntos. Como amigos. Me resistí mucho tiempo, en busca de un pasadizo por el que escapar de aquellas proposiciones. Por entonces, no era, ni mucho menos, diestra en el juego, el flirteo ni la seducción. Por entonces no era más que una chiquilla de pueblo, temerosa de todo, que se encargaba e auto oprimir su propia naturaleza.

Mientras, los ratos al teléfono con Fran se reducían. Siempre atados a la disponibilidad y los horarios que su trabajo. A deshoras, con prisa, cansados, distraídos. Las ocasiones en que podíamos vernos también eran menos y nuestras parcas conversaciones terminaron por producir más malentendidos y enfados que instantes de complicidad y cariño. Definitivamente, no le guardo rencor. 

No podía recurrir a él si algo me preocupaba o me dolía. No tenía tiempo para atenderme, y ante mi requerimiento, Fran sólo sabía y podía responder, "Intenta animarte, sal, diviértete, olvida los problemas un rato y vuelve a sonreír."

Haciendo caso a sus recurrentes consejos, una mañana, acepté desayunar con Clemente.

Realmente, no recordaba con exactitud ni su altura, ni su pelo, ni su voz... no recordaba ni tan sólo su cara, pero lo reconocí en cuanto lo vi, a lo lejos, acercándose, divertido, mi amigo Clemente.

Aquella mañana y su sonrisa cambiaron el rumbo de mi vida. Cambiaron a la chica de provincias, su presente y lo que sería su futuro.

Clemente, mi amigo y amante Clemente. El punto de inflexión, el  punto y aparte. 

jueves, 29 de julio de 2010

Tu bando y el mío.



Algo así como vivir en galaxias distintas y remotas, a una distancia de años luz. Algo así como haber sido fabricados de materias y nexos distintos. Algo así como estar programados para combatir... el uno contra el otro.

No soy fácil. Es una verdad irrefutable. Tengo demasiados defectos propios y otros tantos añadidos por quienes no me conocen. Y tan innegable como es esta realidad, lo es el hecho de que Juan Antonio y yo somos aceite y agua en el mismo recipiente, que no en la misma cama.

En ese terreno, sin embargo, se evapora cualquier sombra de diferencia o distinción para fundirnos. Fundirnos como no lo hacía desde mucho tiempo atrás. He llegado a creer que puede leer mi mente y descifrar mis pensamientos, pero no es así. El secreto es mucho más sencillo y primario. Se trata de instinto.

La ciudad sobrepasa los 40 grados y sigue subiendo, peligrosamente. Es imposible pisar la calle antes de las 8 de tarde, es casi temerario. Para combatir el sofocante calor y teniendo en cuenta nuestros limitados recursos económicos, Juan Antonio y yo divagamos entre las reducidas soluciones y, finalmente, optamos por la más atractiva y barata de todas. La siesta en la penumbra de mi habitación, imaginando que el murmullo del ventilador y su soplo nos ha trasladado a una noche de playa.

El sueño no siempre llega y lo que empieza con un inocente beso en la frente, termina elevándome a otra esfera. Sólo repasar esas horas me estremece. Sabe lo que me gusta o, tal vez, no. Pero encajamos a la perfección.

No recuerdo haberme sentido tan querida en toda mi vida. Realmente, nadie hizo tanto por mí en tan poco tiempo. Ningún hombre había preparado con abundante cariño y esmero una noche imborrable de cumpleaños. Y si no es así, desde luego, mi conciencia lo ha perdido en algún pliegue de la memoria.
Juan Antonio logra que todo sea especial. Todo.  Consigue que echar la vista atrás resulte revelador pero no duela. No pienso en nadie más, y si los acontecimientos me obligan, lo que veo está claro. Ninguna relación que haya protagonizado antes, ningún hombre, en su paso por mi vida, me ha hecho sentir tan bien en mi propia piel. No existe comparación para la voluntad, la generosidad y la entrega de Juan Antonio. Ha crecido sobre valores y enseñanzas a los que se ha aferrado. Despliega su sentido del deber, de la familia y la unión por donde quiera que va y yo no tengo más opción que dejarme alucinar y aprender de él.

No he dudado en pensar en voz alta, le quiero. Él se ha atrevido a dejar entreabierta la puerta del alma, se “está enamorando”. Yo me muero de miedo y me planteo cada detalle un par de veces y él se deshace en atenciones y gestos de los que corroboran lo obvio. Me hace tanto bien y somos tan distintos.

Hace unos días, Juan Antonio y yo discutimos. Haciendo gala de mi vanidad hice aún más público este espacio y él, como ser humano que es, cayó en la trampa.

Habíamos hablado muchas veces, o quizás sólo las necesarias, sobre nuestros pasados, otras relaciones... No tengo intención de repetir errores. No está la vida para perder nada, ni siquiera el tiempo. Decidí ser sincera y clara con Juan Antonio porque es mi naturaleza y me parece el camino correcto hacia... bueno, hacia el propio destino.

Pero, tal y como concluí, en mi boca y con mi entonación, mis aventuras de cama y corazón resultaban divertidas e infantiles. Sin embargo, leídas por él mismo, se asemejan más a un diario secreto, escondido y maldito recién descubierto.

Aquella tarde, le noté serio. Incluso parecía frío y distante. Le pregunte. Le volví a preguntar. Le recriminé su hermetismo, su silencio y su falta de consideración para conmigo, que no podía más que esperar, sentada a su lado, a que dijera algo. La respuesta tardó en llegar, pero al fin apareció.

“Necesito pensar.”

Creo que ese fue el instante que lo cambió todo. Resonó en mi cabeza la idea y la sentí como una bofetada. 

Pensar. ¿Pensar en él? ¿En mí? ¿En nosotros? ¿En la vida y la muerte? ¿En la crisis y el mundial?

Pensar y hacerlo sólo. ¡Qué miedo! Con dificultad me explicó los pormenores de su disgusto. Se sentía engañado, traicionado, celoso. Se preguntaba hasta qué punto era importante para mí o sólo uno más.

Mientras Juan Antonio se preguntaba, yo encontraba las respuestas sin dudar y me hundía más y más en la impotencia. Incapaz de recobrar su confianza o explicarle que nunca debió perderla. Imposible hacerle ver que había hecho aflorar lo bueno que hubiera en mí, que había desechado mis anquilosadas y prototípicas ideas sobre lo que una mujer necesita, sobre aquello que nos enamora de un hombre. Tenía demasiadas cosas que decir y de las que convencerlo.

Respiré hondo y hablé. Con calma, acepté su decisión. “Piensa cuanto quieras, estás en tu derecho. Ya conocías todo cuanto has leído. Yo misma te lo he contado, sin tapujos ni medias verdades. Soy así, Juan Antonio. Soy el fruto de lo que he vivido hasta este día. De mis errores y mis aciertos, y lo que hoy existe entre tú y yo, también lo es... y no lo quiero perder”

Mientras hablaba no podía dejar de repetir en mi cabeza la idea: Pensar. Pensar y llegar a perderlo. Qué miedo... Continué.

“Quizás crees que no hay muchas mujeres como yo, que he vivido en el libertinaje, que he dejado de respetar a los demás y a mí misma, que he olvidado el valor de una relación. Pero la verdad es que todas sentimos y todas deseamos, que soy libre y soy honesta conmigo y con los demás. Que nunca te he mentido y, después de vivirlo y experimentar... quiero cuidar esta relación, quiero que crezca, quiero que llene mi espacio y lime mi mal genio, que me haga sonreír otras tantas veces al día, quiero mirarte y reconocerme en ti y quiero, sobre todas las cosas, que entiendas que no voy a cambiar, que no voy a olvidar a las personas que pasaron por aquí, no voy a dejar de escribir, porque es mío, lo necesito y me hace feliz. Puedo quererte habiendo querido. Quiero quererte, más allá de todo lo que he querido.”

Al día siguiente, Juan Antonio salía de viaje y poco después lo haría yo. Pasaron 10 días hasta que nos volvimos a ver. 

lunes, 26 de julio de 2010

Felices 26

De un tiempo a esta parte, quizá demasiado, pasan mis días entre empleo oficial y trabajo clandestino, entre ensayos y preparativos para shows, celebraciones, ansiadas minivacaciones... necesitaba divertirme y hacerlo a lo grande.


El pasado viernes cumplí 26 años y, en mi tónica, no pensaba celebrarlo. SIEMPRE OCURRE ALGO EN MI ANIVERSARIO. Debo ser gafe o algo así, de modo que, en la medida de lo posible, rehuyo la fecha.

Sin embargo, en los últimos años, me he cruzado con personas, en unos casos se marcharon y en otros permanecieron, que han devuelto el sentido a aquello de celebrar que nos acercamos al final. Mi gente ha conseguido que recobre la conciencia de la suerte que es caminar por este monstruoso mundo.

El 2010, que parecía capaz de matarme de un susto y se presumía negro y tormentoso, nos ha sorprendido con alegrías y satisfacciones de todas las naturalezas.

El trabajo no es mejor, pero es trabajo y no todos lo tienen. El dinero no abunda, pero estamos en el camino, recobraremos la paz interior. El hogar es complicado, pero hay intención y cambio y esperanza y amor. Mis padres me adoran, no me queda la menor duda. Todos nos vemos más y nos miramos con ternura, nos reconocemos en el prójimo y aceptamos nuestras formas y su contenido. Amo, sobre todas las cosas a mi familia, del primero al último. Empezando por el cuerdo y terminando por el rematadamente loco.

Mis amigos son un regalo que pocos conocen. Me cuidan, me miman, me apoyan y aplauden. Son fans incondicionales, son padres y tutores. Me regañan, me visten y alimentan. Sonríen conmigo y no dudan en llorar si lo necesito. Mis amigos, los de aquí y los de allí, los de siempre, los adoptados, los recién descubiertos, los especiales, los de a diario y los periódicos.

¡Qué suerte la mía! No me canso de decirlo. ¡Cuántas cosas que celebrar! ¡Cuánto bueno y cuán real! Cumplir y seguir cumpliendo, con la crisis, con las deudas, con mi casero y con mi perro, con mi abuela dando guerra, con los hombres y sus cosas. En mi pellejo y sin remedio. Cumplir años, ¡qué alegría!



El fin de semana ha sido al completo una celebración y me siento feliz en mi resaca. Agradecida hasta la eternidad, por las ganas, por el misterio, por mi música favorita y esa luna inolvidable. Por la deliciosa comida y el presente que no merezco. Agradezco las visitas, la tarta y la piñata, el alcohol y las sonrisas, bailar hasta el amanecer y despertar rodeada de recuerdos, bromas y abrazos.



Gracias a todos, por todo.

Gracias a los que pensáis en mí. Los que me soportáis. Los que os reís conmigo y de mi...

Aquellos que me guiñáis un ojo en complicidad, me sentís propia y parte del clan.

Todos los que aceptan mis defectos, mi gordura, que va y viene, mi genio tan cantero y mi falta absoluta de la concepción del protocolo...


Gracias. Muchas gracias. Todas mis gracias

martes, 20 de julio de 2010

Sueños cumplidos que contar a mis nietos

Quizá no lo habéis notado, pero he pasado un periodo fuera de la ciudad, a salvo de la monotonía, a parte de la vida real, lejos de la conexión a internet e incluso de mi misma.


Tal y como me decía un buen amigo, infinita esta suerte de poder, por una semana, alejarme de mi rutina y ser otra persona. Muchos van de vacaciones, algunos dan la vuelta al mundo, otros lucen moreno caribeño... Pero yo sólo puedo dejar en la tierra mi cuerpo, mi mente y todo mi pellejo y volar hacia la estratosfera de la mano de un sueño.

No entendéis nada, ¿verdad? Pues hagámonos con los antecedentes:

Yo debía tener unos 3 años la primera vez que entoné una canción. Fueron varias, en realidad, y creo que marcaron mi carácter y filosofía de vida para el resto de mis días. Mi madre sonríe al recordar cómo extasiaba a las vecinas con grandes clásicos del pop como “Mami, ¿qué será lo que quiere el negro?” o “¿A quién le importa lo que yo haga?” Pobre de mí. Tan joven y cuestionada por razonamientos tan complejos...

Definitivamente, sí. Ya apuntaba maneras.

Hace mucho que mamá no canturrea por casa, quizás los años, tal vez la vida misma, han mermado su capacidad para manifestar en voz alta y envueltos en melodía sus deseos, sus miedos y sus alegrías. Pero lo que no ha variado nada ni nadie es la devoción que me procesa y yo recibo abrumada. Ella siempre creyó en mí, en el posible talento que almacenara, siempre me apoyó y casi empujó a intentarlo. A los ocho años pisé un pequeño plató de televisión enfundada en un traje de cola y desde entonces... creo que he cantado todo lo cantable.

La música para quien la siente de esta manera es oxigeno y es agua, es necesidad vital y el mayor de los placeres. A lo largo de los años he conocido personas de todos los estilos y con planteamientos muy distintos ante el escenario. Para algunos sólo era un divertimento, una excusa para ser el centro de atención y dar paso a la fiesta. Para otros, la música era más de lo que el resto de los humanos pueden entender. El único camino, la verdadera opción, la razón por la que amanecer. Supongo que me encuentro en un punto intermedio entre los dos polos.

Hace muchos años que no sueño con vivir de esto, soy consciente del tipo de vida que me obligaría a llevar, las cosas que ganaría, los tesoros que perdería. Así que no es más que un hobby. Una afición que tengo la suerte de desarrollar. Cantar carga mis pilas. Sencillamente, me alegra la tarde.

Es espeluznante poseer esa llave hacia los sentimientos propios y los de los demás. Es la posibilidad de tocar al público desde lejos, provocar sensaciones en él. Saber que muchos se sentirán identificados en tus letras, querrán cantara a la vez, gritar contigo, saltar a tu lado. Es real, es palpable y puedes conseguir que llegue a ellos y que lloren o rían junto a ti.

Pero si dar es sensacional, recibir es aun mejor. Indescriptible. Algo así como el mejor de los orgasmos. Parecido a percibir cada una de esas manos acariciarte, abrazarte, elevarte sobre las cabezas y lanzarte muy arriba. El aplauso, un zumbido, inteligible. Un temblor, un terremoto bajo los pies que consigue erizar toda la piel. Sus miradas, sus palabras, sólo en ellas consigo entender el mensaje que el clamor no me deja oír con claridad. Muchas palabras en cada uno de ellos. Tanta información.

Durante 10 días me he olvidado de mi trabajo, de mi oficina, mis compañeros de piso e incluso mi amor. Durante algo más de una semana, he dormido 6 horas diarias, ingerido una comida al día y ensayado hasta bien entrada la noche. Hacía muchos meses que preparábamos MAMMA MÍA, EL MUSICAL. Un regalo de la fortuna, una oportunidad única, dos horas de risas y lágrimas inolvidables y un papel, el de Donna, hecho para mí... o acaso desde mí. La cantante de orquesta enganchada a la vida y los placeres que comete el error de enamorarse del hombre equivocado (¿y quién no?) y fracasa en el intento de olvidarlo paseando por otras camas (¡tan común!). Criar sola a una hija y no saber quién es el padre puede resultar una aventura desternillante. Por favor, acercaos a esta historia, en el teatro o en la pantalla, con Nina y su prodigiosa técnica vocal o con Meryl Streep y su fuerza, su flexibilidad, su energía, sus ojos, sus manos, su pelo, su sonrisa, su ternura y su pasión... toda ella es irrepetible.

A salvo de las plataformas y la licra fosforita, tras los besos y las felicitaciones, acabo rendida, agotada, débil y mareada. Conduciendo de vuelta a casa, en medio de la madrugada, o una vez en la cama, en silencio y soledad, cada instante vuelve en mi cabeza. Tan acelerado y tan ruidoso, que no alcanzo a retener los detalles. No puedo dormir, no consigo cerrar los ojos. Imposible dejar de sonreír.

Sólo ha sido un humilde montaje de teatro musical, nacido de la ilusión de una chica rebosante de talento, la incombustible Alicia. Gestado en muchas horas de trabajo, dedicación y sacrificio aficionados. Alumbrado en los nervios, la adrenalina y el miedo a que todo salga mal o a no soportar tanta felicidad.

Quienes me quieren no dejan de repetir lo fantástico que fue todo y yo no puedo dejar de pensar que no ha sido para tanto. Es tan fácil. Es tan hermoso.



Gracias.

Audio: Dancing Queen. ABBA

martes, 6 de julio de 2010

Hombre, mujeres, amigos y todo lo contrario. II Parte

Permitidme que os cuente un secreto, disfruto de mis pequeñas venganzas. Esas que no traen más consecuencias que disimulados ataques de celos.

Si El Torero se podría jugar la vida en un duelo contra mis principios, Mi Salvador sólo pone en peligro sus nervios. Me resultaría muy fácil contactar con la esposa de aquel, con sus amigos y compañeros de trabajo (Redes sociales, ¡bendito invento!), sin embargo, Mi Salvador es aún un misterio en muchos sentidos. (Véase entrada: La erótica del Poder. El Factor X (2ª Parte) y/o La erótica del Poder, 2. Proposiciones Indecentes.) Si bien nuestros encuentros fueron muchos más que los acontecidos entre el primero y yo, El Salvador siempre supo marcar una línea entre nosotros y su intimidad, se las sabe todas, básicamente. No conseguí siquiera saber el nombre de sus hijos, mientras el ahondaba más y más en cada detalle de mi intimidad. A día de hoy podría construir un árbol genealógico de mis antecesores y añadir a cada componente una anécdota familiar.

Se las ha ingeniado para ir y venir de mi vida, según se intensificaba nuestro trato. Se muere de miedo ante la idea de que nos descubran.

Hace tiempo que la nuestra no es una relación... sexual, ni siquiera erótica. Desde que Juan Antonio se coló en mi rutina, he perdido el interés por otras historias, sobre todo por aquellas que no alcanzaban a ofrecer más que una temporada en la cuerda floja. Mi superhéroe es una de esas historias, y él lo sabe. Inteligente, como es, ha deducido en cada una de nuestras miradas que mi fascinación por él se apaga, que ya no espero su saludo matutino, su guiño o su roce. Ya no me acechan los lobos, no deviene el peligro y, en consecuencia, El India Jones del final del pasillo se ha quedado en paro.

Parece lógica su retirada. Ante la ausencia de mis reclamos, ha optado por no jugar partidos perdidos, entonces es cuando, de nuevo, la realidad aparece en escena y deslumbra a los espectadores. Una vez más, es evidente que no era real esa amistad entre nosotros, que su preocupación, su cuidado y consuelo no respondía al cariño forjado en largas charlas, cafés y confidencias; si no a sesiones de sexo rápido aliñadas con morbo y perversión.

Odio, como todas y todos, sentirme usada. Odio las mentiras innecesarias.

Al igual que ocurrió con El Torero, dejé muy claras mis intenciones y aspiraciones con mi amante. No espero nada,   no me reclames nada. No te molestaré, así que respétame. Creí que no era tan complicado. 

Le pedí mil veces que no me dedicara ni una sola palabra que no sintiera... hice caso omiso a sus señales, obvié cuanto de hipnotizador había en su persona, las melodías que me dedicó, los poemas que decía escribirme en sus madrugadas...

Voy mendigando un algo, muchacha, amiga
 Un algo oculto y tuyo, que pueda perder siempre.
 Acaso una tibieza que se está malgastando
 como el sol en la ería o al agua en los esteros.

 Algo que pueda un día haber sido, y se aleje.
 con el paso cansado de los tranvías pobres.
 La ausente cercanía es la red más tupida
 que el mar, o la tristeza, despliega entre dos cuerpos.

 Tener tu forma lejos y al alcance del tacto
 es andar por el mundo, pero no haber nacido;
 y el tiempo sigue, amiga, y hay un barco que cruje
 cuando en la noche, solo, doy vueltas en el lecho.

  Cada hora que pasa la muerte por tus hombros
  se va llevando algo de lo que yo te pido.
  Estoy solo esta noche, muchacha, y es pecado
  que mañana despiertes y otro surco se cierre.

  Como cuando el estío agosta las marismas,
  así el amor reseco deja un poso salobre.
  El mar está creado para el descubrimiento
  y mil velas reclaman tu cuerpo navegable.

  Un cosmos de caderas giratorias se cierne
  sobre este pedacito de amordazada hombría;
  estoy soltando el freno, pues algo me lo pide
  y no se quién me doma con cintas y atalajes.

  Se me adentran temblores de fusta por los ojos
  y es una angustia informe, y una letal conciencia
  el ver como atarcedes. Y es triste que no sienta
  la crecida de un río, como un Odiel de llanto.

  Estoy solo esta noche, y no me falta nada;
  y el hombre necesita perder para ir viviendo.
  Solo te pido el roce de tu cuerpo suavísimo
  que pueda sostenerme después, cuando recuerde.

¿Por qué le llaman amor si sólo apelan al deseo? No quiero ni pensar en el daño que me habría infringido creerle y dejarme llevar por sus embrujos. Era tan fácil ser sólo colegas y, de nuevo, hoy mancha esa amistad con su desdén, su indiferencia, su silencio; que humilla tanto como un insulto, como aquel “…si me preguntan, no te conozco…”

Pero la ocasión la pintan calva, y el mejor de los postres es esa venganza tardía, forjada a fuego lento, en cada detalle y movimiento. O simplemente, aquella que surge en el momento adecuado y el instante preciso y una rubia como yo sabe aprovechar.

El azar o la Virgen del Carmen han traído a mi despacho a un becario procedente de la vieja Italia. Casi 30 años de edad, licenciado en Relaciones Internacionales, creativo, aunque pausado, sensual y despeinado y peligrosamente canalla en el mirar. Es alto, muy delgado, un pelín desgarbado, educado en las maneras y simpático en la intimidad. Stefano va a quedarse conmigo hasta el otoño, para darme compañía, potenciar el área de comunicación de la empresa y aliviar mi carga de trabajo y sólo mi carga de trabajo.
Ha llamado la atención tanto de las mujeres como de los hombres que frecuentan el edificio, y no sé si se han acostumbrado al paseo diario de un hippie descarado por sus pasillos.

El denominado Mi Salvador también se ha percatado del nuevo fichaje y así me lo ha hecho saber. Por mi parte, sólo me preocupo de ahorrar energía y mantener la temperatura, así que cierro la puerta de la oficina y dejo que la imaginación de mi amigo haga el resto. Se que le hierve la sangre. Escucho sus pasos aproximarse, como siempre, y los adivino más lentos, ahora no vuela de un lado a otro, si no que se recrea en el vistazo que me dedica, serio, receloso, quizás un poco ofendido.

Cierto es que Stefano ha dado alegría a la fundación y hace las mañanas más llevaderas, no obstante, no es mi tipo, ni lo sería por más que desinfectase su cabellera. Pero me hace reír y me regala la posibilidad de inyectar acción a la anquilosada amistad entre Mi Salvador y Yo. Si mantener la compostura no es posible, si no hay lugar para la amistad entre hombres y mujeres y sus amantes, si de pellizcar la llaga se trata, esta rubia se amolda. No queda condescendencia en la lacena, comienza el combate.

lunes, 5 de julio de 2010

Hombres, mujeres, amigos y todo lo contrario.

Inaugurado el mes de julio, en la ciudad entera asume el Verano.
Treinta grados a las 8 de la mañana… panorama alentador, ¡menuda semana nos espera!

En esta ciudad, el verano trae calor, terraza, cuerpos al sol e historias del pasado. Creía que el invierno y su navidad eran los momentos idóneos para recordar, sin embargo, no sé que les pasa a los hombres en verano, que retoman sus más bajos instintos y sencillamente, pierden la compostura.

Se me ocurren un par de teorías: esas temperaturas alterando las hormonas e hirviendo la sangre de las mentes más frías. O, quizás, todo viene de la mano de las salidas nocturnas, en un intento de aliviar el calor, que acompañadas de copas y más copas, dan lugar a llamadas y más llamadas.
A mí, el calor no me convierte en un ser más receptivo ante algunos reclamos y por el contrario, ayuda a que mi faceta cruel aflore de las entrañas.
En las últimas semanas se han sucedido pequeños detalles que en la noche de antes de ayer, terminaron por definir esa repulsión que los hombres sin remedio ni clase despiertan en mi.
Si las llamadas a media noche no resultan halagadoras, que tales convocatorias se repitan incesantes, sucesivas... me terminan crispando los nervios. Ni colgando ni advirtiendo se dan por aludidos… y yo he llegado a plantearme seriamente, tomar las riendas de semejante agravio.
¿Recuerdan ustedes a aquel negro que me rondaba noche y día en busca de desconocido atractivo y placer? (Ver entrada: Llamada perdida) Pues aunque sabe que sé que no es más que un caradura malcriado, se empeña en insistir y molestar, y no le importa que yo me empeñe en ignorarlo y olvidar.

El caso de este individuo nada tiene de especial, él no lo es, nuestra historia no lo fue y, lógicamente, no lo será. Lo que realmente ha encendido mis alarmas y avivado el fuego del RENCOR son las intrusiones de medianoche que el jefe del negro, protagoniza en los últimos tiempos.
Para entender mejor la historia, empecemos por el principio. Hace algún tiempo os hablé de aquel chico, bien posicionado y apuesto, que alternaba su trabajo, sus amigos, su mujer y su bebé con citas conmigo en mi patio cordobés. Mis amigas y yo, picaramente, le llamábamos El Torero. (Ver entrada: Estado civil: INFIEL) Llegó a mi vida, como os dije, en pleno verano, en plena fiesta, en medio de una de mis atómicas relaciones y me alucinó. No sólo por esos ojos verdes que taladran murallas, si no porque resultó ser un chico encantador, educado, simpático y apasionado como pocos. Cuando supe que hacía varios años que había pisado el altar ya era tarde. Sufría lo que yo misma denominaría como DESEO INFERNAL. Lo deseaba con avaricia, tenía que poseerlo (¡atención a mi lado masculino!), besarlo, morderlo y hacerlo temblar toda la noche.
En mi línea, olvidé cualquier tipo de aspiración sentimental y me centré en ganarme su confianza y su amistad. No fue difícil, sé que se sentía cómodo conmigo. Hablábamos, bromeábamos, éramos realmente sinceros el uno con el otro y eso forjo un curioso cariño.
Pero supongo que no pueden evitarlo. No hay manera de que ganen, aún con el tiempo y las vivencias, el atisbo de razón que los convierta en seres humanos. Siguen demasiado cerca del semental de la manada. El Torero comenzó a controlar mis otras citas, mis otras amistades e, incluso, mis prioridades y mis decisiones.

Él, aquel que sin remordimientos me aseguró que “si alguien le preguntara, siempre juraría que no me conoce de nada”, se atrevía a intentar prohibir el resto de mis relaciones.
Si algo me ha enseñado ser tan puta es que en este cuerpo mío sólo mando yo.

Por muy bellos ojos que luzcas, muy deslumbrante que sea tu sonrisa o muy efectiva que sea tu técnica amatoria.

Cuando sus intenciones chocaron con mi muro de libertad, el envoltorio de hombre encantador resbaló hasta sus pies y dejó a la luz el macho de cabra que un gran número de varones guarda en su interior.
Desaparecieron las llamadas a media tarde, las risas, las anécdotas, los secretos compartidos y la complicidad. En resumen, desapareció. Creí, he de ser sincera, que no era más que un arrebato de crío llorón, ya los había sufrido antes. Confiaba en los buenos momentos juntos, en la paz que encontraba en nuestras citas. Pero el tiempo pasó y pasó su recuerdo.
Por una parte, agradecí la espantada, que dicen que lo bueno si es breve, dos veces bueno. Alguna vez eche de menos ciertos detalles. Pero, en general, aquel niñato había dejado un buen sabor de boca en mí y sabía que si el azar nos regalaba un tropiezo, habría sonrisas y algún abrazo falsamente inocente.
Mi sorpresa fue, que no hizo falta tropiezo, encuentro o reencuentro y El Torero volvió a mi actualidad sin ser requerido, ni mucho menos deseado. En los últimos tiempos, sufro sus interrupciones entrada la media noche. Llamadas que se extienden hasta el amanecer y que aunque cuelgue o apague el teléfono, se multiplican y me saludan a la mañana siguiente.
¡Qué pena! La que pudo ser una bonita amistad, se ve torcida por un testarudo maleducado. ¿Cómo debería reaccionar yo?, ¿Pasar página?, ¿Confiar en que se aburrirá y me dejará dormir?
Le expliqué en alguna ocasión que yo no funcionaba como ninguna amante que hubiera tenido. Puesto que no esperaba nada de él, nunca me sentiría decepcionada, engañada o utilizada. Sólo nos ofreceríamos sinceridad y buenos alimentos. Yo no le molestaría y el no se inmiscuiría en mi vida. Yo lo protegería y el me respetaría y se limitaría a devolverme el trato de igual que yo le procuraba.

Creí que había quedado claro, que estaba aceptado, firmado y asimilado. Sin embargo, no parece que sea así. Mi opinión sobre los reclamos de madrugada está muy clara y ya la conocéis, como la conocía él. ¿Qué pretende entonces? ¿Provocarme? ¿Espera que haga justicia y explique a su señora y amigos la clase de buen esposo que es? ¿Necesita que publique los e-mails, mensajes y confesiones que me hizo y guardo?
Amigas y amigos, el rencor, la venganza no repara el daño digerido, ni devuelve la paz perdida. Pero si el muchacho se empeña en ahondar en la llaga y llamarme barata a la cara, no habrá más que aclararle los puntos y temas.

¡¿Quizás ha pensado que me he pasado al gremio del taxi 24 horas o a aquel de la comida casera a domicilio?!
Qué pena… en serio. Qué pena que jueguen tan libremente con la felicidad de quienes tienen cerca sin cuestionarse ni valorar las repercusiones. Qué pena que no sepan jugar. Que no sepan perder, ni ganar.

...

martes, 22 de junio de 2010

LA CRUDA REALIDAD. (Grandes Esperanzas, Espectativas Rotas. 2ª Parte)

 Y de repente, la lluvia. Habíamos olvidado la presión de las botas en los pies, y el tacto de la chaqueta en los brazos, pero es que, a 15 días del comienzo del verano, hoy ha diluviado. Incesantemente. Sin tregua ni piedad.

He desempolvado el paraguas y he reunido valor para pasar la mañana con las luces encendidas, sobreviviendo a las tinielas del aguacero y a las que mi jefe me procura.

Yo, como el día, he amanecido gris, aunque no lluviosa. No es exactamente tristeza lo que gasto hoy. En realidad, estoy en algún lugar entre la apatía y la rabia, para ser más concreta, diría que esto no es más que decepción.

Decepcionada porque este mal tiempo no rima con las fechas, desanimada porque no llega ese viaje al otro lado del mundo que aleje a mi superior de mi lado, al menos, por unas semanas. Desencantada porque la segunda entrega de la película que ansiaba ver desde hace un año, ha resultado ser un spot publicitario de dos horas y media sobre Abu Dabi y sus encantos (los de un complejo hotelero, más exactamente), con el patrocinio de las firmas de moda más prestigiosas. Pero ni rastro de las grandes historias, los entrañables personajes y sus divertidos debates. En su lugar, tenía la sensación de haber comprado una VOGUE tamaño industrial, con sus 8 primeras y 8 últimas páginas dedicadas a Dior, Vuitton, Valentino, Blahnik… ¡qué sé yo! Me pierdo en estos derroteros. ¿El interior? Reportajes sobre viajes, restaurantes, decoración y estilos de vida glamourosos esponsorizados por otro tanto de las mismas firmas.

Los personajes más entrañables, ahora sólo son cursis, los más excepcionales, simplemente, soeces. Esperaba reír al reconocerme en anécdotas, deseaba que los amores eternos me provocaran alguna lágrima, que los estilismos imposibles me dejaran pegada a la butaca y ponerme a bailar sin remedio con una banda sonora arrebatadora. Efectivamente bailé, aunque con los créditos, y sonreí con algunos detalles, pero la realidad supera a la ficción y las conexiones me hicieron más daño que gracia.

De la misma manera en que yo decepcioné a Borja, Sexo en Nueva York 2, me ha decepcionado a mí y la culpa sólo es mía.

¿Quién le pidió a él que confundiera mi persistente sonrisa con un talante conformista o sumiso? ¿Quién me aseguró que, en esta ocasión, la segunda parte valdría la pena? Eso es. Nadie.

Esa es la problemática de las expectativas y esperanzas, por lo normal se ajustan a idealizaciones, fruto de lo que la televisión y el HOLA nos inculca. El choque de bruces con la realidad es inminente y doloroso. El corazón se agrieta, es cierto, pero bajo nuestra propia responsabilidad.

No obstante, me preocupan ese tipo de reacciones. No es que las razonadas conclusiones que Borja pudiera extraer de mi persona afecten a mi autoestima. Este no sería siquiera un hecho apreciable si no fuera porque no es un ejemplo aislado. Si miro atrás, en mi experiencia con los hombres, he encontrado alguno que otro con tendencia a la imaginación. Una costumbre bonita, que nos devuelve a la infancia y, sin lugar a duda, positiva. Pero soñar despiertos con el resto de seres humanos no es sano y comprende ciertos daños colaterales.

Recuerdo a Curro, con algunas lagunas, sí, admito que a veces me enamoro y entrego sin valorar los pros y los contras lo suficiente, ni ser demasiado objetiva. Él también creó unas expectativas en torno a mí, se convirtió en algo así como mi representante y ¡apostaba por mi carrera en el cine! Lo tenía clarísimo, me veía en los carteles, coronada de luces de neón. Creo que fumaba alguna sustancia peligrosa. Como buen manager, cuidaba de mi talento, se esforzaba por potenciarlo, así, me invitaba a durísimas jornadas de bronceado en playas nudistas desconocidas (esfuerzo que le agradezco), me ofrecía completas sesiones de saludable sexo (nada que reseñar al respecto) y cuidaba de mi figura con una estricta dieta que yo ni aprobaba ni entendía ni necesitaba.

“¿No te das cuenta? Tienes la cara perfecta… pero esa tripita

¡¿Cómo si yo no tuviera suficiente con los piropos de mi abuela y un imborrable pasado de niña regordeta?! Al principio, mientras sus energías sólo se plasmaban en consejos inocentes, en mi línea, yo sonreía, asentía y daba por zanjada la conversación. Pero una mañana se atrevió a contar las galletas que tomaba en el desayuno y, en ese mismo instante, se nos rompió el amor… de tanto coartarlo. ¿He mencionado que a penas hacía tres semanas que compartíamos nuestras vidas? Curro, y no lo digo con afán despectivo, era un quinceañero encerrado en el cuerpo de un hombre de treinta y seis. No es que fuera inmaduro, es que seguía creyendo en las hadas. Insisto, algo debía fumar en extrañas circunstancias…

Pequeño, canijucho, supongo que me sedujo su voz, profunda, su acento del norte y unas manos de dedos prometedores. Hasta aquí todo cierto, todo demostrable. Más allá de estos límites, existían excesivas verdades a medias en la vida de Curro. Me alegro de haber fallado a sus expectativas, me alivia no haber dejado de comer galletas.

¿Y yo? ¿He creado esperanzas entorno a la gente que me rodea con el sólo fin de decepcionarme? No me refiero sólo a hombres, también pueden ser mis amigas, a mis padres. ¿En qué punto termina lo básico y empiezan las aspiraciones infladas? No tengo derecho a exigir ni esos mínimos, si no son ofrecidos libremente. Si mis amigas llegan tarde o mi madre olvida cocinar mi plato preferido para mi visita del fin de semana, ¿hay lugar para mi decepción? ¿Le fallé a Borja al descambiar mi tolerancia por reproches y coraje? ¿Lo hice al engullir dulces porque me apetecía sin tener en cuenta los deseos de Curro?

No eran tantas las galletas, no era creíble el personaje de Borja, mis amigas no llegaron tan tarde a la cita y no fue tan fascinante sumergirse en el Medio Oriente de la mano de unos Carrie y Mr. Big viejos y perezosos. Espero que mañana brille el sol, radiante, y el día de hoy ya no sea para tanto.

Golondrinas Negras

Algunos días amanece nublado y las nubes cubren el cielo hasta bien avanzada la jornada. Otros, las nubes dan paso a trueno, centellas y aguaceros y no hay más remedio que esperar a un nuevo sol. En otras ocasiones, los días son nublados, sin discusión, pero el cielo te sorprende con rayos de luz con nombre propio. Mi madre es uno de esos fugaces momentos de claridad, uno de esos rayos que te provocan una sonrisa.
Todo empezó esta mañana, cuando, de repente, me ha sorprendido un sentimiento que no gasto en demasía. RENCOR. Creo que, como un animal enjaulado iba notando presencias acechantes a mí alrededor y, en mi cabeza, una voz me repetía, no te fíes de nadie. PARANOICA hasta morir, las horas han pasado terriblemente torpes.

Que yo sepa, no me aqueja ninguna psicopatía que no sufra cualquier hijo de vecino, pero es que, en las últimas horas, una serie de catastróficos desacuerdos, desaires, malentendidos y revelaciones, han teñido mi alegría y herido gravemente mi ilusión. Estas cosas son así. Como para gustos, colores, yo no podía ser multicolor y hay gente a la que no le gusto. A buen entendedor...

Ese miedo a la traición, ha hecho florecer otros miedos y otras traiciones latentes, que desde la frialdad no tienen sentido y no han de ocurrir, pero no puedo dejar de adivinar los ojos acusadores, los susurros a mis espaldas, los rumores, los gestos ofensivos y el horrendo final...

¡Menos mal que tengo a mamá! Mi madre es algo así como un ángel que en un descuido resbaló de su nube y dio a parar de bruces en este perverso escenario. Todo el mundo quiere a mi madre, todo el mundo la conoce, le saluda, le estima, le tiene en consideración y le reclama. Mi madre es una mujer excepcional, como todas las madres. Ojalá, me pareciera más a ella.

Hace un momento, recibí su llamada. Quería saber que tal evolucionaba mi manía persecutoria y al notarme preocupada ha esperado el momento preciso para arreglarlo todo con uno de esos despliegues de sabiduría mística que ella gasta:

“Pues ¿sabes qué? ¡Tengo una golondrina!”

A lo que atónita le he respondido: “Mamá ¡¿desde cuándo tienes tú una golondrina?! ¡¿Y para qué quieres ese pajarraco, si la gente por lo normal quiere echarlas de sus tejados?!”

Tan feliz y parsimoniosa como siempre, me ha dado la solución: “... ¡Qué sabrá la gente! Quiere hacer un nido en el patio de casa. La vecina Fina quería espantarla, pero eso es porque no se ha detenido ni un segundo a observarla bien... ¡es taaan mansita! ¡Me da igual lo que digáis! Voy a quedarme esa golondrina, porque es muy bonita cuando vuela y también lo es cuando la miras más cerca.”

Qué suerte de madre la mía. Cocina de maravilla, lo arregla todo y todo lo remedia con un cuento sobre golondrinas negras...