aviso al lector

Cada una de las historias y anécdotas que encontrará en este blog son producto de una mente perversa y sobre-dopada. Los lugares, como los nombres o las expresiones son ficticios y ningún parecido con la realidad debe ser tomado en cuenta.

Si, bajo su propia responsabilidad y criterio, decide creerlas, ... ¡eso que se lleva!

martes, 6 de julio de 2010

Hombre, mujeres, amigos y todo lo contrario. II Parte

Permitidme que os cuente un secreto, disfruto de mis pequeñas venganzas. Esas que no traen más consecuencias que disimulados ataques de celos.

Si El Torero se podría jugar la vida en un duelo contra mis principios, Mi Salvador sólo pone en peligro sus nervios. Me resultaría muy fácil contactar con la esposa de aquel, con sus amigos y compañeros de trabajo (Redes sociales, ¡bendito invento!), sin embargo, Mi Salvador es aún un misterio en muchos sentidos. (Véase entrada: La erótica del Poder. El Factor X (2ª Parte) y/o La erótica del Poder, 2. Proposiciones Indecentes.) Si bien nuestros encuentros fueron muchos más que los acontecidos entre el primero y yo, El Salvador siempre supo marcar una línea entre nosotros y su intimidad, se las sabe todas, básicamente. No conseguí siquiera saber el nombre de sus hijos, mientras el ahondaba más y más en cada detalle de mi intimidad. A día de hoy podría construir un árbol genealógico de mis antecesores y añadir a cada componente una anécdota familiar.

Se las ha ingeniado para ir y venir de mi vida, según se intensificaba nuestro trato. Se muere de miedo ante la idea de que nos descubran.

Hace tiempo que la nuestra no es una relación... sexual, ni siquiera erótica. Desde que Juan Antonio se coló en mi rutina, he perdido el interés por otras historias, sobre todo por aquellas que no alcanzaban a ofrecer más que una temporada en la cuerda floja. Mi superhéroe es una de esas historias, y él lo sabe. Inteligente, como es, ha deducido en cada una de nuestras miradas que mi fascinación por él se apaga, que ya no espero su saludo matutino, su guiño o su roce. Ya no me acechan los lobos, no deviene el peligro y, en consecuencia, El India Jones del final del pasillo se ha quedado en paro.

Parece lógica su retirada. Ante la ausencia de mis reclamos, ha optado por no jugar partidos perdidos, entonces es cuando, de nuevo, la realidad aparece en escena y deslumbra a los espectadores. Una vez más, es evidente que no era real esa amistad entre nosotros, que su preocupación, su cuidado y consuelo no respondía al cariño forjado en largas charlas, cafés y confidencias; si no a sesiones de sexo rápido aliñadas con morbo y perversión.

Odio, como todas y todos, sentirme usada. Odio las mentiras innecesarias.

Al igual que ocurrió con El Torero, dejé muy claras mis intenciones y aspiraciones con mi amante. No espero nada,   no me reclames nada. No te molestaré, así que respétame. Creí que no era tan complicado. 

Le pedí mil veces que no me dedicara ni una sola palabra que no sintiera... hice caso omiso a sus señales, obvié cuanto de hipnotizador había en su persona, las melodías que me dedicó, los poemas que decía escribirme en sus madrugadas...

Voy mendigando un algo, muchacha, amiga
 Un algo oculto y tuyo, que pueda perder siempre.
 Acaso una tibieza que se está malgastando
 como el sol en la ería o al agua en los esteros.

 Algo que pueda un día haber sido, y se aleje.
 con el paso cansado de los tranvías pobres.
 La ausente cercanía es la red más tupida
 que el mar, o la tristeza, despliega entre dos cuerpos.

 Tener tu forma lejos y al alcance del tacto
 es andar por el mundo, pero no haber nacido;
 y el tiempo sigue, amiga, y hay un barco que cruje
 cuando en la noche, solo, doy vueltas en el lecho.

  Cada hora que pasa la muerte por tus hombros
  se va llevando algo de lo que yo te pido.
  Estoy solo esta noche, muchacha, y es pecado
  que mañana despiertes y otro surco se cierre.

  Como cuando el estío agosta las marismas,
  así el amor reseco deja un poso salobre.
  El mar está creado para el descubrimiento
  y mil velas reclaman tu cuerpo navegable.

  Un cosmos de caderas giratorias se cierne
  sobre este pedacito de amordazada hombría;
  estoy soltando el freno, pues algo me lo pide
  y no se quién me doma con cintas y atalajes.

  Se me adentran temblores de fusta por los ojos
  y es una angustia informe, y una letal conciencia
  el ver como atarcedes. Y es triste que no sienta
  la crecida de un río, como un Odiel de llanto.

  Estoy solo esta noche, y no me falta nada;
  y el hombre necesita perder para ir viviendo.
  Solo te pido el roce de tu cuerpo suavísimo
  que pueda sostenerme después, cuando recuerde.

¿Por qué le llaman amor si sólo apelan al deseo? No quiero ni pensar en el daño que me habría infringido creerle y dejarme llevar por sus embrujos. Era tan fácil ser sólo colegas y, de nuevo, hoy mancha esa amistad con su desdén, su indiferencia, su silencio; que humilla tanto como un insulto, como aquel “…si me preguntan, no te conozco…”

Pero la ocasión la pintan calva, y el mejor de los postres es esa venganza tardía, forjada a fuego lento, en cada detalle y movimiento. O simplemente, aquella que surge en el momento adecuado y el instante preciso y una rubia como yo sabe aprovechar.

El azar o la Virgen del Carmen han traído a mi despacho a un becario procedente de la vieja Italia. Casi 30 años de edad, licenciado en Relaciones Internacionales, creativo, aunque pausado, sensual y despeinado y peligrosamente canalla en el mirar. Es alto, muy delgado, un pelín desgarbado, educado en las maneras y simpático en la intimidad. Stefano va a quedarse conmigo hasta el otoño, para darme compañía, potenciar el área de comunicación de la empresa y aliviar mi carga de trabajo y sólo mi carga de trabajo.
Ha llamado la atención tanto de las mujeres como de los hombres que frecuentan el edificio, y no sé si se han acostumbrado al paseo diario de un hippie descarado por sus pasillos.

El denominado Mi Salvador también se ha percatado del nuevo fichaje y así me lo ha hecho saber. Por mi parte, sólo me preocupo de ahorrar energía y mantener la temperatura, así que cierro la puerta de la oficina y dejo que la imaginación de mi amigo haga el resto. Se que le hierve la sangre. Escucho sus pasos aproximarse, como siempre, y los adivino más lentos, ahora no vuela de un lado a otro, si no que se recrea en el vistazo que me dedica, serio, receloso, quizás un poco ofendido.

Cierto es que Stefano ha dado alegría a la fundación y hace las mañanas más llevaderas, no obstante, no es mi tipo, ni lo sería por más que desinfectase su cabellera. Pero me hace reír y me regala la posibilidad de inyectar acción a la anquilosada amistad entre Mi Salvador y Yo. Si mantener la compostura no es posible, si no hay lugar para la amistad entre hombres y mujeres y sus amantes, si de pellizcar la llaga se trata, esta rubia se amolda. No queda condescendencia en la lacena, comienza el combate.

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