aviso al lector

Cada una de las historias y anécdotas que encontrará en este blog son producto de una mente perversa y sobre-dopada. Los lugares, como los nombres o las expresiones son ficticios y ningún parecido con la realidad debe ser tomado en cuenta.

Si, bajo su propia responsabilidad y criterio, decide creerlas, ... ¡eso que se lleva!

martes, 22 de junio de 2010

LA CRUDA REALIDAD. (Grandes Esperanzas, Espectativas Rotas. 2ª Parte)

 Y de repente, la lluvia. Habíamos olvidado la presión de las botas en los pies, y el tacto de la chaqueta en los brazos, pero es que, a 15 días del comienzo del verano, hoy ha diluviado. Incesantemente. Sin tregua ni piedad.

He desempolvado el paraguas y he reunido valor para pasar la mañana con las luces encendidas, sobreviviendo a las tinielas del aguacero y a las que mi jefe me procura.

Yo, como el día, he amanecido gris, aunque no lluviosa. No es exactamente tristeza lo que gasto hoy. En realidad, estoy en algún lugar entre la apatía y la rabia, para ser más concreta, diría que esto no es más que decepción.

Decepcionada porque este mal tiempo no rima con las fechas, desanimada porque no llega ese viaje al otro lado del mundo que aleje a mi superior de mi lado, al menos, por unas semanas. Desencantada porque la segunda entrega de la película que ansiaba ver desde hace un año, ha resultado ser un spot publicitario de dos horas y media sobre Abu Dabi y sus encantos (los de un complejo hotelero, más exactamente), con el patrocinio de las firmas de moda más prestigiosas. Pero ni rastro de las grandes historias, los entrañables personajes y sus divertidos debates. En su lugar, tenía la sensación de haber comprado una VOGUE tamaño industrial, con sus 8 primeras y 8 últimas páginas dedicadas a Dior, Vuitton, Valentino, Blahnik… ¡qué sé yo! Me pierdo en estos derroteros. ¿El interior? Reportajes sobre viajes, restaurantes, decoración y estilos de vida glamourosos esponsorizados por otro tanto de las mismas firmas.

Los personajes más entrañables, ahora sólo son cursis, los más excepcionales, simplemente, soeces. Esperaba reír al reconocerme en anécdotas, deseaba que los amores eternos me provocaran alguna lágrima, que los estilismos imposibles me dejaran pegada a la butaca y ponerme a bailar sin remedio con una banda sonora arrebatadora. Efectivamente bailé, aunque con los créditos, y sonreí con algunos detalles, pero la realidad supera a la ficción y las conexiones me hicieron más daño que gracia.

De la misma manera en que yo decepcioné a Borja, Sexo en Nueva York 2, me ha decepcionado a mí y la culpa sólo es mía.

¿Quién le pidió a él que confundiera mi persistente sonrisa con un talante conformista o sumiso? ¿Quién me aseguró que, en esta ocasión, la segunda parte valdría la pena? Eso es. Nadie.

Esa es la problemática de las expectativas y esperanzas, por lo normal se ajustan a idealizaciones, fruto de lo que la televisión y el HOLA nos inculca. El choque de bruces con la realidad es inminente y doloroso. El corazón se agrieta, es cierto, pero bajo nuestra propia responsabilidad.

No obstante, me preocupan ese tipo de reacciones. No es que las razonadas conclusiones que Borja pudiera extraer de mi persona afecten a mi autoestima. Este no sería siquiera un hecho apreciable si no fuera porque no es un ejemplo aislado. Si miro atrás, en mi experiencia con los hombres, he encontrado alguno que otro con tendencia a la imaginación. Una costumbre bonita, que nos devuelve a la infancia y, sin lugar a duda, positiva. Pero soñar despiertos con el resto de seres humanos no es sano y comprende ciertos daños colaterales.

Recuerdo a Curro, con algunas lagunas, sí, admito que a veces me enamoro y entrego sin valorar los pros y los contras lo suficiente, ni ser demasiado objetiva. Él también creó unas expectativas en torno a mí, se convirtió en algo así como mi representante y ¡apostaba por mi carrera en el cine! Lo tenía clarísimo, me veía en los carteles, coronada de luces de neón. Creo que fumaba alguna sustancia peligrosa. Como buen manager, cuidaba de mi talento, se esforzaba por potenciarlo, así, me invitaba a durísimas jornadas de bronceado en playas nudistas desconocidas (esfuerzo que le agradezco), me ofrecía completas sesiones de saludable sexo (nada que reseñar al respecto) y cuidaba de mi figura con una estricta dieta que yo ni aprobaba ni entendía ni necesitaba.

“¿No te das cuenta? Tienes la cara perfecta… pero esa tripita

¡¿Cómo si yo no tuviera suficiente con los piropos de mi abuela y un imborrable pasado de niña regordeta?! Al principio, mientras sus energías sólo se plasmaban en consejos inocentes, en mi línea, yo sonreía, asentía y daba por zanjada la conversación. Pero una mañana se atrevió a contar las galletas que tomaba en el desayuno y, en ese mismo instante, se nos rompió el amor… de tanto coartarlo. ¿He mencionado que a penas hacía tres semanas que compartíamos nuestras vidas? Curro, y no lo digo con afán despectivo, era un quinceañero encerrado en el cuerpo de un hombre de treinta y seis. No es que fuera inmaduro, es que seguía creyendo en las hadas. Insisto, algo debía fumar en extrañas circunstancias…

Pequeño, canijucho, supongo que me sedujo su voz, profunda, su acento del norte y unas manos de dedos prometedores. Hasta aquí todo cierto, todo demostrable. Más allá de estos límites, existían excesivas verdades a medias en la vida de Curro. Me alegro de haber fallado a sus expectativas, me alivia no haber dejado de comer galletas.

¿Y yo? ¿He creado esperanzas entorno a la gente que me rodea con el sólo fin de decepcionarme? No me refiero sólo a hombres, también pueden ser mis amigas, a mis padres. ¿En qué punto termina lo básico y empiezan las aspiraciones infladas? No tengo derecho a exigir ni esos mínimos, si no son ofrecidos libremente. Si mis amigas llegan tarde o mi madre olvida cocinar mi plato preferido para mi visita del fin de semana, ¿hay lugar para mi decepción? ¿Le fallé a Borja al descambiar mi tolerancia por reproches y coraje? ¿Lo hice al engullir dulces porque me apetecía sin tener en cuenta los deseos de Curro?

No eran tantas las galletas, no era creíble el personaje de Borja, mis amigas no llegaron tan tarde a la cita y no fue tan fascinante sumergirse en el Medio Oriente de la mano de unos Carrie y Mr. Big viejos y perezosos. Espero que mañana brille el sol, radiante, y el día de hoy ya no sea para tanto.

Golondrinas Negras

Algunos días amanece nublado y las nubes cubren el cielo hasta bien avanzada la jornada. Otros, las nubes dan paso a trueno, centellas y aguaceros y no hay más remedio que esperar a un nuevo sol. En otras ocasiones, los días son nublados, sin discusión, pero el cielo te sorprende con rayos de luz con nombre propio. Mi madre es uno de esos fugaces momentos de claridad, uno de esos rayos que te provocan una sonrisa.
Todo empezó esta mañana, cuando, de repente, me ha sorprendido un sentimiento que no gasto en demasía. RENCOR. Creo que, como un animal enjaulado iba notando presencias acechantes a mí alrededor y, en mi cabeza, una voz me repetía, no te fíes de nadie. PARANOICA hasta morir, las horas han pasado terriblemente torpes.

Que yo sepa, no me aqueja ninguna psicopatía que no sufra cualquier hijo de vecino, pero es que, en las últimas horas, una serie de catastróficos desacuerdos, desaires, malentendidos y revelaciones, han teñido mi alegría y herido gravemente mi ilusión. Estas cosas son así. Como para gustos, colores, yo no podía ser multicolor y hay gente a la que no le gusto. A buen entendedor...

Ese miedo a la traición, ha hecho florecer otros miedos y otras traiciones latentes, que desde la frialdad no tienen sentido y no han de ocurrir, pero no puedo dejar de adivinar los ojos acusadores, los susurros a mis espaldas, los rumores, los gestos ofensivos y el horrendo final...

¡Menos mal que tengo a mamá! Mi madre es algo así como un ángel que en un descuido resbaló de su nube y dio a parar de bruces en este perverso escenario. Todo el mundo quiere a mi madre, todo el mundo la conoce, le saluda, le estima, le tiene en consideración y le reclama. Mi madre es una mujer excepcional, como todas las madres. Ojalá, me pareciera más a ella.

Hace un momento, recibí su llamada. Quería saber que tal evolucionaba mi manía persecutoria y al notarme preocupada ha esperado el momento preciso para arreglarlo todo con uno de esos despliegues de sabiduría mística que ella gasta:

“Pues ¿sabes qué? ¡Tengo una golondrina!”

A lo que atónita le he respondido: “Mamá ¡¿desde cuándo tienes tú una golondrina?! ¡¿Y para qué quieres ese pajarraco, si la gente por lo normal quiere echarlas de sus tejados?!”

Tan feliz y parsimoniosa como siempre, me ha dado la solución: “... ¡Qué sabrá la gente! Quiere hacer un nido en el patio de casa. La vecina Fina quería espantarla, pero eso es porque no se ha detenido ni un segundo a observarla bien... ¡es taaan mansita! ¡Me da igual lo que digáis! Voy a quedarme esa golondrina, porque es muy bonita cuando vuela y también lo es cuando la miras más cerca.”

Qué suerte de madre la mía. Cocina de maravilla, lo arregla todo y todo lo remedia con un cuento sobre golondrinas negras...

lunes, 21 de junio de 2010

... líbranos del mal ...

Este fin de semana, una amiga, dentro de una conversación cualquiera y como mera anécdota, me contaba que conoce a una mujer de unos 30 años que vive atemorizada por su ex marido. Al oírla y recaer en cada uno de los detalles que me narraba, sentía más y más angustia, más y más miedo. Como dormir con el enemigo, como vender tu libertad al diablo, demasiadas mujeres sufren acoso, extorsión, amenazas, maltrato y vejaciones por parte de los hombres de sus vidas. Y ninguna de nosotras está a salvo. Para hablar con ella, él ha dejado de utilizar su nombre, y, sin tapujos, la denomina “puta”, “zorra” y quién sabe cuántos horrores más. Hace dos años que no viven juntos, han rehecho sus vidas y tienen dos hijos en común. Pero él, hoy, ha decido entorpecer su existencia.

Los hijos, su padre, la vida por delante, el miedo, comer cada día, ofrecerles lo mejor, asegurarles un futuro, dormir en paz, llegar a mañana... Qué complicado seguir. Qué difícil envalentonarse. Qué arriesgado no hacerlo.

He rozado con los dedos la violencia de género. Yo era muy joven, sólo 7 años, aquel era un país casi extraño, ella era mi tía y él... él recogerá lo sembrado antes o después. Una mañana, jugaba en el jardín con mi primo y no recuerdo porque razón entramos en casa. Los oí discutir y evité la escena, porque las cosas de mayores, de mayores son y, desde mi corta experiencia, nadie salía perjudicado del rifirrafe. Pero mi primo, con 6 o 7 años por entonces, quería entrar, quería acercarse, quería que supieran que él estaba allí. Deseaba calmarlos, necesitaba interponerse y no supo explicarme más que de una forma lo que podría pasar si no le dejaba llegar al pasillo:

“déjame, ¡qué la mata!”

Se me escapó de las manos y detrás de él me personé en aquel maldito corredor. Justo a tiempo para ver el tremendo puñetazo, el choque de ella contra la pared y el lento escurrir de su cuerpo inmóvil, pesado, como un saco, hasta esparramarse por el suelo. Corrí. Cuanto pude o cuanto supe y pasé el día escondida entre la leña cortada, bajo el cerezo, a unos metros de casa, a salvo del monstruo.

Una experiencia así nunca abandona la retina y define el color con el que miras a hombres, a mujeres y matrimonios. Diseña el tamiz con el que separas lo propio de una discusión de lo extraordinario e impertinente. Un mañana como aquella deja en la piel una huella marcada a fuego lento.

Ni la historia de mi amiga hablaba sobre una mujer sin recursos ni educación, ni todo el maltrato conlleva la agresión física. Existen miradas que insultan, palabras que encierran y reglas que abofetean. Ricas y humildes, licenciadas y analfabetas, ninguna de nosotras está a salvo.

No he tropezado en mi cama con un ser como aquel. No puedo asegurar y jurar al cielo que no viviré otros momentos como aquellos, desde la misma o distinta perspectiva. Pero cada vez que conozco una historia parecida, me repito en voz alta que cuidaré de mi misma y de las mujeres de mi vida mientras conserve cordura y fuerza para mirar al enemigo a los ojos.

El Amor. Esa trampa en la que caemos con gusto. Muchas veces, en el fondo del foso, espera un lecho de flores que paran la caída y perfuman la estancia. Otras, no hay flores, ni agua, ni plumas, ni colchón, ni mano amiga, ni perfume, ni tirita que alivie el dolor. Otras, simplemente, duele.

El día en que El Seminarista tomó la rienda de nuestra relación, tomo la rienda de mi energía. Por las circunstancias de aquel tiempo, por la inseguridad que la infidelidad de mi pareja me dejó o por puro desconocimiento, entré en aquella dinámica de negación, alienación, esperas, desplantes e incertidumbre. El Seminarista no me profirió un solo insulto, ni una sola mirada despectiva, ni, por supuesto, me rozó desde la violencia. Pero recuerdo aquellos días con amargura y me reconozco en la tristeza, en la angustia y la dependencia de otras mujeres. Admito el reproche en mis ojos al mirarme al espejo, pues si él no me quería, nadie lo haría.

Llegué a creer que no era digna de llevarme de la mano a un restaurante o de tomar un inocente café junto a mí en la ribera del río. Yo sólo valía para esperar y para satisfacerle en la medida en que me reclamara. No me llamó “puta”, pero me hizo sentir como tal.

Dormir con el enemigo o dormir en nuestro propio pellejo, ¿Cuál de las dos compañías supone el verdadero peligro? ¿Un proyecto de hombre me cambia por una pueblerina de relativo sentido estético o del ridículo y yo me convenzo de que no valgo nada? ¿Un retorcido pijo de barrio desconfía de mi concepto de la fidelidad y yo asimilo que soy una furcia común? Es crudo, pero me induje mayor mal del que ellos podrían propinarme. Sigue siendo crudo, pero tuvo que llegar alguien, también un hombre, para que yo rompiera el viejo espejo y mirara directamente hacia mi interior.

Carlos llegó como un regalo y en tres semanas intensísimas, devolvió la fe a mi agenda, revivió la fuerza de mis pasos y fijó los mínimos de mis futuras relaciones. Reconozco que exploté en gritos y me arrugué de miedo al recibir su proposición: "¿hace un cine?"

Ir al cine con un chico había quedado excluido para mí, indefinidamente. Yo, desde mi arrojo, desde mi carácter y mi visión libre de la vida; temblaba de miedo ante la idea de salir a la calle con un tipo. Me regaló tantas cosas. Me ofreció tanta felicidad en tan poco tiempo, que cuando se fue, porque se fue para volver con su ex (la versión femenina de El Seminarista) sufrí incalculable y desproporcionadamente. Sólo tres semanas, como sólo fueron unos instantes los que presencié aquella mañana de hace muchos años; y, sin embargo, la huella de ambos momentos sigue latente, haciendo a la maravilla su función.

Ningún hombre, por ser hombre, detendrá mi camino, por ser mujer.
Ningún hombre, por ser hombre, despreciará mis sentimientos, por ser mujer.
Ningún hombre, por ser hombre, golpeará mi cuerpo, mi mente, mi espíritu o mi voluntad, por ser mujer.
Ningún hombre es un hombre si no respeta a una mujer, precisamente,... por ser una mujer.

martes, 15 de junio de 2010

Los roces y el cariño


Hoy no quiero hacer nada. No quiero ver a nadie.
Había hecho planes, un poco obligada, pero, por suerte, se han cancelado. No estoy deprimida, ni enfadada, ni más preocupada que de costumbre. A mi no me ha afectado la morroña primaveral que ya ha atacado a algunos de mis amigos. Ni siquiera hace más calor que ayer. Simplemente, quería pasar la tarde en casa, sin prisas, en silencio, sin nadie que me espere o me reclame. Soledad. Deliciosa soledad elegida.

Además de escribir, he visto algunos capítulos de la serie de mi vida, he bebido casi 1litro y medio de agua y he llamado, como cada día a mis padres y, especialmente a mi abuela, la que cada fin de semana me abofetea con el clásico “¡estás más gorda!”. Bueno, hoy es su cumpleaños y he dejado rencores a un lado, alguien debe poner la lógica y el raciocinio en esta familia.

Entre vagueo y vagueo, me ha dado tiempo a mirarme al espejo y he caído en la cuenta de algo. Hace semanas que no me maquillo.

No es que haya perdido el apetito por la estética, la razón no radica en una bajada de moral o autoestima, sino en todo lo contrario. Es que no me había percatado. No estoy tan mal, sencillamente. No malinterpretéis mi afirmación con la barata presunción, por favor. El mérito no es mío.

Está demostrado, de manera científica, que el sexo seguro favorece nuestra salud en múltiples aspectos. Yo soy de letras puras, pero creo en los laboratorios y los ratoncillos que los habitan a pies juntillas. Veamos algunos ejemplos:



Y si estos enlaces no os parecen serios o de fiar:


Cuando el río suena tanto y tan variado, algo de agua debe llevar y la realidad es que quien más y quien menos ha denotado en sus propias carnes ese bienestar repentino, ha vislumbrado ese brillo en los ojos y ha agradecido las mejillas levemente rosadas después de.

Admito que hoy por hoy paseo por el mundo, con los mofletes encendidos, aventando mi cabello al viento, orgullosa y satisfecha. Quién me lo iba decir. Como decía, el mérito no es mío. Juan Antonio, el chico exento de Factor X, entró en mi vida como una novedad curiosa, en el límite entre el experimento y la obra social… y aquí sigue. 

La otra tarde, tirados en mi cama, hablando de todo un poco, una idea centelleó en nuestros ojos, como un rayo: ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que tú y yo… llamémosle X? Horrorizada o quizás simplemente acojonada acepté que hace algo más de 2 meses que Juan Antonio y yo... Para ser exactos, 2 meses y 10 días.

Con sinceridad, no sé muy bien como definir esta nuestra relación. No somos novios. Que lo sepa el mundo y lo asimilen mis amigas, aquellas que me repiten a diario “¡ASUMELO!”. No nos queremos. Yo no le quiero. Él, no lo sé y no estoy segura de querer saberlo.

Me he acostumbrado a oírlo, a sentirlo, ha pasado a formar parte de mis días con total naturalidad. Me ha envenenado poco a poco, tal y como lo hacen los profesionales, tal y como nunca pensé que lo haría. Y así, se ha instalado y acomodado. Me ha ganado. Podría vivir sin él, me reitero, no estoy enamorada, sigo echando en falta ese dichoso Factor X y a aquel que lo lucía con tanta soltura. Pero Juan Antonio me hace sentir tan bien. Tan cómoda en mi pellejo. Tan segura, tan valiente. Me hace creer inteligente, atractiva, me repite mil veces mis virtudes y quita importancia como nadie a mis defectos.

Juan Antonio es un regalo del cielo.

Cada día identifico nuevas diferencias entre los dos y cada día camino más despreocupada a su lado. ¿Se avecina el fin de mis días como solterona viperina?

Lo único que me reprocho cada minuto es la facilidad con la que me he amoldado a la vida en pareja. Él es mi amigo, mi amante, mi apoyo, pero también mi chófer, mi padre, mi guardaespaldas, mi tarjeta de crédito. ¿Es este un caso aislado de auto alienación por amor? He conocido otras mujeres esposadas a parejas durante mucho o poco tiempo, pero desde luego con ínfimas razones de peso para mantener tales relaciones. Ellas mismas han declarado ser incapaces de romper ya que “es cómodo tener novio”. Ante lo cual, sólo puedo exclamar: ¡SOCORRO!

Echando la vista atrás, quizás aún pueda recordar mi vida de enamorada y, efectivamente, había mucha dependencia en ella. Es terrible, nos convertimos en Presleys al uso, Lomanas de andar por casa, déspotas del corazón… y ellos lo asumen sin complejo… ¿para siempre?

Mantengo el temor a que Juan Antonio, un día, me muestre los signos propios de su género y rompa en mil pedazos mi orgullo, mi corazón y mi tranquilidad. No es necesario enfermar de amor para sufrir, en cierta forma, por un desamor. A estas alturas, sus amigos y los míos, nos presionan por separado con las tesis propias, “Dos meses después, ya debéis andar por la formalidad”, “Pero, ¿qué sois? ¿Qué vais a hacer con vuestras vidas?”

Yo paso palabra con una sonrisa y cualquier gesto de desdén inofensivo, pero él me traslada esas conversaciones, me hace pensar y temo que en un arrebato de goce y viaje por el limbo, un avenate me haga responderle: "Pues formalicemos nuestra situación, cari, ¡es lo que toca!"

¡Antes, permanentada!

¿Qué es lo ideal, lo lógico, lo justo y lo más inteligente? ¿Acabar con esta historia porque a día de hoy, tras dos intensos meses de amistad, cariño y sexo diarios, sigo afirmando que no es mi tipo? O ¿disfrutar con sinceridad de lo que esta afinidad  pueda aportarme, hasta que los dos decidamos que es necesario dar otro paso u olvidarnos para siempre? Confieso que no soy objetiva. Mi opción es la segunda. No quiero dejarlo, porque quizás no estoy segura de que no llegue a evolucionar. Pero ¿es que debemos ser novios o nada? ¿No hay lugar para los amigos verdaderos y eróticos en nuestros días? 

Soy feliz, sigo siendo libre y me gusta respetarle, me gusta notar cada día que merece la pena, que no le haría daño por nada ni por nadie. Los problemas siguen ahí, las preocupaciones, los miedos, pero Él es un premio que casi no merezco y deseo cuidarlo mientras esté en mis manos, deseo empaparme de sus valores y su inocencia mientras me de la oportunidad, deseo que vuele alto y verle desde aquí volar.

 Audio: El regalo más grande. Tiziano Ferro y Amaia Montero


lunes, 14 de junio de 2010

Padre nuestro que estás tan ausente...

He leído hace un segundo que hoy es el día del año en que el sol sale más temprano. Si el madruga tanto, yo debería empezar también a hacer algo... que las nubes ya se fueron, que es lunes, de nuevo. Además, hoy es el cumpleaños de un viejo amigo. No lo celebraremos juntos, ni siquiera somos tales amigos, pero no hemos renunciado a saludarnos con cariño, que no nostalgia, y a felicitarnos en fechas señaladas. Hubo un día en que compartimos cama y para mí fue mucho más.


Mis amigas lo conocían por El Seminarista. Sobran más explicaciones. No es que él pretendiera hacer carrera eclesiástica, ni le interesara la teología. En lugar de eso, se presumía desde el primer día como un futuro abogado de éxito.

Hace muchos años, unos 5 o 6, no lo recuerdo bien, yo casi comenzaba una relación, de las duraderas con el que creí que sería el padre de mis hijos. Por él, peleaba con mi padre sobre lo conveniente de dormir fuera de casa, pasaba noches en vela pensando en él e intentando salvar las distancias y dormía abrazada al teléfono, como si, de alguna manera, pudiera tocarlo al acariciar la tecla de MENÚ. Sólo han sido 5 o 6 años, pero parecen quedar tan lejos. Hemos cambiado tanto.

Pocos meses después de conocernos, El Padre de mis Hijos, partió al norte para trabajar a diario y ganar el dinero suficiente para pagar sus estudios. ¡Efectivamente! Era un partidazo. Un hombre ejemplar. Tras una de esas épicas afrentas con mi padre, conseguí convencerle para viajar hasta aquella remota playa y pasar una semana de amor y ensoñación. Conservo algún recuerdo dulce de aquellos días, sin embargo, mi sensación in situ no fue la misma. Dormíamos juntos y amanecíamos haciendo el amor, él marchaba al trabajo y volvía para comer conmigo y hacer el amor y cuando, por la noche, nos reencontrábamos, cenábamos y hacíamos el amor. ¿Inmejorable? Ahora, sí, entonces, no. Para no aburrirme, el primero de los días, me acerqué a la playa, acompañada únicamente de una buena lectura. El cielo estaba encapotado, la brisa era fresca... y mi pálida piel se tostaba sin decoro ni recato ni consuelo para tanto dolor. El resto de la semana, dolorida y astiada, no podía más que engullir películas de Serie B y dudosa calidad, intentar jugar a la videoconsola y... navegar en Internet. Debió ser en un chat, de los de antes, en el que conocí a El Seminarista. Comenzamos a hablar y algún punto en común debimos encontrar, porque los parlamentos se alargaban durante horas y horas, y sólo me detenía ante la inminente llegada de Fran, alias El Padre de mis Hijos.

No se trataba de una infidelidad, no alcanzaba tal grado, no obstante, por momentos llegaba a confundir el motivo de mis vacaciones. Fran o... el inquietante mundo del chat de media tarde.

A mi vuelta a casa, porque ya tocaba y mi padre andaba al borde del colapso, conservaba conmigo cierta decepción, por lo que habían significado aquellos días junto a mi novio, y el teléfono de aquel chico de la red.

El cambio de aires o la vuelta a mi oxígeno habitual, calmó mis ánimos y la relación con Fran duró 4 años más. En consecuencia, perdí el contacto con “el otro”, porque así debía ser y nunca más volvimos a saber el uno del otro. Algunos años después, en el marco de una calurosa noche de verano frente al ordenador, un desconocido me saludó y de repente, le recordé.

De nuevo las horas sin fin hablando de no recuerdo qué, de nuevo ese contexto de decepción entre el hombre de mi vida y yo. El Seminarista siempre llegaba en el momento preciso, en el instante adecuado. Poco después, me armé de arrojo o desvergüenza y acepté su invitación a vernos las caras. No era como esperaba, como suele ocurrir, pero entiendo que el sentimiento fue mutuo. Eran latentes las diferencias entre los dos, el mundo que nos separaba, por algo mis amigas y yo le relacionamos con las juventudes eclesiásticas...

Realmente, no podría apostar por los polos opuestos que se atraen o por la ciencia de la química entre hombres y mujeres. Con el tiempo y la perspectiva como ayuda puedo asegurar que allí sólo existía el calor de las noches de esta ciudad y mi curiosidad por personajillos de mediana estatura y camisas de cuadros. Indescifrablemente, El Seminarista, despertaba en mi una atracción casi siniestra... era algo así como pervertir a un elegido del Señor, un hijo de la élite, un pobre chico que se peina con escuadra, cartabón y transportador de ángulos.

Pequé y pecó. Pecamos, pero no era el primero. Las infidelidades sucedidas durante aquellos años, en el seno de mi relación para toda la vida, ayudadas por la distancia, los horarios y el talante permisivo de mi esposo, se diversificaron hasta el infinito, sin tapujos, ni mala conciencia por mi parte. Lo reconozco. Hemos cambiado tanto.

Me sentía sola en aquel matrimonio de lejos, desatendida y encontraba consuelo en los brazos más variados y diversos. El Seminarista fue uno de ellos. Y llegó a ser importante. Haciendo cuentas, durante más de un año mantuvimos aquella “amistad” que en contadísimas ocasiones trascendía las paredes de mi habitación. Cuando se mezclan sentimientos tan contrarios puedo llegar a perder la noción de la realidad, era fácil jugar conmigo. Y si en un principio yo parecía dirigir aquel juego, con el tiempo y la continuidad de nuestras citas, su mente fría y calculadora se convirtió en la única que tomaba decisiones y esta rubia no alcanzaba más que a esperar, desesperar y seguir esperando que “el metro y medio de estrategia” aceptara no sé qué.

No había “nada” entre nosotros, pero me reprochaba cualquier salida de tono, cualquier nueva historia. Nunca confió en mí. Una excusa más para obviar la verdadera razón de tanta indecisión, yo no le importaba como debía. No era más que una chispa excitante en su perfecta y planificada existencia. No éramos combinables, complementarios ni válidos fuera de la cama, yo me negaba a verlo y a él le convenía negarlo.

Algunos hombres se valen con facilidad de la descalificación y el desprestigio para apoderarse de nuestra voluntad y capacidad de decisión. Si no soy buena para él, ¿para quién lo voy a ser? Llegué a perdonar y permitir muchos desplantes y algunas canalladas. Y de todas aprendí. Un día, no sabría marcar una fecha, me armé de valor o, simplemente, desperté. Ya sabéis, ese letargo en el que nos sumimos como huevos en salmuera. Existe una verdad, que sin ser absoluta, es muy válida para todas y todos, SIEMPRE HAY ALGO MEJOR.

Cometí innumerables errores con Fran, con El Seminarista y con mil más (sólo es un número aproximado, una manera de hablar). Errar es humano, no una excusa, y arrepentirse, como lo hice, un mal trago que merece una palmadita en la espalda. El tiempo nos pone en nuestro lugar y yo encontré un lugar para quien jugaba a ser Dios...

jueves, 10 de junio de 2010

.. declaración de intenciones ..

No soy buena siguiendo normas, ajustándome a protocolos o admitiendo instrucciones. Prefiero escribir tal y como surge... dejar que se muevan los dedos al ritmo que marcan mis memorias.

Acordamos hacer una tormenta de ideas, pero lo único tormentoso aquí es mi cabeza y ponerle orden me da pereza. ¡En fin! Lo que importa es la intención y la intención es buena. No pretendo aleccionar a mi género con lo aprendido en muchas camas a lo largo de los últimos años. No me siento en disposición ni autoridad de hacerlo, ¡sólo tengo 25 primaveras! Algunas enseñanzas interesantes a mis espaldas, sí, pero me queda tanto que experimentar… tanto que saborear... tanto que desear olvidar y tanto para el recuerdo…

Mi prima asegura que hay noches en las que la apatía no le permite aguantar a buitres de discoteca, en antros pseudo modernos, plagados de adolescentes sobrepasados de alcohol, hormonas, ego y perfume de imitación. En su lugar, prefiere pasar la noche en un sofá, oyéndome teorizar sobre nuestra suerte o las armas de las que se valen las afortunadas que logran mantener a novios perfectos atados a sus caderas. Ella elige escuchar cómo doy un sentido a lo que nos acontece, que no son más que sencillos deseos positivos para atraer la mejor fortuna a nuestros corazones. Dar explicación a nuestros actos y los de ellos, por si, casualmente, encontramos la fórmula que nos ayude a entender estas diferencias nuestras y los motivos de los pesares que los hombres nos dan. Seguimos en la búsqueda de la verdad y mientras, nos reímos durante horas relatando mis últimas anécdotas y aventuras con homo sapiens de todas las calidades.

Lo que desearía lograr con estas páginas es precisamente eso: seguir analizando y asimilando y así, apartar el sexo de la lista de tabúes que aún comparten muchas de las chicas de mi edad. Se escandalizan ante algunas situaciones o actitudes, las cuales, para mi gusto, son acciones de libertad, que no libertinaje. Si quieren sufrir colapsos, no deberían más que tomar algo con cualquiera de mis amigos, ellos si que deberían escribir un libro. No sólo para ilustrarnos con posturas, sabores, texturas y coreografías variadas. Algunos de los hombres que me rodean, heterosexuales o no, se han convertido en el más eficaz de los oráculos que tengo, nunca fallan, nunca me mienten, todo lo ven y de todo me advierten.
Además y durante el camino, desearía que todo el que pasee por estas líneas se divirtiera tanto como yo lo hice en su momento. Porque claro está, todo encuentro, todo episodio tuvo su chispa. Algo excitante. Algo digno de comentar y, en consecuencia, algo de lo que aprender. A penas he conocido a unos veinte o veintitantos hombres en mi vida… pero quiero creer que, entre unos y otros, experimente alguna mejora en mi elección, algún complejo se disipó, algún rincón de mi cuerpo debí descubrir. Este es un elemento claro, una mujer, por su propia condición y naturaleza, debería recibir y hacer suya la moraleja de cada paso que da. Si no es así, a mi entender, pierde el tiempo. Si vuelve a caer una y otra vez en el mismo error, cuando lo único que se trae entre manos es sexo… o necesita una inyección de autoestima o es rematadamente masoquista.

Por mi parte, prometo ser, sobre todas las cosas, sincera. El experimento no tendría efecto ni sentido si no fuera de esta forma... ¿Para qué engañarnos? Todas hemos tenido noches frustrantes, bichos raros entre las sábanas, cuerpos inertes entre las piernas y pequeños grandes problemas a los que enfrentarnos… y ahí también está la gracia. Vamos a encontrarle el ingenio incluso a los días más patéticos, vamos a burlarnos de las crisis pasadas, vamos a dejar de avergonzarnos de nosotras, de lo que sentimos, de lo que deseamos y ansiamos porque quien más y quien menos ha pasado por estos trances y el que esté libre de pecado…

Entendernos a nosotras mismas, para aceptarnos y aprender a convivir con esta celulitis, esta nariz, esta panza ¡o este sujetador mío de la talla 85! Ni siquiera aspiraría a amarme sobre todas las cosas, eso vendrá, porque el roce hace el cariño. Lo indispensable, comenzar con ese roce. Auto rozarnos, por supuesto es productivo, tanto como satisfactorio, así que vamos a ir más allá… vamos a rozarnos la naturaleza de mujer, todas las virtudes, vamos a dejarnos querer, sin pensar en si lo hacen o no los demás. Soy mi mejor amiga y mi peor enemiga, de eso no hay duda, está muy claro. Nadie me defenderá como puedo hacerlo yo, por la sencilla razón de que me conozco como nadie y nadie me hará más daño del que me hago si me lo propongo, por el mismo motivo. Cuando hablo del roce, a eso me refiero, basta de fustigarnos. Somos tan propensas, genéticamente, a inmolarnos.

Estoy harta de escuchar a las mujeres de mi alrededor insultarse, herirse, menospreciarse por cada uno de los lados de su cuerpo, por un mal detalle del destino, por haber elegido al hombre equivocado. ¿En qué momento dejamos de tener decisiones y voluntad propia para seguir las instrucciones que marcan otros, que no nos conocen, ni lo harán y que nada constructivo nos aportan?

Disfrutad de esta vida, lectores, disfrutad de reconoceros en alguna historia. No son tan aisladas, no son remotas, no son propias de la ciencia ficción; son reales, son tangibles y son nuestras. Disfrutadlas, como digo, mientras llegan mis nietos.


Audio: Save the last dance for me. Michael Bublé

martes, 8 de junio de 2010

Grandes esperanzas, espectativas rotas

Por fin es viernes. Bueno, ya sabéis lo que ocurre, lo que implica, lo que supone para mí. Ha sido una semana larga, casi interminable. Ha pasado tan despacio, he dormido tan mal. Sin mucho trabajo en la oficina y con la perenne tensión en el cuerpo, hubiera preferido otro tipo de estrés pegado al cuerpo. Pero ya es viernes, hemos sobrevivido una semana más y el fin de semana se presenta entretenido.

Pensando un poco más en estas molestias en la espalda y el cuello y mi reciente alteración del sueño (he tenido pesadillas para todos los gustos en los últimos días) he encontrado una posible explicación… ¡o dos!

Hace unas semanas, reencontré en Facebook a un antiguo ligue que, en su momento juró y perjuró tener intención de mucho más. Borja. Como digo, nos saludamos cordialmente y, sin demasiada dilación, procedió a recordar lo que pudo ser y no fue y, por supuesto, a lanzarme cuanto reproche iba imaginando. Lo que él mismo definió como un carácter excesivamente fuerte, un talante impaciente y una naturaleza injusta e intolerante me había convertido en la hembra libertina y sin embargo, castradora que soy y, en consecuencia, había acabado con aquella hermosa relación que no pudo más que germinar y yo me encargué de destruir.

Como podéis imaginar, la realidad es otra. Empecemos por el principio.

La primera vez que vi a Borja me pareció un tipo elegante, con clase.
Tiene estilo en toda su cáscara. Al fumar, al moverse… Cierto aire setentero, británico y mafioso. Sí, una mezcla rocambolesca, pero surtía efecto. Borja es inteligente, sabe cómo hacerlo y le funciona, al menos, le funcionó con todas las anteriores.

Le bastaron unas horas para jurarme amor eterno, fidelidad, bla, bla, bla… Tras el vértigo inicial, no sabía muy bien cómo reaccionar, cómo responder al contrato que se me presentaba frente a las narices. Realmente era un tipo encantador. Quizá, pelín amanerado, pero en los primeros tiempos ese tipo de gestos pueden confundirse con la sensibilidad y los buenos modales. Después de algo más de una semana viéndonos, hablando sobre todo y poniéndonos al día de nuestro curriculum sentimental, no nos habíamos acostado y yo ya me planteaba qué tal quedaría en las fotos de familia junto a mi abuela y los primos segundos venidos del norte.

Le expuse mi debate a mi amiga Esperanza y ella encontró la clave: “Me parece precipitado, pero si te hace sentir bien… ¿qué tal es en la cama?” A su pregunta respondí con la verdad y a mi verdad ella me devolvió una aún más dolorosa: “No puedes comprometerte así con un tío que… ¡no conoces!” Tenía razón. No podía lanzarme a la piscina como una loca sin saber exactamente la potabilidad de sus aguas. Ninguna de nosotras debería hacerlo, porque la dura realidad es que no se puede subsistir en pareja siendo los mejores amigos del mundo.

Aquella misma noche, Borja y yo hicimos algo parecido al amor.
Fue especial, al menos, yo me sentí así. Muy cómoda, muy protegida, ¡estaba incluso nerviosa! Aquello se asemejaba mucho a lo que me gusta de un hombre. Recuerdo que aquellos días dormí especialmente bien. Sin duda, producto de la sensación de felicidad inducida. Estaba decidida, Borja valía la pena y lo menos que podía ofrecerle era acabar con cualquier historia paralela.

En un alarde de valentía, frialdad y desvergüenza, aproveché la cita con El Orangután que frecuentaba para exponerle la situación y atajar el problema. Pasamos la tarde juntos y también la noche. Y sólo después de la cena y de mucho sexo me atreví a decirle que se había acabado. Lejos de todo pronóstico, lloró. Lloramos. Tan grande, tan viejo, tan seguro de si mismo, tan independiente y tan lejano, lloró. Me preguntó por qué, cómo, desde cuándo y quiso saber de sus virtudes, sus defectos, sus carencias. “En unos días, ¿has encontrado más en él que en tantos meses conmigo?” Pero ni una sola vez dijo: quédate. Dame una oportunidad, porque yo quiero dártela. Hagamos una locura, querámonos delante de todos y con todas las letras. Sin miedos, sin encorsetamientos, sin orgullos trasnochados y sin obligaciones que no queremos adquirir. A nuestra manera.

Sabía que así sería. Sabía que nunca se atrevería a apostar por mí. Y, tal vez, esa fue una de las razones por las que, de repente, caí fascinada por un desconocido disfrazado de modernidad, intelecto y placer.

Se nota a la legua que es experimentado, tenaz y caprichoso. Exactamente. Si tuviera que ensalzar sólo una de sus cualidades, optaría por la tendencia al capricho. Borja nació y creció en el seno de una familia acomodada de la ciudad. Con más potencial que predisposición optó por vivir la vida peligrosamente, aunque el asunto pierda peligro al tener en cuenta el paraguas protector que suponía su familia, la cual siempre le salvaría el trasero. En la medida en que nos íbamos conociendo, descubría anécdotas de su vida que me ayudaban a conocer al verdadero hombre que se escondía tras la gabardina.

Menuda desilusión. Amigas y amigos, NUNCA se enamoren de una estrella del pop. Las atenciones y la galantería de los comienzos devinieron en ausencias, planes alternativos y decisiones de lo más egoístas. Me duró un mes y medio, con escapada a la playa incluida. Admito que la cosa se alargó por nuestra positiva compenetración sexual… me llamaba cachorrita… ¡qué poca vergüenza!

Ayer, cansada de su insistencia, acepté su invitación. Se trataba únicamente de vernos, hablar, limar asperezas. Por supuesto, no era la intención de ninguno de los dos. Él soñaba con metérmela y yo… Yo prefiero cerrar las historias con educación y en paz, pero algunos tipos lo ponen fácil y es mejor enviarlos, directamente, allí donde pasta el rebaño. Pese al rechazo que Borja ha llegado a producirme, disfrutaba con la idea de devolverle alguna que otra lindeza, pues me revolvía la tripa aquella ocasión, una vez terminada la relación, en que descolgué el teléfono y reconocí su voz. Me quedé traspuesta al asimilar su mensaje: Te llamo para decirte que no eres para tanto. Te idealicé, me ilusioné y… no, no eres para tanto. Pero si algún día quieres tomar algo, charlar…

Creo que no percibe ningún tipo de ayuda económica o asistencia sanitaria por su… subdesarrollo, pero si os lo encontráis por ahí puede que, incluso, os resulte encantador.

Anoche, tuve la deliciosa oportunidad de transmitirle mi propia visión de lo acontecido entre nosotros. “Borja, este amor malherido no tiene cura ni es para tanto”. Mujeres del mundo, hombres de mi vida, las expectativas juegan malas pasadas, ya lo explicaba con total claridad el cuento de La Lechera y la realidad supera a la ficción y a nuestros propios deseos de manera incalculable. Pero si la providencia pone a vuestro alcance la ocasión de tocar el cielo y cerrarle la boca a un capullo, no lo dudéis, hacedlo y gozad el momento.