aviso al lector

Cada una de las historias y anécdotas que encontrará en este blog son producto de una mente perversa y sobre-dopada. Los lugares, como los nombres o las expresiones son ficticios y ningún parecido con la realidad debe ser tomado en cuenta.

Si, bajo su propia responsabilidad y criterio, decide creerlas, ... ¡eso que se lleva!

viernes, 27 de agosto de 2010

Tú, yo y las mil y una noches

Diez días lejos de Juan Antonio y toda una tesina sobre lo que hice mal y no quiero repetir, lo que admití, lo que toleré, los mínimos, los básicos, lo que puedo esperar y lo que recibo de una relación. “Las ruinas de los amores pasados han dificultado el camino -se resigna Juan Antonio- pero no lo han hecho imposible”.

Durante aquella semana larga tuve tiempo de pensar en él, en mí y en nosotros, en los puntos y las voces a favor y en aquellos otros en contra. Nuestra historia tenía algunas conexiones con lo que recordaba de la primera, pero, al fin y al cabo, no era la misma, ni remotamente. No había más Fran, ni más otra. Era Juan Antonio, eran sus añadidos y era yo. Yo, que ya no era la misma.

Nos volvimos a ver, un sábado por la tarde, con un motivo muy especial. El estreno de MAMMA MÍA, EL MUSICAL. Servidora, revuelta de los nervios por el debut, por el público, por el reencuentro... ¿seguiríamos siendo los mismos?, ¿La distancia y el tiempo habrían calado entre nosotros?, ¿Algún rencor? ¿Quizás, alguna duda?

Lo esperé al final de la carretera, al principio de mi lejano pueblo. Había recorrido muchos kilómetros para acompañarme, algo bueno debía haber entre nosotros y aún así, temblaba de miedo. A penas detuvo el coche, saltó de él y vino corriendo hacia mí. Nos abrazamos fuerte y nos besamos en silencio. ¡Cuánto le había echado de menos! Se disiparon los fantasmas, se congeló el reloj y allí seguíamos, él y yo,  nosotros dos.

Se ha colado dentro, ya no hay marcha atrás.

Unos días después, ya de vuelta a la realidad, hablábamos de nuestras cosas, en la comodidad del sofá. Entonces, Juan Antonio me propuso un plan, una idea muy distinta a la de cualquier otra tarde... “¡Vámonos a Marruecos!”

Marruecos. 

He soñado con Marruecos desde los ocho años, cuando mis padres, en una visita relámpago, visitaron medio país y volvieron estremecidos y aterrados. No me impresionaron ni un ápice, no me atemorizaron ni por un instante. Seguramente persiste en mí alguna especie de conexión mística, debe quedar algo de los Omeyas en mis venas. Me moría por conocer Marruecos.

“¡Vámonos ya! En cuanto tengas un hueco, ¡busquemos un vuelo, un hotel, es muy sencillo!”

Marrakech, Juan Antonio y yo. Toda una prueba de fuego para lo que nos traíamos entre manos.

¿Sabéis de lo que os hablo? ¿Conocéis Marruecos? ¿Conocéis Oriente? He oído mil recomendaciones sobre lo que hacer y lo que no, lo que comer y lo que no, dónde ir y de dónde huir. Y, la verdad, nada es exactamente como cuentan. Creo que, en realidad, no se puede contar.

Marrakech es como el principio de todo, el comienzo de los hombres y las mujeres. Los hombres y las mujeres antes de todo, antes de vestirse y antes de desnudarse, antes del conocimiento y de la mezcla, antes de los envases, los conservantes, los antitranspirantes, los dermoprotectores y los antibióticos. Marrakech es tan pobre y tan real. Es tan rico y tan mágico.

En Marrakech los niños sonríen sin una videoconsola a cambio, en Marrakech las mujeres seducen sin destapar un velo, en Marrakech los edificios se confunden con las montañas, los jardines con los oasis, las noches con los días. En Marrakech los gatos reinan, el agua es venenosa y las piedras púrpuras. Puedes morir al probar la carne y resucitar con semillas milagrosas de anís. Puedes perderte entre dos calles o en la cima del mundo, en pleno desierto, donde sólo habitan rayos y truenos, donde la tierra es blanca y los hombres azules, como sus ojos bereberes. En Marrakech puedes hacer amigos en los rincones, sin decir una palabra, sin entender una palabra, sólo en el roce de una caricia. Fuimos tan ricos en Marrakech y tan diminutos ante sus palacios y sus murallas. Fuimos distintos y fuimos como todos.

Marrakech es el inicio de los hombres, de las ciudades y las sensaciones. Quiero volver.

La llamada “prueba de fuego” resultó ser maravillosa, y ni compartir cada hora del día, ni las inclemencias, ni las diferencias, ni las dudas, ni los miedos entraron en el equipaje.

Cada momento juntos nos une y nuestro viaje también lo hizo. Cierto es que en nuestras tardes y nuestras noches, nuestros cines, cenas y almuerzos. Los paseos, los pequeños planes y los medianos nos muestran una cara muy amable de nosotros mismos. Cierto es que convivir y compartir cada minuto de la jornada es distinto, como distintos somos nosotros. Tenía miedo de descubrir en él detalles que me repelieran, pero Juan Antonio no decepciona así como así y así mismo, me volví a enamorar.

Supongo que este nuevo estado de embriaguez y psicopatía no es tan malo, como no eran tan oscuras las calles de Marrakech. No me reconozco y me siento tonta por momentos, lloro sin razón y río sólo con verlo.

Después de África y sus misterios, Juan Antonio quería seguir compartiendo y descubriendo. Quería enseñarme los callejones que recorrió, aquellas montañas que escaló y las cascadas en las que se bañó.

Este no ha sido el verano de los viajes de 5 ESTRELLAS-TODO CONFORT. Por el contrario, ha sido el verano más extraordinario y divertido que recuerdo. Sin bronceado, ni fines de semana bajo el sol, el nuestro ha sido el verano más improvisado y cuidado al detalle que nadie me ha regalado.

Necesitábamos separarnos y vernos perdidos desde nuestras orillas, cada uno a su lado del río, más tranquilos, entre los nuestros, nuestros iguales, los de siempre, los de nuestro estilo. Tan seguros, como incompletos.

Alguna vez me dijeron que Juan Antonio y yo no tenemos nada en común y no es exactamente así. El día que nos conocimos, cada cual aterrizó desde su planeta, armado hasta los dientes, con el manual de prejuicios y la estrategia de guerra bajo el brazo. El día en que nos mezclamos, construimos una chabola, espontánea y temporal en medio de ninguna frontera, entre fango y matorrales; pero aquella eternidad en que nos echamos de menos y nos atrevimos a llorar, sembramos profundas las raíces de un hibrido que nadie puede calificar.

lunes, 23 de agosto de 2010

Antecedentes 4ª Parte. Lavando trapos.

Me temblaba el pulso al pensar en lo que aquella noche podría conseguir, las cosas que Fran llegaría a decir y yo podría captar. Las consecuencias que tendrían mis actos y los suyos. Recuerdo que diluviaba y le esperé en mi coche, con el teléfono móvil preparado. “Multimedia”, “Grabadora” y aquel botón rojo, parpadeando, esperando a mi decisión. Qué hacer con su testimonio, era una cuestión que aún no había definido. ¿Tomar la revancha?, ¿devolverle cada momento de dolor?, ¿dañarla a ella? Pero ¿así? ¿De manera tan gratuita, sin previo aviso, espontáneamente?

¿Acaso yo necesitaba pisotearlos?

Había sobrevivido a la guerra de las rupturas, las infidelidades y las humillaciones públicas. Mi corazón y mi coraza se habían regenerado en tiempo record. Volvía a caminar tranquila, seguía amando libre, esperaba que los días se llevaran sus nombres y las sombras de los hechos. Yo no quería herir a nadie. Yo sólo quería vivir en paz. 

Pero este no es un cuento de los Grimm y los designios divinos, por lo normal, tampoco son justos. Más me valía hacerme con las cartas necesarias para, sencilla y llanamente, REPELER MOSCAS, CALLAR BOCAS, TIRAR BASURAS y, por supuesto, ALZARME VENCEDORA.

Es necesario aclarar en qué punto reside la victoria, porque, con los años, nuevas circunstancias y personajes se sucedieron en mi vida, hoy vuelven a hacerlo; y la realidad, en mis ojos, también es la misma. Me dicen mis amigos: “Lucha por él, acaba con esa zorra. Machácala. Dile que no quieres que vuelva a verla. Prohíbele hablar con ella. ¡Pelea, pelea, pelea!”

Pero no quiero pelear. Nunca lo hice. ¿Pelear por un hombre? ¿Acaso es un trofeo? ¿Quizás puedo convencerlo de que mi amor es el más conveniente, de que es más feliz a mi lado? No hay que persuadir a nadie de algo así. Convertirlo a mi religión, atarlo a mi relación, condenarlo a mi futuro. Pelear por él, como se pelea por una medalla o por un reino. Pelear por un corazón. Músculo que por sí sólo decide y experimenta. Órgano maduro, independiente y espontáneo que, por su naturaleza, no atiende a razones, reflexiones, ni artimañas. Convencerle o eliminar a la competencia, como si así pudiera hacerle olvidar.

Si me quiere, lo sabe, lo siente, no puede evitarlo. Si la quiere, la querrá aun si lo raptara y llevara muy lejos, incluso rociando de ácido su recuerdo. Si su voluntad es estar aquí o allí, sólo él puede saberlo, sólo él debe elegirlo y yo y ella... no podremos más que acatar esta regla.

Nunca peleé por él y no es un orgullo. No hay sentido en tal pelea. Le expliqué e intenté comprender, le lloré y extrañé y aprendí a vivir sin él. Porque no pude concebir, ni concibo, la mínima duda en cuanto a lo que late. Me he planteado mil veces la conveniencia de las relaciones, lo justo o no de los comportamientos, lo sano de las entregas y sacrificios personales, pero no dudo cuando quiero, ni de cómo lo hago. Porque, una vez más, se sabe, se siente, no se puede evitar.

Lo sensato era hacerse cargo de la verdad. Fran ya no me amaba, había rehecho su vida... pero, ¿Por qué ese empeño en volver y revolver, en explicar y reexplicar, en prometer y pedir perdón, en culpar a otros y eludir responsabilidades? Fran salió y entró en mi lista de asuntos por resolver muchas más veces de las que quise. La otra, no llegó a salir.

Cuando una pareja perece como tal, los daños por ambas partes son lo suficientemente terribles para marcar la memoria por algunos años. No hay necesidad alguna de incluir a terceras personas, sus impresiones, sus inquietudes, sus conflictos y perspectivas. Es algo así como rizar el rizo, como ahondar en la herida, como revolver excremento y disfrutar con ello. Mucho más si se hace de manera torpe, ignorante y atrevida.

Lo cierto es que lo que aquella noche me disponía a grabar no me serviría para perjudicar a Fran. La prueba irrefutable que me regalaban  valdría para derrocar de una vez al imperio de la injuria a todo aquel y toda aquella que se atreviera a decir que YO perseguía a Fran, que YO sometía a Fran, que YO retenía a Fran, que YO insultaba gratuitamente a todo el mundo, que YO, VÍBORA DEL DEMONIO, me encargaba de sembrar dolor y separar a los enamorados.

Fran no me decepcionó. Conforme entró en el coche, rompió a llorar y me dijo: "Te quiero. Te quiero y muchas cosas más. Te quiero y  siempre lo he hecho. Te quiero y no quiero renunciar a ti. Te quiero y he entendido, por fin, que hay cosas por las que merece la pena renunciar a otras. Te quiero y me separaré de mis amigos. Te quiero y si ella no me hubiera reclamado, yo jamás la habría aceptado. Te quiero y, si tu no me quieres, me valdrá tu amistad. Te quiero, pero si me rechazas, volveré a sus brazos, porque yo no puedo estar sólo.  Te quiero, pese a que lo he hecho muy mal, te quiero y cuanto te digo es verdad".

Sin lugar a dudas, mentía a la misma velocidad  a la que hablaba. El porcentaje de embustes era proporcional al de sus lágrimas. Cuántas locuras dijo en aquellas horas. No estoy segura de que no supiera que mi teléfono recogía cada una de sus palabras. Él hablaba, la grabadora grababa y yo me estremecía al pensar en su desvergüenza, en su atrevimiento, en su frialdad y falta absoluta de sentimientos. Apostaba y apuesto, que sus argumentos eran idénticos cuando se dirigía a ella. Seguramente, yo le asediaba, yo le buscaba, yo despertaba su pena...

El hombre y ese turbio espacio de su mente en que crea y destruye a la par. Fran se perdió en el maremágnum de faldas y el papel de hombre liberado le quedó grande. Días después, ella volvió a dirigirse a mí entre insultos y maldiciones. Sin ánimo para discutir, llamé a Fran y expresé mi sentencia: “Tú me metiste en este desbarajuste y tú me vas a sacar. Olvídame para siempre, Fran, olvídame, no vuelvas a acercarte a mí, a hablar de mí o pensar en mí en los días que te queden de vida.”

Siempre fui de dramaturgia cotidiana. No lo puedo evitar.

Mientras alejaba el teléfono de mi oreja, oía su voz, gritándome “...pero yo te quiero, yo te quiero...” Realmente, mantengo la duda.

Acto seguido, envié por email las piezas de nuestra conversación, aquella noche del principio del otoño, aquella noche de lluvia y confesión. Creo que las escuchó, desconozco el efecto que causaron entre ellos dos. Lo que sé es que no hubieron más declaraciones de folletín, ni más reproches, ni más molestias, ni más enfados.  

Las grabaciones quedan a buen recaudo en la memoria de mi teléfono, junto con los mensajes que apoyan estas palabras, ¡nunca se sabe! El recuerdo del tiempo juntos y felices, queda en muchas fotografías, en sus cajones y en mis anécdotas, las que mantengo con cariño. Lo que perdí o se llevaron ya no es mío, lo que dolió, todo lo que me hizo daño, debió diluirse en otras lluvias, lo arrastraría esta brisa, lo incinerarían otros besos, lo callaron tantas risas...


Audio: A buena hora. Sergio Dalma.

jueves, 19 de agosto de 2010

Antecedentes 3ª Parte. Recoges lo que siembras



Las rupturas con Fran y Clemente debían procurarme la paz necesaria para vislumbrar algo de razón entre tanta locura. Sin embargo, las circunstancias precipitaron los acontecimientos.

Descubrí que alguna de mis amigas era actriz a tiempo completo y durante 5 años, que se dice pronto, había tramado, trazado y urdido un maléfico plan para... aún no sé para qué. Cuando la verdad se pavonea frente a tus ojos y tú no eres capaz de verla, corres el peligro de que la verdad se convierta en tigre y te devore. En mi caso, fue así. Me propinó zarpazo tal, que dejó parte importante de mi confianza, mi autoestima y mi espíritu por los suelos.

No sólo los hombres son infieles. También nosotras podemos desplegar crueldad y sadismo en grandes dosis ante los corazones ajenos. Aquella amiga, quien fue mucho más que una compañera y cómplice de travesuras, debió reproducir dentro de sí, mucho veneno y muchos fantasmas que inyectó lento y constante en mis venas. Me alegro cada día de haber descubierto la verdad, por dura que fuera entonces, por lágrimas que derramara, por estúpida que me hiciera sentir.

A la bofetada inesperada siguió la enfermedad y muerte de mi abuela.

Mi abuela, la alegría de su calle. Mi abuela, la locura de mi casa. Mi abuela inolvidable y ausente en su borrosa mente, en su mirada perdida, sus juegos, sus ocurrencias, sus desaciertos, su sonrisa torpe, inocente. Mi abuela, inalcanzable cuando el Alzheimer se la llevó lejos. Mi abuela aguda, traviesa, fantástica. Ya no callaba nada por miedo a molestar. Gritaba fuerte y se reía con cada picardía que inventaba. Mi madre se sonrojaba y yo me sentía orgullosa de aquella mujer, injustamente envejecida por el olvido.

“Charito, estás fatal de la cabeza”- le decía a carcajadas, con los ojos llenos de lágrimas.
“¡Y es verdad! ¡Estoy loca de remate!”- Me respondía, sin reparos.

Mi abuela dejó tanto vacío. Dejó tanta soledad en casa. Dejó tantos momentos que recordar, por los que reír y llorar.

Cuando mi abuela empeoró, yo estaba algo lejos de casa. Siento tanto no haber podido dedicarle más tiempo... En mi lugar, Fran adquirió el papel de hijo ejemplar y acompañó a mi madre en cada noche de hospital, en cada día, con sus interminables horas. Nunca se lo agradecí lo suficiente.

Me conmovió tanto, me devolvió la fe a raudales en todo lo que fuimos y dejé marchitar. En poco tiempo, retomamos el intenso cariño que creí que guardábamos. Lo creo, porque no estoy segura. Los secretos y verdades a medias se extendieron demasiado entre nosotros. Ahora, con el tiempo de barrera, no logro enfocar la realidad de aquellos días. No podría afirmar nada. Si me quiso y lo perdí, si me perdió y huí. Si nos quisimos y desgastamos o quizá sólo se rompió el amor... de tanto usarlo.

A grandes rasgos, lo que ocurrió durante mis ausencias y mis días deseosa de libertad fue que Fran, cariñoso, atento, maduro e inocente, cordial, solidario y generoso; conoció a otras personas. Otras chicas llegaron a su vida y alguna de ellas le prestó el hombro en el que necesitaba apoyarse. Se lo agradezco. La distancia me permite ver cuánto daño hice, cuánto necesitó a aquella niña. No conozco demasiado de ella, aunque, haciendo gala del sexto sentido de bruja que despilfarro, me hago una idea de lo que representaron el uno para el otro. Fran me devolvió el daño. Administró la misma medicina, exacta, a la relación, aunque admito que la mejoró añadiendo a los cuernos un plus de la publicidad. Para todos, en mi remoto pueblo, ella era su novia y yo... yo debía andar por algún paraje lejano de la Patagonia.

Este orgullo mío vilipendiado, sacudido y desnudo en medio de la ruralidad. Esta vanidad y el savoir faire pisoteado, barrido y olvidado. ¿Dónde queda la inteligencia adquirida durante tantos años de enseñanza superior? ¿Dónde la evolución de la humanidad en materia de estar y transcurrir? ¿Era necesario pasearse por el medio del campo de la mano de... otra? ¿Castigo justo, ensañamiento o absoluta falta de sensibilidad gástrica?

Me di por aludida, por ajusticiada y reducida.

Lloré durante dos semanas, día y noche. Sin descanso. Sin respiro. Sin sentido. Durante dos semanas, caía en mi cama, cada atardecer, rodeada de nuestras fotos. Necesitaba oírle y rogarle.  Era preciso explicarle que no me importaba su engaño, que yo lo había hecho durante mucho tiempo y él estaba por encima de todos los demás. Quería advertirle de que otros no importaban, que estaba perdonado, que entendía su venganza, que le quería, que le amaba y lo necesitaba... Cada atardecer, durante dos semanas, el llanto me sumía en el sueño y la mañana me sorprendía vestida, llorosa, dolorida y perdida en mi cama, con nuestras fotos coronando mi cabeza, con la única compañía de un ferviente deseo: “dime que todo ha sido un sueño”

Realmente, sufrí. Era lo lógico. Era lo propio. No podía ser de otra manera.

A lo largo de algunos meses, no quise volver a nuestras calles, nuestros lugares y momentos juntos. Durante muchos días, viví atormentada por las miradas de los demás, por los comentarios, por esa sensación de exposición que significa la vergüenza. Algo así a una lapidación en directo.

La historia entre Fran, la otra y yo se complicó a medida que él se empeñaba en cambiar de brazos, cada cierto tiempo. Efectivamente. Era diciembre del 2007 cuando Fran determinó que no existía arreglo para aquel entuerto y me dejó. Luego, abril del 2008, Fran decidió que no soportaba vivir sin mí. Y, después, julio del mismo año y no podía vivir conmigo. Tuvo que llegar septiembre para que de nuevo Fran cambiara de opinión y viniera en mi búsqueda y captura.

Siento ser recurrente, pero debo dar las gracias, una vez más, al tiempo, que todo lo cura (según en qué lo emplees), por permitirme rememorar aquellos tiempos sufridos y agotadores como una ilustradora experiencia.

Sus idas y venidas se aderezaban con mis otros amores y los ataques de furia de la tercera en cuestión. ¡Todo un circo! ¡Toda una sensación!

Dicen que a la tercera va la vencida, se entiende, si te apetece y te ves con fuerzas. La segunda vez que Fran me expuso sus dudas, julio del 2008, no le dejé terminar la frase. La demente que duerme en mí gritó, pataleó, le insultó y golpeó. Someterme, por segunda vez, a la humillación anterior no entraba en mi receta de una vida saludable. Recuerdo que pasamos juntos y encamados, inexplicablemente, los tres días siguientes. Es posible que necesitáramos despedirnos. Para mí era una despedida. Para él, un hasta luego.

Cuando algunos días después, el 21 de septiembre, para ser más exactos, Fran quiso que volviéramos a hablar, yo comencé a temblar de miedo. No se me ocurría forma más masoquista de comenzar el otoño. Mientras duró la tortura de las infidelidades, el ahora tú, ahora la otra, ahora una más, no sólo la incertidumbre hería, también lo hacía la cojonera de la chica, que empeñada en que yo tiraba la primera piedra, se veía capaz de lanzarme gritos desde su coche, hacer bromas en torno a mí e inventar chistes a mi costa. Ya era suficientemente desorientador tener un novio o no-novio inseguro, como para tener que lidiar también con su mascota temporal. Mi prima me aconsejaba: “¡Ve! A ver qué quiere... a ver qué inventa ahora”.

Nunca creí que sería capaz de algo así, me creáis o no, pero aquella noche en que la ocasión, calva y empapada de lluvia, se dio, acepté escuchar a Fran, por última vez. Escucharle y hacerme con las armas que me propinaran la libertad absoluta, las herramientas necesarias para callar a la pueblerina infeliz que me atosigaba y al resto de sus amigas, los instrumentos idóneos para limpiar mi imagen, acabar con los monstruos y enterrarlos bien hondos. Aquella noche acepté escuchar a Fran grabadora en mano...

Ups! ¡Qué tarde se me hace! Un poco de paciencia, por favor. Más, mucho más, en próximas entregas. 

martes, 10 de agosto de 2010

Repitiendo esquemas. Antecedentes, 2ª Parte.


Me está costando escribir más de lo que imaginé. No me faltan las ideas, los recuerdos, ni mucho menos, los recursos. Es que había olvidado la condición cíclica de la historia y esa característica suya capaz de devolvernos experiencias pasadas con nuevos nombres, nuevas palabras y nuevas caras.

El verano está siendo maravilloso aunque las vacaciones brillen por su escasez. Los momentos de descanso me recuerdan la buena gente que me rodea, la suerte que gasto de tenerlos y disfrutarlos. Los tímidos planes que empezamos a hacer, las aventuras épicas que deseamos correr, los sueños que se cumplen sin avisar, las espinitas que se desprenden de la piel, sin esfuerzo, por su propio peso, por su insignificante peso.

Pero es inevitable, no conozco ser humano que viaje sin equipaje en este crucero. Todos cargan su maleta, su mochila, siquiera un neceser. Todos arrastran pasado o presente, aquello de lo que no se libraron, aquello que aferran con fuerza al alma. Los rencores o los miedos, las inseguridades, la soledad o la verdad a gritos. Y no dispongo de la fuerza suficiente para acallarlos, anularlos, exterminarlos o largarlos a algún lugar lejano de la Antártida.

Tenemos derecho a escribir, a leer, a sentir y opinar. Tenemos derecho a inmiscuirnos, a intentarlo, a gastar la última bala. Tenemos derecho, porque no hay jurisprudencia que lo contemple ni regule. Y no hay más remedio y salida que bañarnos es un buen aceite aromático, uno fabricado de certezas, de hechos y su peso, de nuevo; para que todo resbale, hasta abajo, a la altura de los pies, donde es más fácil dar un pisotón.
 
Me estaba costando escribir, hasta que me lo he propuesto. Como todo, acabar con fantasmas del presente o del pasado, es cuestión de valor y determinación. Voy a buscar algo de eso dentro de mí y seguiré haciendo lo que hasta ahora, meter la pata, diciendo todo lo que se me pasa por la cabeza, por irreverente que sea, voy a seguir con mis formas, sin adornos, sin sobreactuaciones, ni disfraces, ni complementos. Sin excesos, aún no necesito gritarlo, para que quede claro, no necesito auto-confirmarme, no necesito espantar temores. No puedo más que caminar desde estos andares, en estos zapatos, de tu mano, con mi bagaje personal y mi billete hacia delante.  

La cuestionada y por todos valorada relación con Juan Antonio me devolvió recuerdos de las formas y contenidos propios de los amores consolidados o, al menos, de los duraderos. Esos que me hacen temblar, por muchas razones. Ya lo he dicho, se remonta a algunos años atrás mi última experiencia con los formalismos. Fue tan ajetreada,  que ni ganas me quedaron de repetirla. Supongo que, como decía más arriba, lo inevitable cae por su propio peso.

Fran, el que iba a ser el padre de mis hijos y yo nos distanciamos poco a poco con la llegada de Clemente a mi agenda. Aquel chico sencillo y simpático, se presentó ante mí denominándose PIZZERO. Un desayuno, un paseo y una primitiva a medias después, ya imaginábamos mejores azares.

 “Si nos toca, ¡dejas a tu novio y te vienes conmigo al Caribe!”

Esa misma tarde descubrí que Clemente no era exactamente pizzero, sino el heredero de todo un emporio de restaurantes italianos de sugerente carta y altos precios.  A su naturalidad y humildad, se sumaba su facilidad para idear planes divertidos.

De repente, no me costaba nada salir de mi habitación y su oscuridad, saltar a la calle y dejarme llevar por la noche, por Clemente, sus amigos, sus conocidos, sus fiestas eternas, sus entradas triunfales en cualquier lugar, las miradas de otras, los reclamos. Todo el mundo conocía a Clemente. Clemente podía hacer y deshacer a su antojo. Podía elegir a cualquier otra, gastar cuanto quisiera, Clemente era joven, guapo y rico... y mío.

Seis meses después, mi cabeza era un pisto de nombres, vidas y rutinas paralelas. Clemente conocía la existencia de Fran y aceptaba resignado el papel que le había tocado desempeñar. Fran, por el contrario, no era tan consciente de mi doble existencia y todo lo que ella me reportaba. A los desacuerdos con Clemente le seguían arrebatos de crueldad, con infidelidades incluidas. Ser infiel al otro con otros es toda una paradoja. Creo que durante aquel tiempo sufrí trastorno de personalidad, bipolaridad e ¡incluso agujetas!

Por todos los medios intenté cuidar a Fran, que no notara nada, en pro de no crearle un solo instante de sufrimiento. Él no podía dedicarme más tiempo y yo necesitaba seguir experimentando. Llegué a creer mis propias razones frente a las reprimendas de mis amigos,

“Clemente es el antídoto para la distancia que me separa de Fran. Sin él, andaríamos a la gresca a diario. El sexo sólo es una actividad física y todos los demás... todos los demás no me importan, no son tantos, no recuerdo sus nombres, no volveré a verlos.”

Siempre tuve una imaginación revoltosa y facilidad para lanzar pelotas fuera. No estoy muy segura, pero creo que realmente creía mis excusas. Yo no diría que fui una zorra. Simplificar a ese nivel es primario, es facilón, es pueril, es cobarde. Diría que sobreviví, fui una superviviente, una luchadora emocional. Quería a Fran. No merecía sufrir y, ya sabéis, no le guardo ningún tipo de rencor.

Era una situación insostenible. Una mina a punto de estallar y a mí me faltaban soluciones para reducir los daños colaterales.

Creo que era abril o mayo de 2007, rompí ambos lazos. Retengo borrosos los detalles de aquellos días. Me parece que intenté agilizar la tortura, imagino que intenté matizar sufrimientos, sé que no le dije la verdad a Fran en un intento de hacer realidad aquello de que ojos que no ven... Sé que fue amargo.  Cierto es que estaba cansada. Vivía atormentada. Di el paso segura.

Mi intención era evaluar el desastre, someter a estudio los niveles de contaminación de mi cuerpo, ¡en sentido figurado, vaya! ¿Hasta dónde habían calado las mentiras?, ¿Qué proporción de mi corazón tenía salvación?, ¿Quedaba algo de amor entre nosotros, entre cualquiera de nosotros?


Audio: Cómo hablar. AMARAL.

martes, 3 de agosto de 2010

Antecedentes. 1ª Parte

El tiempo que Juan Antonio y yo estuvimos separados, 10 días en total, me permitió repasar el ritmo que habían tomado los acontecimientos, cómo estos consiguieron transformar nuestros comportamientos, nuestras miradas y nuestros sentimientos. ¿En qué momento perdí las riendas de esta historia y caí en la red? ¿Cómo lo hizo, cómo consiguió que no me diera cuenta de que estaba entrando en mi vida? ¿En qué fase del envenenamiento me hallo? ¿Existe antídoto?

Mis últimos recuerdos sobre relaciones, estabilidad, planes y seguridad se remontan a muchos años atrás. Unos 3 ó 4... Quizás, menos, pero a mí me parecen una eternidad.  Será que no le guardo rencor.

Mi relación con Fran fue por una larga temporada, la historia más importante que había tenido.  Nos conocimos jóvenes, después de un año sabático en lo referente a la emoción. Fran apareció en mi vida cubierto de un halo de madurez, protección y cariño insólitos. Se atravesó en mi camino y parecía dispuesto a no dejarme escapar.

Haciendo un pequeño esfuerzo, puedo revisar los primeros tiempos, dulcemente difíciles, marcados por la distancia. El tiempo y el espacio, dos constantes en nuestro amor. Durante una época demasiado largo fuimos 4, efectivamente, el Tiempo, el Espacio, Fran y yo. Después, fuimos más, muchos más, aunque no le guardo rencor.

Tengo que admitir, y él también debería hacerlo, que arriesgamos y apostamos mucho el uno por el otro. Discutí con mi padre mil y una vez por defender los derechos de nuestra relación, por pasar unos días a solas con él, por dormir juntos, por protegerle, por ayudarle, por apoyarle o sacarle del atolladero. Era lo mínimo que podía hacer. Me hacía muy feliz.

Fran, por su parte, abandonó sus estudios para trabajar y seguir adelante con independencia, para, de alguna manera, salvar aquellas constantes separaciones. Tal vez, no lo hizo por mí, seguramente, la universidad no le ilusionaba, no le inquietaba, ni mucho menos le divertía. Existe cierta probabilidad de que yo no fuera más que la excusa para atreverse a cambiar su rumbo. No le guardo rencor.

Ya lo mencioné más arriba, éramos jóvenes, inexpertos en estos menesteres de la paciencia, la transigencia, el respeto, el capotazo o la mano izquierda. Ninguno de los dos estaba exento de carácter, aunque las discusiones no eran nuestra tónica, ni nuestro estilo, ni un elemento destacado de la convivencia. Sin embargo, los comienzos fueron difíciles de manera muy significativa. Recuerdo noches enteras de llanto, al teléfono, suplicándole unas horas para vernos.  Obviando la realidad y los kilómetros que nos separaban, me parecían pocos los esfuerzos que Fran realizaba para verme. Conducía a altas horas de la madrugada para sorprenderme en medio de la noche, para calmar mi llanto y amarnos tanto.

¡Ay, juventud! Nos quisimos mucho. Al menos yo lo hice.

Sé que sufría por verme abatida ante nuestra despedida, me consolaba con regalos, notas escondidas en la cama, mimos, caprichos y promesas. Yo me estremecía ante la idea de perderlo, de que la vida me lo arrebatara, sólo pensar en que podría enfermar o sufrir un accidente, conseguía que permaneciera toda la noche en vela, llorosa, nerviosa, horrorizada.

¡Ay, el amor! El amor tan joven y tan enérgico. Le amé mucho, con todo mi cuerpo y toda mi alma. 
Le amé con todo mi ser.

Sus intentos por animarme a hacer una vida normal fueron en vano... hasta que el propio peso de la resignación me saco a la calle de la mano de amigas y amigos. Cada vez que Fran me animaba a salir y divertirme con otras personas, yo sentía la bofetada de la incoherencia en la cara. ¿Cómo iba a tomar una copa con amigos mientras él sólo trabajaba y se esforzaba por nosotros? Ni mucho menos me apetecía divertirme sin él. 

Hasta aquella noche. El cumpleaños de mi compañera de piso era una cita a la que no podía faltar si pretendía llevarme bien con ella el resto del año. Sin apetito ni pretensiones me vestí y me peiné, decir que me arreglé sería atrevido.  La verdad es que lo pasamos muy bien. Retengo la celebración dentro de una nebulosa, borrosa y lejana. Bebimos mucho y bailamos toda la noche. Creo que, además, no bailé sola.

Clemente era algo mayor que yo. Unos 5 años mayor. Se acercó a mí sin que me percatara y sé que bailamos y reímos toda la noche. A sus invitaciones yo respondía con un “perdóname, pero estoy comprometida.” Realmente, me incomodaban aquellas atenciones. Ni por un momento quería imaginar que aquel chico simpático y no mal parecido se atreviera a rozarme, siquiera. 

Surgen solas las sonrisas al repasar aquellos días. Yo, ¡estrecha y formalita!

Tenía miedo a muchas cosas. A defraudar a Fran, a fallar en lo básico, al juicio al que me someterían mis conocidos, a perder la amarga felicidad del amor a ratos y desde lejos de mi pareja.

Supongo que Clemente y yo hicimos buenas migas, algo así casi fraternal e inocente. Unos días después me buscaba, apelaba y proponía desayunos, meriendas, cervezas, copas, bailes, viajes y mil planes más que realizar juntos. Como amigos. Me resistí mucho tiempo, en busca de un pasadizo por el que escapar de aquellas proposiciones. Por entonces, no era, ni mucho menos, diestra en el juego, el flirteo ni la seducción. Por entonces no era más que una chiquilla de pueblo, temerosa de todo, que se encargaba e auto oprimir su propia naturaleza.

Mientras, los ratos al teléfono con Fran se reducían. Siempre atados a la disponibilidad y los horarios que su trabajo. A deshoras, con prisa, cansados, distraídos. Las ocasiones en que podíamos vernos también eran menos y nuestras parcas conversaciones terminaron por producir más malentendidos y enfados que instantes de complicidad y cariño. Definitivamente, no le guardo rencor. 

No podía recurrir a él si algo me preocupaba o me dolía. No tenía tiempo para atenderme, y ante mi requerimiento, Fran sólo sabía y podía responder, "Intenta animarte, sal, diviértete, olvida los problemas un rato y vuelve a sonreír."

Haciendo caso a sus recurrentes consejos, una mañana, acepté desayunar con Clemente.

Realmente, no recordaba con exactitud ni su altura, ni su pelo, ni su voz... no recordaba ni tan sólo su cara, pero lo reconocí en cuanto lo vi, a lo lejos, acercándose, divertido, mi amigo Clemente.

Aquella mañana y su sonrisa cambiaron el rumbo de mi vida. Cambiaron a la chica de provincias, su presente y lo que sería su futuro.

Clemente, mi amigo y amante Clemente. El punto de inflexión, el  punto y aparte.