aviso al lector

Cada una de las historias y anécdotas que encontrará en este blog son producto de una mente perversa y sobre-dopada. Los lugares, como los nombres o las expresiones son ficticios y ningún parecido con la realidad debe ser tomado en cuenta.

Si, bajo su propia responsabilidad y criterio, decide creerlas, ... ¡eso que se lleva!

jueves, 29 de julio de 2010

Tu bando y el mío.



Algo así como vivir en galaxias distintas y remotas, a una distancia de años luz. Algo así como haber sido fabricados de materias y nexos distintos. Algo así como estar programados para combatir... el uno contra el otro.

No soy fácil. Es una verdad irrefutable. Tengo demasiados defectos propios y otros tantos añadidos por quienes no me conocen. Y tan innegable como es esta realidad, lo es el hecho de que Juan Antonio y yo somos aceite y agua en el mismo recipiente, que no en la misma cama.

En ese terreno, sin embargo, se evapora cualquier sombra de diferencia o distinción para fundirnos. Fundirnos como no lo hacía desde mucho tiempo atrás. He llegado a creer que puede leer mi mente y descifrar mis pensamientos, pero no es así. El secreto es mucho más sencillo y primario. Se trata de instinto.

La ciudad sobrepasa los 40 grados y sigue subiendo, peligrosamente. Es imposible pisar la calle antes de las 8 de tarde, es casi temerario. Para combatir el sofocante calor y teniendo en cuenta nuestros limitados recursos económicos, Juan Antonio y yo divagamos entre las reducidas soluciones y, finalmente, optamos por la más atractiva y barata de todas. La siesta en la penumbra de mi habitación, imaginando que el murmullo del ventilador y su soplo nos ha trasladado a una noche de playa.

El sueño no siempre llega y lo que empieza con un inocente beso en la frente, termina elevándome a otra esfera. Sólo repasar esas horas me estremece. Sabe lo que me gusta o, tal vez, no. Pero encajamos a la perfección.

No recuerdo haberme sentido tan querida en toda mi vida. Realmente, nadie hizo tanto por mí en tan poco tiempo. Ningún hombre había preparado con abundante cariño y esmero una noche imborrable de cumpleaños. Y si no es así, desde luego, mi conciencia lo ha perdido en algún pliegue de la memoria.
Juan Antonio logra que todo sea especial. Todo.  Consigue que echar la vista atrás resulte revelador pero no duela. No pienso en nadie más, y si los acontecimientos me obligan, lo que veo está claro. Ninguna relación que haya protagonizado antes, ningún hombre, en su paso por mi vida, me ha hecho sentir tan bien en mi propia piel. No existe comparación para la voluntad, la generosidad y la entrega de Juan Antonio. Ha crecido sobre valores y enseñanzas a los que se ha aferrado. Despliega su sentido del deber, de la familia y la unión por donde quiera que va y yo no tengo más opción que dejarme alucinar y aprender de él.

No he dudado en pensar en voz alta, le quiero. Él se ha atrevido a dejar entreabierta la puerta del alma, se “está enamorando”. Yo me muero de miedo y me planteo cada detalle un par de veces y él se deshace en atenciones y gestos de los que corroboran lo obvio. Me hace tanto bien y somos tan distintos.

Hace unos días, Juan Antonio y yo discutimos. Haciendo gala de mi vanidad hice aún más público este espacio y él, como ser humano que es, cayó en la trampa.

Habíamos hablado muchas veces, o quizás sólo las necesarias, sobre nuestros pasados, otras relaciones... No tengo intención de repetir errores. No está la vida para perder nada, ni siquiera el tiempo. Decidí ser sincera y clara con Juan Antonio porque es mi naturaleza y me parece el camino correcto hacia... bueno, hacia el propio destino.

Pero, tal y como concluí, en mi boca y con mi entonación, mis aventuras de cama y corazón resultaban divertidas e infantiles. Sin embargo, leídas por él mismo, se asemejan más a un diario secreto, escondido y maldito recién descubierto.

Aquella tarde, le noté serio. Incluso parecía frío y distante. Le pregunte. Le volví a preguntar. Le recriminé su hermetismo, su silencio y su falta de consideración para conmigo, que no podía más que esperar, sentada a su lado, a que dijera algo. La respuesta tardó en llegar, pero al fin apareció.

“Necesito pensar.”

Creo que ese fue el instante que lo cambió todo. Resonó en mi cabeza la idea y la sentí como una bofetada. 

Pensar. ¿Pensar en él? ¿En mí? ¿En nosotros? ¿En la vida y la muerte? ¿En la crisis y el mundial?

Pensar y hacerlo sólo. ¡Qué miedo! Con dificultad me explicó los pormenores de su disgusto. Se sentía engañado, traicionado, celoso. Se preguntaba hasta qué punto era importante para mí o sólo uno más.

Mientras Juan Antonio se preguntaba, yo encontraba las respuestas sin dudar y me hundía más y más en la impotencia. Incapaz de recobrar su confianza o explicarle que nunca debió perderla. Imposible hacerle ver que había hecho aflorar lo bueno que hubiera en mí, que había desechado mis anquilosadas y prototípicas ideas sobre lo que una mujer necesita, sobre aquello que nos enamora de un hombre. Tenía demasiadas cosas que decir y de las que convencerlo.

Respiré hondo y hablé. Con calma, acepté su decisión. “Piensa cuanto quieras, estás en tu derecho. Ya conocías todo cuanto has leído. Yo misma te lo he contado, sin tapujos ni medias verdades. Soy así, Juan Antonio. Soy el fruto de lo que he vivido hasta este día. De mis errores y mis aciertos, y lo que hoy existe entre tú y yo, también lo es... y no lo quiero perder”

Mientras hablaba no podía dejar de repetir en mi cabeza la idea: Pensar. Pensar y llegar a perderlo. Qué miedo... Continué.

“Quizás crees que no hay muchas mujeres como yo, que he vivido en el libertinaje, que he dejado de respetar a los demás y a mí misma, que he olvidado el valor de una relación. Pero la verdad es que todas sentimos y todas deseamos, que soy libre y soy honesta conmigo y con los demás. Que nunca te he mentido y, después de vivirlo y experimentar... quiero cuidar esta relación, quiero que crezca, quiero que llene mi espacio y lime mi mal genio, que me haga sonreír otras tantas veces al día, quiero mirarte y reconocerme en ti y quiero, sobre todas las cosas, que entiendas que no voy a cambiar, que no voy a olvidar a las personas que pasaron por aquí, no voy a dejar de escribir, porque es mío, lo necesito y me hace feliz. Puedo quererte habiendo querido. Quiero quererte, más allá de todo lo que he querido.”

Al día siguiente, Juan Antonio salía de viaje y poco después lo haría yo. Pasaron 10 días hasta que nos volvimos a ver. 

lunes, 26 de julio de 2010

Felices 26

De un tiempo a esta parte, quizá demasiado, pasan mis días entre empleo oficial y trabajo clandestino, entre ensayos y preparativos para shows, celebraciones, ansiadas minivacaciones... necesitaba divertirme y hacerlo a lo grande.


El pasado viernes cumplí 26 años y, en mi tónica, no pensaba celebrarlo. SIEMPRE OCURRE ALGO EN MI ANIVERSARIO. Debo ser gafe o algo así, de modo que, en la medida de lo posible, rehuyo la fecha.

Sin embargo, en los últimos años, me he cruzado con personas, en unos casos se marcharon y en otros permanecieron, que han devuelto el sentido a aquello de celebrar que nos acercamos al final. Mi gente ha conseguido que recobre la conciencia de la suerte que es caminar por este monstruoso mundo.

El 2010, que parecía capaz de matarme de un susto y se presumía negro y tormentoso, nos ha sorprendido con alegrías y satisfacciones de todas las naturalezas.

El trabajo no es mejor, pero es trabajo y no todos lo tienen. El dinero no abunda, pero estamos en el camino, recobraremos la paz interior. El hogar es complicado, pero hay intención y cambio y esperanza y amor. Mis padres me adoran, no me queda la menor duda. Todos nos vemos más y nos miramos con ternura, nos reconocemos en el prójimo y aceptamos nuestras formas y su contenido. Amo, sobre todas las cosas a mi familia, del primero al último. Empezando por el cuerdo y terminando por el rematadamente loco.

Mis amigos son un regalo que pocos conocen. Me cuidan, me miman, me apoyan y aplauden. Son fans incondicionales, son padres y tutores. Me regañan, me visten y alimentan. Sonríen conmigo y no dudan en llorar si lo necesito. Mis amigos, los de aquí y los de allí, los de siempre, los adoptados, los recién descubiertos, los especiales, los de a diario y los periódicos.

¡Qué suerte la mía! No me canso de decirlo. ¡Cuántas cosas que celebrar! ¡Cuánto bueno y cuán real! Cumplir y seguir cumpliendo, con la crisis, con las deudas, con mi casero y con mi perro, con mi abuela dando guerra, con los hombres y sus cosas. En mi pellejo y sin remedio. Cumplir años, ¡qué alegría!



El fin de semana ha sido al completo una celebración y me siento feliz en mi resaca. Agradecida hasta la eternidad, por las ganas, por el misterio, por mi música favorita y esa luna inolvidable. Por la deliciosa comida y el presente que no merezco. Agradezco las visitas, la tarta y la piñata, el alcohol y las sonrisas, bailar hasta el amanecer y despertar rodeada de recuerdos, bromas y abrazos.



Gracias a todos, por todo.

Gracias a los que pensáis en mí. Los que me soportáis. Los que os reís conmigo y de mi...

Aquellos que me guiñáis un ojo en complicidad, me sentís propia y parte del clan.

Todos los que aceptan mis defectos, mi gordura, que va y viene, mi genio tan cantero y mi falta absoluta de la concepción del protocolo...


Gracias. Muchas gracias. Todas mis gracias

martes, 20 de julio de 2010

Sueños cumplidos que contar a mis nietos

Quizá no lo habéis notado, pero he pasado un periodo fuera de la ciudad, a salvo de la monotonía, a parte de la vida real, lejos de la conexión a internet e incluso de mi misma.


Tal y como me decía un buen amigo, infinita esta suerte de poder, por una semana, alejarme de mi rutina y ser otra persona. Muchos van de vacaciones, algunos dan la vuelta al mundo, otros lucen moreno caribeño... Pero yo sólo puedo dejar en la tierra mi cuerpo, mi mente y todo mi pellejo y volar hacia la estratosfera de la mano de un sueño.

No entendéis nada, ¿verdad? Pues hagámonos con los antecedentes:

Yo debía tener unos 3 años la primera vez que entoné una canción. Fueron varias, en realidad, y creo que marcaron mi carácter y filosofía de vida para el resto de mis días. Mi madre sonríe al recordar cómo extasiaba a las vecinas con grandes clásicos del pop como “Mami, ¿qué será lo que quiere el negro?” o “¿A quién le importa lo que yo haga?” Pobre de mí. Tan joven y cuestionada por razonamientos tan complejos...

Definitivamente, sí. Ya apuntaba maneras.

Hace mucho que mamá no canturrea por casa, quizás los años, tal vez la vida misma, han mermado su capacidad para manifestar en voz alta y envueltos en melodía sus deseos, sus miedos y sus alegrías. Pero lo que no ha variado nada ni nadie es la devoción que me procesa y yo recibo abrumada. Ella siempre creyó en mí, en el posible talento que almacenara, siempre me apoyó y casi empujó a intentarlo. A los ocho años pisé un pequeño plató de televisión enfundada en un traje de cola y desde entonces... creo que he cantado todo lo cantable.

La música para quien la siente de esta manera es oxigeno y es agua, es necesidad vital y el mayor de los placeres. A lo largo de los años he conocido personas de todos los estilos y con planteamientos muy distintos ante el escenario. Para algunos sólo era un divertimento, una excusa para ser el centro de atención y dar paso a la fiesta. Para otros, la música era más de lo que el resto de los humanos pueden entender. El único camino, la verdadera opción, la razón por la que amanecer. Supongo que me encuentro en un punto intermedio entre los dos polos.

Hace muchos años que no sueño con vivir de esto, soy consciente del tipo de vida que me obligaría a llevar, las cosas que ganaría, los tesoros que perdería. Así que no es más que un hobby. Una afición que tengo la suerte de desarrollar. Cantar carga mis pilas. Sencillamente, me alegra la tarde.

Es espeluznante poseer esa llave hacia los sentimientos propios y los de los demás. Es la posibilidad de tocar al público desde lejos, provocar sensaciones en él. Saber que muchos se sentirán identificados en tus letras, querrán cantara a la vez, gritar contigo, saltar a tu lado. Es real, es palpable y puedes conseguir que llegue a ellos y que lloren o rían junto a ti.

Pero si dar es sensacional, recibir es aun mejor. Indescriptible. Algo así como el mejor de los orgasmos. Parecido a percibir cada una de esas manos acariciarte, abrazarte, elevarte sobre las cabezas y lanzarte muy arriba. El aplauso, un zumbido, inteligible. Un temblor, un terremoto bajo los pies que consigue erizar toda la piel. Sus miradas, sus palabras, sólo en ellas consigo entender el mensaje que el clamor no me deja oír con claridad. Muchas palabras en cada uno de ellos. Tanta información.

Durante 10 días me he olvidado de mi trabajo, de mi oficina, mis compañeros de piso e incluso mi amor. Durante algo más de una semana, he dormido 6 horas diarias, ingerido una comida al día y ensayado hasta bien entrada la noche. Hacía muchos meses que preparábamos MAMMA MÍA, EL MUSICAL. Un regalo de la fortuna, una oportunidad única, dos horas de risas y lágrimas inolvidables y un papel, el de Donna, hecho para mí... o acaso desde mí. La cantante de orquesta enganchada a la vida y los placeres que comete el error de enamorarse del hombre equivocado (¿y quién no?) y fracasa en el intento de olvidarlo paseando por otras camas (¡tan común!). Criar sola a una hija y no saber quién es el padre puede resultar una aventura desternillante. Por favor, acercaos a esta historia, en el teatro o en la pantalla, con Nina y su prodigiosa técnica vocal o con Meryl Streep y su fuerza, su flexibilidad, su energía, sus ojos, sus manos, su pelo, su sonrisa, su ternura y su pasión... toda ella es irrepetible.

A salvo de las plataformas y la licra fosforita, tras los besos y las felicitaciones, acabo rendida, agotada, débil y mareada. Conduciendo de vuelta a casa, en medio de la madrugada, o una vez en la cama, en silencio y soledad, cada instante vuelve en mi cabeza. Tan acelerado y tan ruidoso, que no alcanzo a retener los detalles. No puedo dormir, no consigo cerrar los ojos. Imposible dejar de sonreír.

Sólo ha sido un humilde montaje de teatro musical, nacido de la ilusión de una chica rebosante de talento, la incombustible Alicia. Gestado en muchas horas de trabajo, dedicación y sacrificio aficionados. Alumbrado en los nervios, la adrenalina y el miedo a que todo salga mal o a no soportar tanta felicidad.

Quienes me quieren no dejan de repetir lo fantástico que fue todo y yo no puedo dejar de pensar que no ha sido para tanto. Es tan fácil. Es tan hermoso.



Gracias.

Audio: Dancing Queen. ABBA

martes, 6 de julio de 2010

Hombre, mujeres, amigos y todo lo contrario. II Parte

Permitidme que os cuente un secreto, disfruto de mis pequeñas venganzas. Esas que no traen más consecuencias que disimulados ataques de celos.

Si El Torero se podría jugar la vida en un duelo contra mis principios, Mi Salvador sólo pone en peligro sus nervios. Me resultaría muy fácil contactar con la esposa de aquel, con sus amigos y compañeros de trabajo (Redes sociales, ¡bendito invento!), sin embargo, Mi Salvador es aún un misterio en muchos sentidos. (Véase entrada: La erótica del Poder. El Factor X (2ª Parte) y/o La erótica del Poder, 2. Proposiciones Indecentes.) Si bien nuestros encuentros fueron muchos más que los acontecidos entre el primero y yo, El Salvador siempre supo marcar una línea entre nosotros y su intimidad, se las sabe todas, básicamente. No conseguí siquiera saber el nombre de sus hijos, mientras el ahondaba más y más en cada detalle de mi intimidad. A día de hoy podría construir un árbol genealógico de mis antecesores y añadir a cada componente una anécdota familiar.

Se las ha ingeniado para ir y venir de mi vida, según se intensificaba nuestro trato. Se muere de miedo ante la idea de que nos descubran.

Hace tiempo que la nuestra no es una relación... sexual, ni siquiera erótica. Desde que Juan Antonio se coló en mi rutina, he perdido el interés por otras historias, sobre todo por aquellas que no alcanzaban a ofrecer más que una temporada en la cuerda floja. Mi superhéroe es una de esas historias, y él lo sabe. Inteligente, como es, ha deducido en cada una de nuestras miradas que mi fascinación por él se apaga, que ya no espero su saludo matutino, su guiño o su roce. Ya no me acechan los lobos, no deviene el peligro y, en consecuencia, El India Jones del final del pasillo se ha quedado en paro.

Parece lógica su retirada. Ante la ausencia de mis reclamos, ha optado por no jugar partidos perdidos, entonces es cuando, de nuevo, la realidad aparece en escena y deslumbra a los espectadores. Una vez más, es evidente que no era real esa amistad entre nosotros, que su preocupación, su cuidado y consuelo no respondía al cariño forjado en largas charlas, cafés y confidencias; si no a sesiones de sexo rápido aliñadas con morbo y perversión.

Odio, como todas y todos, sentirme usada. Odio las mentiras innecesarias.

Al igual que ocurrió con El Torero, dejé muy claras mis intenciones y aspiraciones con mi amante. No espero nada,   no me reclames nada. No te molestaré, así que respétame. Creí que no era tan complicado. 

Le pedí mil veces que no me dedicara ni una sola palabra que no sintiera... hice caso omiso a sus señales, obvié cuanto de hipnotizador había en su persona, las melodías que me dedicó, los poemas que decía escribirme en sus madrugadas...

Voy mendigando un algo, muchacha, amiga
 Un algo oculto y tuyo, que pueda perder siempre.
 Acaso una tibieza que se está malgastando
 como el sol en la ería o al agua en los esteros.

 Algo que pueda un día haber sido, y se aleje.
 con el paso cansado de los tranvías pobres.
 La ausente cercanía es la red más tupida
 que el mar, o la tristeza, despliega entre dos cuerpos.

 Tener tu forma lejos y al alcance del tacto
 es andar por el mundo, pero no haber nacido;
 y el tiempo sigue, amiga, y hay un barco que cruje
 cuando en la noche, solo, doy vueltas en el lecho.

  Cada hora que pasa la muerte por tus hombros
  se va llevando algo de lo que yo te pido.
  Estoy solo esta noche, muchacha, y es pecado
  que mañana despiertes y otro surco se cierre.

  Como cuando el estío agosta las marismas,
  así el amor reseco deja un poso salobre.
  El mar está creado para el descubrimiento
  y mil velas reclaman tu cuerpo navegable.

  Un cosmos de caderas giratorias se cierne
  sobre este pedacito de amordazada hombría;
  estoy soltando el freno, pues algo me lo pide
  y no se quién me doma con cintas y atalajes.

  Se me adentran temblores de fusta por los ojos
  y es una angustia informe, y una letal conciencia
  el ver como atarcedes. Y es triste que no sienta
  la crecida de un río, como un Odiel de llanto.

  Estoy solo esta noche, y no me falta nada;
  y el hombre necesita perder para ir viviendo.
  Solo te pido el roce de tu cuerpo suavísimo
  que pueda sostenerme después, cuando recuerde.

¿Por qué le llaman amor si sólo apelan al deseo? No quiero ni pensar en el daño que me habría infringido creerle y dejarme llevar por sus embrujos. Era tan fácil ser sólo colegas y, de nuevo, hoy mancha esa amistad con su desdén, su indiferencia, su silencio; que humilla tanto como un insulto, como aquel “…si me preguntan, no te conozco…”

Pero la ocasión la pintan calva, y el mejor de los postres es esa venganza tardía, forjada a fuego lento, en cada detalle y movimiento. O simplemente, aquella que surge en el momento adecuado y el instante preciso y una rubia como yo sabe aprovechar.

El azar o la Virgen del Carmen han traído a mi despacho a un becario procedente de la vieja Italia. Casi 30 años de edad, licenciado en Relaciones Internacionales, creativo, aunque pausado, sensual y despeinado y peligrosamente canalla en el mirar. Es alto, muy delgado, un pelín desgarbado, educado en las maneras y simpático en la intimidad. Stefano va a quedarse conmigo hasta el otoño, para darme compañía, potenciar el área de comunicación de la empresa y aliviar mi carga de trabajo y sólo mi carga de trabajo.
Ha llamado la atención tanto de las mujeres como de los hombres que frecuentan el edificio, y no sé si se han acostumbrado al paseo diario de un hippie descarado por sus pasillos.

El denominado Mi Salvador también se ha percatado del nuevo fichaje y así me lo ha hecho saber. Por mi parte, sólo me preocupo de ahorrar energía y mantener la temperatura, así que cierro la puerta de la oficina y dejo que la imaginación de mi amigo haga el resto. Se que le hierve la sangre. Escucho sus pasos aproximarse, como siempre, y los adivino más lentos, ahora no vuela de un lado a otro, si no que se recrea en el vistazo que me dedica, serio, receloso, quizás un poco ofendido.

Cierto es que Stefano ha dado alegría a la fundación y hace las mañanas más llevaderas, no obstante, no es mi tipo, ni lo sería por más que desinfectase su cabellera. Pero me hace reír y me regala la posibilidad de inyectar acción a la anquilosada amistad entre Mi Salvador y Yo. Si mantener la compostura no es posible, si no hay lugar para la amistad entre hombres y mujeres y sus amantes, si de pellizcar la llaga se trata, esta rubia se amolda. No queda condescendencia en la lacena, comienza el combate.

lunes, 5 de julio de 2010

Hombres, mujeres, amigos y todo lo contrario.

Inaugurado el mes de julio, en la ciudad entera asume el Verano.
Treinta grados a las 8 de la mañana… panorama alentador, ¡menuda semana nos espera!

En esta ciudad, el verano trae calor, terraza, cuerpos al sol e historias del pasado. Creía que el invierno y su navidad eran los momentos idóneos para recordar, sin embargo, no sé que les pasa a los hombres en verano, que retoman sus más bajos instintos y sencillamente, pierden la compostura.

Se me ocurren un par de teorías: esas temperaturas alterando las hormonas e hirviendo la sangre de las mentes más frías. O, quizás, todo viene de la mano de las salidas nocturnas, en un intento de aliviar el calor, que acompañadas de copas y más copas, dan lugar a llamadas y más llamadas.
A mí, el calor no me convierte en un ser más receptivo ante algunos reclamos y por el contrario, ayuda a que mi faceta cruel aflore de las entrañas.
En las últimas semanas se han sucedido pequeños detalles que en la noche de antes de ayer, terminaron por definir esa repulsión que los hombres sin remedio ni clase despiertan en mi.
Si las llamadas a media noche no resultan halagadoras, que tales convocatorias se repitan incesantes, sucesivas... me terminan crispando los nervios. Ni colgando ni advirtiendo se dan por aludidos… y yo he llegado a plantearme seriamente, tomar las riendas de semejante agravio.
¿Recuerdan ustedes a aquel negro que me rondaba noche y día en busca de desconocido atractivo y placer? (Ver entrada: Llamada perdida) Pues aunque sabe que sé que no es más que un caradura malcriado, se empeña en insistir y molestar, y no le importa que yo me empeñe en ignorarlo y olvidar.

El caso de este individuo nada tiene de especial, él no lo es, nuestra historia no lo fue y, lógicamente, no lo será. Lo que realmente ha encendido mis alarmas y avivado el fuego del RENCOR son las intrusiones de medianoche que el jefe del negro, protagoniza en los últimos tiempos.
Para entender mejor la historia, empecemos por el principio. Hace algún tiempo os hablé de aquel chico, bien posicionado y apuesto, que alternaba su trabajo, sus amigos, su mujer y su bebé con citas conmigo en mi patio cordobés. Mis amigas y yo, picaramente, le llamábamos El Torero. (Ver entrada: Estado civil: INFIEL) Llegó a mi vida, como os dije, en pleno verano, en plena fiesta, en medio de una de mis atómicas relaciones y me alucinó. No sólo por esos ojos verdes que taladran murallas, si no porque resultó ser un chico encantador, educado, simpático y apasionado como pocos. Cuando supe que hacía varios años que había pisado el altar ya era tarde. Sufría lo que yo misma denominaría como DESEO INFERNAL. Lo deseaba con avaricia, tenía que poseerlo (¡atención a mi lado masculino!), besarlo, morderlo y hacerlo temblar toda la noche.
En mi línea, olvidé cualquier tipo de aspiración sentimental y me centré en ganarme su confianza y su amistad. No fue difícil, sé que se sentía cómodo conmigo. Hablábamos, bromeábamos, éramos realmente sinceros el uno con el otro y eso forjo un curioso cariño.
Pero supongo que no pueden evitarlo. No hay manera de que ganen, aún con el tiempo y las vivencias, el atisbo de razón que los convierta en seres humanos. Siguen demasiado cerca del semental de la manada. El Torero comenzó a controlar mis otras citas, mis otras amistades e, incluso, mis prioridades y mis decisiones.

Él, aquel que sin remordimientos me aseguró que “si alguien le preguntara, siempre juraría que no me conoce de nada”, se atrevía a intentar prohibir el resto de mis relaciones.
Si algo me ha enseñado ser tan puta es que en este cuerpo mío sólo mando yo.

Por muy bellos ojos que luzcas, muy deslumbrante que sea tu sonrisa o muy efectiva que sea tu técnica amatoria.

Cuando sus intenciones chocaron con mi muro de libertad, el envoltorio de hombre encantador resbaló hasta sus pies y dejó a la luz el macho de cabra que un gran número de varones guarda en su interior.
Desaparecieron las llamadas a media tarde, las risas, las anécdotas, los secretos compartidos y la complicidad. En resumen, desapareció. Creí, he de ser sincera, que no era más que un arrebato de crío llorón, ya los había sufrido antes. Confiaba en los buenos momentos juntos, en la paz que encontraba en nuestras citas. Pero el tiempo pasó y pasó su recuerdo.
Por una parte, agradecí la espantada, que dicen que lo bueno si es breve, dos veces bueno. Alguna vez eche de menos ciertos detalles. Pero, en general, aquel niñato había dejado un buen sabor de boca en mí y sabía que si el azar nos regalaba un tropiezo, habría sonrisas y algún abrazo falsamente inocente.
Mi sorpresa fue, que no hizo falta tropiezo, encuentro o reencuentro y El Torero volvió a mi actualidad sin ser requerido, ni mucho menos deseado. En los últimos tiempos, sufro sus interrupciones entrada la media noche. Llamadas que se extienden hasta el amanecer y que aunque cuelgue o apague el teléfono, se multiplican y me saludan a la mañana siguiente.
¡Qué pena! La que pudo ser una bonita amistad, se ve torcida por un testarudo maleducado. ¿Cómo debería reaccionar yo?, ¿Pasar página?, ¿Confiar en que se aburrirá y me dejará dormir?
Le expliqué en alguna ocasión que yo no funcionaba como ninguna amante que hubiera tenido. Puesto que no esperaba nada de él, nunca me sentiría decepcionada, engañada o utilizada. Sólo nos ofreceríamos sinceridad y buenos alimentos. Yo no le molestaría y el no se inmiscuiría en mi vida. Yo lo protegería y el me respetaría y se limitaría a devolverme el trato de igual que yo le procuraba.

Creí que había quedado claro, que estaba aceptado, firmado y asimilado. Sin embargo, no parece que sea así. Mi opinión sobre los reclamos de madrugada está muy clara y ya la conocéis, como la conocía él. ¿Qué pretende entonces? ¿Provocarme? ¿Espera que haga justicia y explique a su señora y amigos la clase de buen esposo que es? ¿Necesita que publique los e-mails, mensajes y confesiones que me hizo y guardo?
Amigas y amigos, el rencor, la venganza no repara el daño digerido, ni devuelve la paz perdida. Pero si el muchacho se empeña en ahondar en la llaga y llamarme barata a la cara, no habrá más que aclararle los puntos y temas.

¡¿Quizás ha pensado que me he pasado al gremio del taxi 24 horas o a aquel de la comida casera a domicilio?!
Qué pena… en serio. Qué pena que jueguen tan libremente con la felicidad de quienes tienen cerca sin cuestionarse ni valorar las repercusiones. Qué pena que no sepan jugar. Que no sepan perder, ni ganar.

...