aviso al lector

Cada una de las historias y anécdotas que encontrará en este blog son producto de una mente perversa y sobre-dopada. Los lugares, como los nombres o las expresiones son ficticios y ningún parecido con la realidad debe ser tomado en cuenta.

Si, bajo su propia responsabilidad y criterio, decide creerlas, ... ¡eso que se lleva!

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Cajas llenas y cajas vacías.

El otoño ha llegado como debía hacerlo, ha llovido, ha tronado y las hojas de los árboles han vestido las aceras. No hay lugar a dudas, acabó el verano, nos encoge el frío.

Mi personal versión de la estación, además, trajo consigo cambios y, según  mi horóscopo del mes de Octubre, “proyectos y planes a tutti plen que afrontaré con positivismo y energía…” ¡Con lo que me cuesta a mi producir energía con 10 grados menos!

Lo que nació como una intención de futuro, un deseo casi utópico de madurez, tomó fuerza de la noche al día y, sin más dilación, se materializó: “¿Y si nos mudamos a un piso nuevo, dejamos atrás al pornocasero, la misión imposible de aparcar en el centro y creamos un nuevo hogar…? Nuestro pequeña familia de cuatro…”

Hoy me sigue sonando tan pretencioso como entonces, pero ya estamos aquí. Bajo nuestro nuevo techo, en nuestras habitaciones, haciéndonos cargo de nuevas responsabilidades y tareas que, la verdad sea dicha, no podemos afrontar, y que, sin embargo, ha creado a nuestro alrededor cierta sensación de felicidad e ilusión pueril. Esta casa tampoco es nuestra, es más cara, no hay lavavajillas que nos facilite la existencia ni evite discusiones y quedan vestigios de humedades en mi habitación que ya se están haciendo notar en mi salud. Pero todos los gastos son nuestros y corren de nuestro crédito… y eso, insensatamente, nos llena de dicha.

Durante casi dos años he vivido en un piso alquilado, en el centro de la ciudad, a dos pasos de tiendas, locales de ocio, monumentos y todo eso que convierte al casco antiguo, sus angostas calles, sus oscuros callejones, sus edificios ruinosos y peculiares habitantes en “una buena zona”. Hace casi dos años, yo huía de mi Fran, su amante y todo el circo que les acompañaba. A la vez, ansiaba, como todos, oportunidades, sueños y futuro, nuevas salidas y escapadas en la ciudad-marco de mi juventud, esos dorados años de universidad, las fechorías de pseudosoltera o comprometida libertina, mis amigos, mis calles, mis amantes y nuestros escenarios. Este era el lugar en el que mis sueños se hacían realidad y aquel patio andaluz, escondido entre tenebrosos  callejones, rodeado de macetas, niños especialmente ruidosos y algún viejo chalado; parecía el nido ideal en el que volver a empezar, además, por muy buen precio.

Durante casi dos años he compartido con otras personas de distintas procedencias, destinos y variados estilos de vida, aquellos 70metros cuadrados de hogar. Unos iban y venían y otros se quedaban. Para ser más exactos, uno de ellos, el pornojano, era elemento perenne e inalterable. El chico en cuestión, era nada más y nada menos que el propio dueño del inmueble, un hombre joven, apuesto y, tal vez, también inteligente que, como cirujano residente podía, sin problema, vivir tranquilo y solo en su propia casa, pero que prefería compartirla con gentes y culturas distintas que le enriquecieran y aportaran otros puntos de vista

Los variables, aquellos que fueron mis compañeros con fecha de caducidad fueron varios. El primero, Fariñas, un gitano de Cádiz, con arte, simpatía y poco gusto por las tareas domésticas que, para mayor honra, se ganaba la vida cantando en tablaos de aquí y allí.  Sobrevivía recordando a “su mujer”, la gitana 15 más joven que él, con la que discutía vía telefónica hasta altas horas de la madrugada… (cada noche parecía ser la última) y a la que cada mañana (mañana o tarde, el artista amanecía pasado el mediodía) amaba un poco más. Después serían un par de belgas, cada una a su tiempo, por suerte. Chicas tan rubias como lánguidas, como lechosas, como extrañas, como casi simpáticas, como difíciles de soportar. Con dietas imposibles, hábitos de vida insalubres y la mano muy suelta. ¡Cómo disfrutaban con los dulces ajenos! Concretamente, con los que yo atesoraba. Salí ilesa de la experiencia internacionalizadora y también más sabia, o simplemente más vieja. Hoy recuerdo con una sonrisa aquel día en que encontré el salón anegado de guiris, ropa interior usada y platos de macarrones resecos. Mi corazón se detuvo y de mi garganta brotó la verdad: ¡Me cago en el cosmopolitanismo!

Con la partida de las belgas, llegó mi alivio. El alivio con el sabor más agridulce conocido. ¿Quién sería el nuevo residente del patio andaluz? ¿Cuáles sus cualidades? ¿Ladronzuelo?, ¿Glotón?, ¿Ruidoso? ¿Excesivamente sucio? La sorpresa llegó con Isabella, gaditana, reducida y enormemente feliz. En poco tiempo congeniamos y pasamos las tardes riendo, burlándonos de todo y, sobre todo, del pornojano. De quien yo aseguraba dedicaba buena parte de su tiempo de ocio al consumo de porno y el consiguiente autodisfrute. Era buena gente el pornojano. Como con Isabella, el tiempo junto a Leticia fue divertido y pasó ligero. Era canaria, se movía al ritmo del trópico y paseaba por la vida, calmada y pacífica, como sólo los “afortunados” saben hacerlo.

Parece que fue ayer y parece que ha sido un sueño largo y delicioso, del que no ha habido más remedio que despertar.

Ahora escribo frente a un balcón. Pasan coches a toda prisa, veo árboles y oigo pájaros. Esta casa es más tranquila, más silenciosa… tanto que los vecinos se molestan si me oyen cantar. Este barrio es perezoso, más oscuro, no hay macetas en las escaleras, ni niños en el patio, ni vecinos locos. Ahora cajas llenas y otras tantas vacías. Algunos remordimientos y miedos a partes iguales. Imagino que este es el precio, el paso ineludible, el único camino para aprender y hacernos mayores.