aviso al lector

Cada una de las historias y anécdotas que encontrará en este blog son producto de una mente perversa y sobre-dopada. Los lugares, como los nombres o las expresiones son ficticios y ningún parecido con la realidad debe ser tomado en cuenta.

Si, bajo su propia responsabilidad y criterio, decide creerlas, ... ¡eso que se lleva!

viernes, 21 de mayo de 2010

La Erótica del Poder 2. Proposiciones Indecentes.


Como cada mañana, nos hemos dado los buenos días. Sin palabras. Se muere de miedo de sólo pensar que alguien pudiera descifrar lo que nos traemos... ¿entre manos? No, exactamente. El Ángel de la Guarda y yo no somos los protagonistas de una aventura de amor y pasión desgarradores. Esto es muy raro y muy especial. Así me lo parece.

Aquella primera cita de restaurante caro y Spa fue seguida por más Spa y más restaurantes caros. A escondidas, en hoteles selectos, en un rincón del salón. Como si tramásemos un golpe de estado, como delincuentes comunes. Y simplemente, nos habíamos besado. El sexo explicito tardó algo más en llegar. Bueno, es que este capítulo no va sobre sexo completo, digamos. Esta entrega es algo así como un acercamiento a los límites de la razón humana. Un viaje exploratorio a los entresijos del deseo y el placer.

Ya lo avisé. Me sentía irremediablemente atraída por él. Nada más que palabras, miradas, poesía y mentiras, tal y como el mismo describía nuestras citas; eso era todo lo que comprendía y comprende este cuento.

Acudía nerviosa a su encuentro, alcanzaba un taxi en la calle trasera del edificio, escondida, disimulando entraba al hotel convencida de que cualquiera podía leer en mi frente que aquel no era un lugar usual para mí y que aquella no era una inmaculada amistad entre dos bichos raros. Hablábamos durante horas, reíamos otras tantas, nos mirábamos siempre a los ojos y sin decir nada podía sentir tanto. Se puede hacer el amor en un parpadeo.

Rozar su mano me devolvía la seguridad, la paz. Oír su voz, sus inventos, sus ideas anquilosadas me entretenían, nos divertía discutir y subrayar nuestros distintos orígenes, lo contrario de nuestros caracteres. Un facha común, capillita y rancio puede llegar a ser una compañía deliciosa, si se empeña.

Las mujeres de mí alrededor no terminan de entender aquella historia de símbolos, espiritualidad y mensajes cifrados. Pero tampoco espero que lo hagan. Sus poemas en referencia a los deseos reprimidos y las masturbaciones a mi salud llegaban a mi teléfono y mi correo electrónico con normalidad, como las canciones sobre la soledad y los amores fugaces. Pero en el directo, nada más que dulces besos en la intimidad de un ascensor, en la humedad de un baño turco o en el riesgo de un despacho.

Fueron tiempos de ensoñación, caminaba por la ciudad sintiéndome “a pretty woman común". Me dirigía al trabajo cada mañana con ilusión, a la expectativa de reconocer sus pasos, adivinar su cercanía, cruzar una mirada y volverlo a desear. Si la puerta de la oficina se cerraba o era cerrada, sentía que me faltaba el aire, sólo saber que estaba cerca me inyectaba oxigeno para soportar la jornada. También lo advertí, mi trabajo no es un jardín de rosas, pero él suponía un poco de luz en la cueva.

En una ocasión, fuimos más allá. Un congreso en Madrid parecía buena excusa para la ansiada escapada. Lo preparó todo, encontré los billetes de tren escondidos en mi ordenador, dinero para el taxi y un mensaje en mi teléfono prometiéndome que haríamos realidad cada palabra, cada poema, cada mentira. Sólo debía preocuparme por llegar a tiempo a la cita y disfrutar. Pero el contrato implicaba algo más. En la estación de trenes, le vi y, ansiosa, avancé hacia él, pero sus ojos, como otras veces, hablaron y entendí que “lo más oportuno” era ser discretos. Estaba claro: TU Y YO NO NOS CONOCEMOS.

La ilusión con la que había aguardado aquel día se enturbió con lo de siempre, la realidad. Había reproducido cien veces en mi cabeza el viaje en tren, juntos. Dos horas para hablar, rozarnos, sonreírnos y mirarnos de cerca. Sólo quería apoyarme en su brazo. Sólo quería que Richard Gere me transportara al boulevard de las ilusiones. Pero el Gere no gastaba esposa e hijos en la peli y yo no disponía de edad, alcurnia o valor social para romper su vida, sus esquemas y arrastrarlo hasta mi mundo. La realidad, una vez más, haciendo de las suyas.

Al subir al tren, descubrí que no viajaríamos en asientos contiguos, si no en distintos vagones, con las mejores comodidades y prestaciones, pero separados. Allí estábamos, mi libro (el cual pensé que no tendría opción de empezar), el Alcalde de la ciudad (¡menudo mal humor desprende!) y yo (a secas); rumbo a la capital. Sin duda, no sería un viaje de puro placer. Al desembarcar me dio la mano, según él, nadie nos conocería, sólo nosotros y la ciudad, sólo nuestros planes y deseos importaban.

Quise huir. Quise abofetearle, insultarle y joderle la vida. Pero... ¿qué podía esperar de un hombre casado? Sólo en aquellos momentos me sentí sucia, traicionera y traicionada. Sólo entonces vi la mentira y el uso que me estaba dando. Iréis conociendo mi capacidad de regeneración y puesta en marcha rápida. Estaba en Madrid, a gastos pagados, lo inteligente era retomar el mando de la situación y limitarme a gozar. Mantener la cabeza fría en estos casos es la única indicación sanitaria que conozco, y, en resumen, no estuvo nada mal... hasta que subimos al tren de vuelta, fríos, distantes o discretos, según quién lo defina y, por supuesto, por separado.

En la medida en que nos acercábamos a nuestro destino, la resolución del cuento lo hacía de igual forma. Se había acabado. Porque yo no estaba en disposición de exigir nada, porque yo sabía qué tipo de relación podíamos tener y cuál no; pero yo no merezco que me escondan, me disfracen o me desplacen al vagón de al lado. No hizo falta negociar o explicar nada. De nuevo en la oficina, nuestros miradas comunicaron y a buen entendedor...

Por desgracia, no hay demasiadas oportunidades como ésta, porque no hay demasiados hombres idóneos para el sexo del alma. El rencor del principio, pasados muchos meses, fue desapareciendo para dejar paso a esa tímida añoranza. He vuelto a suplicarle atención de un vistazo, y agradezco que no ignorara mi llamada. No hay un futuro para esto, pero es, además de la confianza y el cariño, un pilar esencial. ¿Una relación normal con un pajillero liante de esta calaña? ¡Ni loca! La caducidad da un punto de morbo a los yogures y los ángeles de la guarda.


Audio: Déjame olvidarte. Sergio Dalma.

Segundo round: rubia,1- orangután,0

Ya está aquí el calor. Y con ello no me refiero al buen tiempo, si no al calor.

Esta ciudad se convierte en una olla a presión conforme la escueta primavera desaparece de improviso, salvando esta alergia mía recién estrenada, y de repente, el termómetro sube y sube, las faldas se acortan y acortan y los antros asfixiantes dejan paso mis ansiadas terrazas de verano. Pueril, lo sé. Pero “me da la vida” una noche calurosa, bajo el cielo estrellado, música sin sentido y buena compañía. A falta de vacaciones acordes con los derechos humanos o sueldo que me permitiera disfrutar de ellas como es debido, una noche de estreno, copas para todas y “roneo” es un aliciente más para mantenerse en pie.

Ayer no tenía ganas de volver a casa. Me lo estaba pasando bien. Es más. Una vez en la cama, no podía dormir. Unas cuantas horas en el mundo son muchas cosas que contar.

No era mi idea salir hasta tarde, no es mi estilo disfrazarme para estos eventos. Pero anoche inauguraron mi lugar favorito de la época estival y no podía faltar. Unas amigas y yo, junto con unos 3millones de personas más, nos acercamos hasta allí dispuestos a escribir una noche memorable. Como decía, no eran muchas mis presunciones, tampoco fueron tantos mis logros. Pero hay que recaer en esos pequeños pasos que damos y que suponen cambios drásticos para nuestra filosofía de vida.¡Un fuerte aplauso para los pasitos que nos hacen más fuertes!

Conseguí pulir mi lado sexy e incluso me peiné. ¿Obvio? No tanto en mi caso. Los jóvenes de hoy deben dedicar, según mi propio estudio, entre 4 y 24 horas diarias a broncearse, depilarse, aceitarse, abrillantarse, maquillarse y conseguir esas ondas perfectamente definidas al viento y esos flequillos esculturales alzados 1metro 80 centímetros sobre el nivel de tierra firme.

Cuanto más cerca estaba de la interminable cola que flanqueaba la entrada del lugar, más preguntas abordaban mi rubia cabecita, ¿nadie en esta ciudad trabaja? ¿No hay un solo espíritu estresado en los alrededores? A mí me resulta matemáticamente imposible combinar trabajo, ensayos, tareas del hogar, amigos, amantes y chapa y pintura integral un jueves cualquiera, ¿cómo administran ellos su tiempo? “He comprado estas horrendas medias en los chinos de la esquina, una faja enteriza me ayuda a mantener los pantis en su sitio, mi intento de domesticar mis rizos sólo han conseguido aumentar el volumen de mi testa y necesito tomar, urgentemente, un baño de sol o me tomarán por turista noruega.” ¿Cómo lo hacen ellos? Entre otras conclusiones a las que llegué en la noche de ayer, una toma peso con el tiempo: muchos de los chicos y chicas que pueblan las noches son figurantes contratados por las mafias de la belleza artificial para avergonzarme, para motivarme o, sencillamente, para mejorar la media.

Suerte que siempre hay almas caritativas dispuestas a introducirnos por la puerta de atrás. Ambiente asegurado, empujones, aplastamientos, miradas lascivas, ojos analizadores, música deplorable y... Él.

Unos quince minutos después de aterrizar, lo tenía enfrente, tal y como había soñado, previsto o temido durante toda la tarde. Él, su simpatía, su espacio reservado, su amigo, el salido y su harén de treintañeras hambrientas de compromiso y venenosas como víboras. Se mueve notablemente bien en estos ambientes. Se le ve tan resuelto. Podía oler desde lejos su testosterona y sus intenciones, pero no su perfume. A penas nos separaban 3 o 4 metros, no estoy segura de que me viera. No estoy segura de que fuera lo más aconsejable. Pero no pude evitar sonreír al reconocerlo.

Durante 3 o 4 canciones repasé nuestra última conversación, su indecente proposición y las sensaciones que produjo en mí. Qué miedo me da el ser humano. Con toda la ingeniería que la sabia naturaleza invierte en nosotros y aún somos incapaces de gobernar nuestras voluntades. El pasado, si se empeña, consigue estar muy presente. Mucho más de lo recomendable. Una y otra vez, te abofetea y nubla tus citas, tus tardes, tus reuniones con amigas, tus sueños y tu blog.

He sido víctima, y he de admitirlo, de lo que creí que era nuestra relación y, claro está, no es posible salir del idílico laberinto hasta que la verdad hace presencia. Entonces, entre aquella muchedumbre, vestido como un gigoló y tonteando con horteras de discoteca, tomaban fuerza y definición mis temores. Le echo de menos, sigo pensando en él más de lo que se merece y me habría encantado que se pareciera en algo a la “horma de mi zapato”, pero no es así. No le conozco. No imaginaba los agravios, la frialdad, la falta de imaginación. No se trata sólo del miedo al compromiso. Analizándolo desde lejos, agazapada entre un trillón de aspirantes a novia de Escassi, me resultaba ridículo, poco hombre, repetitivo, soez, evidente y totalmente carente de estilo.

Después de la decimonovena canción de los 90 y con nada más que una copa aguada en el cuerpo, conseguí darle la espalda y dedicarme a bailar y reír con las chicas. Gracias a esa determinación, avisté a un amigo y sin embargo amante ocasional con quien guardo buena relación y latente tensión sexual. La moraleja no puede ser más clara.

Todos y todas empeñados en baches del camino, en historias que no fueron y sus segundas partes... quien más y quien menos añorando pesares pasados y redibujando historias borrosas, no por el paso del tiempo, si no por su pura naturaleza insana, irreal... Prefiero pensar así. Así es mejor. Si me propusiese mantenerlo conmigo, seguramente, caería en la distorsión, engañándome a mí misma y en el fondo, y también en la superficie, comienzo a asimilarlo.

El verano promete. No me lo pienso perder.¡No lo hagáis vosotros!


Audio: Nunca más. Manuel Carrasco.

martes, 18 de mayo de 2010

julia


Julia. Julia es… Julia es muy especial. Admito que tenía una idea prefabricada de ella. Afirmo este antojo en muchos aspectos, aunque con el mayor de los cariños, y, de la misma forma, algunos de mis prejuicios se diluyen al verla llegar. Al oírla hablar. Al disfrutarla y sufrirla.

La, en un principio, desconocida Julia es ahora parte indispensable de presente. Sus historias, sus miedos, cada una de sus anécdotas han colonizadon mi existencia, mi pensamiento, mis recuerdos de los días que vivimos y, por supuesto, la agenda de nuestros temas de conversación. Quizá, en todo este tiempo, no ha tenido, como yo, quien la escuchara… quien se deleitara con su sabiduría de balcón, esa que es innata, que se aprende rodeada de los tuyos, heredada de los antepasados milenarios…

Así es, Julia es pura herencia. Dentro de los parecidos razonables que encuentro entre los miembros de mi estirpe, analizando los rasgos que nos diferencian y unen, ella los reúne todos. Es CAN-TE-RA de los pies a la cabeza, de la misma forma en que Marta es AMOR. Su carácter, su simpatía, su carisma, su nobleza, su generosidad, su gusto por la familia, su sonrisa espléndida, su inocencia, su sencillez, la calidez de sus ojos. No se puede negar que viene de donde lo hace.

A Julia le ha tocado sufrir… como a todo el mundo, pero ella lo vive de una forma distinta. Supongo, aunque se esfuerce en negarlo, que soñaba con el príncipe azul desde la cuna. Un galán que llegara en cuanto antes y decidiese su destino pronto y para siempre. Esta urgencia, esa impaciencia, también es muy propia de nuestro apellido. El príncipe llegó, por supuesto. Porque basta con desearlo y ansiarlo para reconocerlo en seguida… en cualquier ser vivo que nos roce al pasar. La prisa hizo el resto. El sapo pasó a hacer las veces de amado y entró en su vida a la temprana edad de 15 años.

Lo que ha sido esta relación, todos lo saben y nadie lo imagina. Ocurre algo parecido con Julia, quien no alcanza a imaginar el rumbo que pudieron llevar sus días, pese a que ella, como nadie, fue protagonista del cuento… ¡de brujas! Y digo que lo fue, porque por fortuna, un día, o quizá un instante producto de muchas horas de reflexión, decidió cambiar su suerte y romper con las cadenas.

La pareja que se presumía para toda la vida se hundió e indignada he de decir, que no creo que él sufriera por la quiebra como lo hizo ella, cargada de decisión y coraje.

No sabría decir que les mantenía unidos. En realidad, sí. Lo de siempre, las familias, desde siempre; la costumbre, desde siempre; los planes, desde siempre… Entonces, no podría asegurar que hacía sufrir tanto a Julia. En realidad, sí. Supongo que cuando ves desmoronarse el sueño de tu infancia, quizás el único que has tenido, los compromisos, las rutinas, la seguridad, por más insegura que ésta fuera; todo tu cuerpo se desploma al ritmo que lo hace tu medio.

Tengo mi propia versión de los ocho años que Julia pasó apoyada en el balcón, como en su niñez, esperando a que llegara su Don Juan particular, aunque en este caso, lo hacía viendo partir al noble caballero hacia destinos, historias y amistades más animosas que las faldas de su fiel amante. La sabía segura, la sabía ganada, la creía tonta, sin voluntad, sin juicio ni voto.

A mis ojos, Luis no ofreció a Julia ni una sola verdad. Pero mis ojos pueden ser muy duros y mi criterio muy subjetivo. Yo, como todos, desconozco mil detalles, tantos momentos, tantos días en tantos años. Quiero pensar, desde lo más profundo de mi ser, que la quiso, que la quiso mucho y la ceguera que Julia disfrutaba era resultado del cortejo ideal, de un platónico romance plagado de detalles, regalos y besos. Quiero creerlo… y no quiero aventurarme a valorarlo.

Es el destino, ese que está escrito, el mismo que se escribe cada día, con cada paso que damos, en cada una de nuestras decisiones, en todas las palabras que pronunciamos y las lágrimas que derramamos. Julia, como Marta, como todas; llegada la primavera, arrancó las siguientes páginas del libro de su vida y se dispuso a improvisar. Sin duda, la vida puede escribirse en cualquier superficie, ¡lo que tengas a mano! Una servilleta en un bar, un e-mail, una canción que suena una y otra vez, sin llegarse a aborrecer, un contrato al romperse, una puerta al abrirse, una noche bailando sin parar y sin fin.

Dije que Julia es herencia y lo es desde que fue concebida, pero ahora, Julia también es Libertad. Quizá, no plena, tal vez, no igual a todas las libertades; pero la desea, la pelea a su manera y la exprime mientras puede, no importa la medida en la que la posea. Hay tantas ganas de vida en Julia y Marta. Junto a ellas me siento… casi vieja.


Audio: Colgando en tus manos. Carlos Baute&Marta Sánchez
Audio: Aquella. María Jiménez&Manuel Lombo

Estado Civil: INFIEL


El que se fue sin ser despedido, vuelve sin previo aviso, petición o llamamiento.

Hombres, quién los aguanta. Si a la desdicha en sí de haber nacido en aquel bando de la humanidad se le suma el compromiso adquirido, la situación se complica y ellos se vuelven aún más insufribles.

He conocido a varios hombres comprometidos en mi vida, o tres. Cada uno en su estilo y norma, pero todos igualmente posesivos e injustos. Cuando digo comprometidos, me refiero realmente a un compromiso de peso y cierta importancia… peso en consonancia con la edad de los hijos; importancia, según la popularidad del susodicho y las posibilidades de arruinarse la vida que éste tenga. Comprometidos, sí, aunque no demasiado convencidos.

Todos ellos eran jóvenes, incluso demasiado, todos ellos presumían de una idílica existencia adornada con todos los elementos posibles: buena posición social y económica, poder, atractivo de cualquier índole, maravillosa esposa y encorsetado contexto familiar.

El primero de ellos, Lucas, apareció un fin de semana cualquiera. No recuerdo demasiado de aquel encuentro… todas hemos tenido noches de nebulosa y abstracción. La gracia es que no fue una cita aislada, por el contrario, se repitió y para ello, mi amante cruzó el estrecho varias veces. La aventura, que acepté desde el principio con todos sus inconvenientes, dejó de ser divertida cuando él creyó que podíamos mantener el contacto vía telefónica entre idas y venidas. Entiendo que por entonces mi impresión de lo concebible o no en este tipo de amistades era muy distinta a la actual. Para mí, aquellas llamadas para “hablar de nuestras cosas” estaban más cerca de significar una tomadura de pelo que un halago. ¿Cómo podía querer tener algún tipo de relación permanente siendo un hombre casado? ¿Acaso no pensaba en ella, en sus hijos? ¿En qué lugar quedaba la lealtad, el respeto, la mínima honestidad?

Sí, cierto es que no dije NO a la faceta sexual de nuestra breve historia, pero el sexo, entonces y ahora, sólo es sexo según se plantee. La segunda llamada de Lucas a horas intempestivas (las cinco de la tarde) y con el único afán de “charlar” supuso el fin del idilio.

Ser infiel, dentro o fuera de una unión por escrito conlleva ciertos riesgos, y ellos en demasiadas ocasiones están dispuestos a correrlos. Al principio pensaba que sólo sería así hasta que obtuviesen lo que desean. ¿Sabéis de qué hablo, verdad? Quiero decir, hemos crecido con la creencia arraigada de que lo único que ellos persiguen es… eso, a cualquier precio y por encima de todo. Tanto es así que la situación se torna inquietante si no es sólo eso lo que se traen entre manos.

Como digo, mi concepción de lo plausible y no, de lo permisible y viable dentro de una relación ha ido variando con el paso del tiempo y las experiencias adquiridas.

Acepté, de esa forma, que lo que más me apetecía con cualquier varón era su amistad. No soy yo de enemistarme de gratuito, será que mi padre me repite demasiado aquello de que los amigos hemos de tenerlos incluso en el infierno. El caso es que opté por no pedir o esperar más de lo que ellos, por defecto o naturaleza, pueden dar. Eso. Pero si el sexo se adereza con buen rollo y confianza, puede dar lugar a una amistad simpática, un colega nunca está de más. Es mi apuesta y no me ha ido mal.

Nunca sabe una cuando necesitará una mano amiga, un apoyo, un contacto o ¡un enchufe! ¿Quién dice que éste no pueda proceder de alguna que otra sesión de cama? No defiendo el sexo interesado o con segundas intenciones, sólo digo que es mucho más fructífero ofrecer y ganar la amistad de un hombre, que luchar por su amor y chocar con sus defectos, sus complejos, su mujer y su descendencia.

El segundo de los hombres casados que conocí fue el ya conocido Salvador. Aquel que se acercó y acerca a mí con la intención de protegerme y, de paso, cumplir ciertas fantasías que su estricta monotonía no le permite. La vida de este señor no debe ser fácil. Siempre posando, siempre fingiendo, siempre sobre interpretando… ¡vaya! Es lo más parecido a una actriz porno que he conocido entre los hombres. Y pese a eso y a todo lo demás, valoro su amistad e incluso he tratado de protegerla, intentando convencerle de lo valioso de esa relación, por encima de los besos robados en el ascensor. Todo es en vano. Tengamos presentes el “eso”. Es inevitable caer en la trampa. Cuán desdichados son.

El tercero de la lista, resulta ser el último, si bien tal condición no lo alza como el definitivo. Pues no ha merecido tal etiqueta, ni ha hecho nada para lograrla, ni yo misma cierro puerta alguna a la aventura. Mucho menos por un niño engreído y simplón, incapaz de encontrar aliciente alguno en su vida y relación, más que el de casarse. ¡Ese es el fallo! Pensar que la pareja gana o se enriquece mediante la firma de un contrato laboral sin derecho a subsidio. ¡Ese es el fallo! Dejar en manos de la ligadura pública la supervivencia de lo que, en muchos casos, está muerto, incinerado y aventado.

A este lo conocían mis amigas como El Torero, supongo que por su porte, su hechura, su atractivo y su chulería. El Torero. Le viene grande el apodo. A sus 29, ya había atado todos los cabos posibles. No quedaba lugar para la incertidumbre o la inquietud en su vida: buena posición, carrera profesional en pleno desarrollo, poder, inmejorable posición económica, mujer e hija. ¿Qué más se puede pedir? Supongo que es cuanto todos y todas queremos. Despertar cada día en un regazo de tranquilidad, dicha y sosiego. Yo, como imaginaréis, me ahorraría el paso por la vicaría y por el paritorio. Pero si, mi Torero tenía todo lo deseable y en consecuencia, se aburría.

Definitivamente, debo parecer a simple vista un videojuego. A entretenida y amena no me gana nadie, El Torero lo leyó en mis ojos una noche de verano, hace ya casi un año, decidió jugar y lo está haciendo. Estoy deseando contaros cómo...


Audio: Corazón Loco. Bebo y El Cigala.

lunes, 10 de mayo de 2010

La erótica del poder. El factor X. (Segunda parte)



Y por fin es viernes.

El aire vuelve a entrar en mis pulmones en mi último día laboral de la semana. La situación económica y social de este país no deja demasiado lugar al disfrute, el despilfarro, la positividad o, siquiera, la esperanza. Pero los viernes, no tengo más remedio que sentirme afortunada.

El mío es un trabajo fácil, reconfortante, con un punto creativo... trabajo en una Fundación. Tiene sus días buenos y sus días malos, como cabía esperar. No son demasiadas horas y no es demasiado dinero... pero me permite subsistir y, en los tiempos que corren, no es moco de pavo. El problema de este lugar no son ni las instalaciones, ni las comunicaciones, ni las circunstancias, ni el futuro incierto de la crisis. El problema de mi trabajo tiene nombre propio, está por encima de mí en la escalera jerárquica y quiere cogerme el culo. Si a esto le sumamos su edad, carácter, afición por la mentira y despreciable comportamiento... ¡POR FIN ES VIERNES!

Las mañanas no son fáciles, pero nadie dijo que esto lo fuera. Por suerte, tengo un ángel de la guarda.

Curioso el concepto y mucho más amena la historia real. La primera vez que vi a mi Salvador, puedo asegurar y aseguro, que supe que algo terminaría pasando entre nosotros. Paseaba por los pasillos del edificio entre el despiste y la concentración, la cabeza gacha y ese permanente efecto rumiador de vaca que los viejos cascarrabias gastan. Él siempre parece estar maquinando un golpe de estado, siempre está dando vueltas a las noticias de la mañana, la paz mundial o aquel acuerdo que ansía y no parará hasta conseguir. Es abogado, acepto que es lo propio de su profesión.

Pequeñito, lejos de ser atleta o, simplemente, guapo, mi caballero andante camina encorvado, redoblado sobre su delgadita figura, medio calvo, medio siniestro... y sabía que iba a pasar algo. Apenas tiene 33 años, pero a ojo de buen cubero, podría jurar que anda en sus 40. Es un hombre envejecido, madurado por fuera y a la fuerza, por las ataduras, por la educación familiar, por lo establecido y por grandes dosis de opresiva religión y discutible moral. Por supuesto, casado.

Lo imagino algo así como el mismísimo Sr. Montgomery Burns en sus años mozos. Mi Ángel de la Guarda es peculiar y no pude evitar que pasara.

Una mañana, en uno de estos pasillos, yo hablaba por teléfono y él pasó a mi lado. Como buen calculador y estratega, aguardo el tiempo justo para repetir la jugada y... se detuvo frente a mí. El aire de monsier importante y distinguido que, como obra benéfica de la semana, le dirige la palabra a la becaria pueblerina y asustada, no le funcionó ni un solo segundo. Él es así, tiene cierto matiz evidente.

-“¿Cómo te llamas?, ¿Trabajas aquí, en la Fundación?”

Muy tranquila, le conteste, le sonreí y releí varias veces el deseo en sus ojos. Estaba... deseando.

El verano trajo muchas mañanas de tedio y poco trabajo, como poca gente deambulando por las oficinas... pero Él siempre estaba. Aprendí el sonido sus pisadas, lo intuía tras el cristal del ascensor. La enjuta sombra de joven Burns. Los saludos de cortesía dejaron lugar a las pequeñas conversaciones sobre el tiempo, sobre el trabajo, sobre la vida, sobre la juventud y los sueños por cumplir. Me divertían aquellos encuentros tan falsamente inocentes, me sentía protegida al oír sus pisadas junto a la puerta. La complicidad, siendo tan rematadamente distintos, me alegraba las largas mañanas estivales.

En cierta ocasión, a nuestro pícaro intercambio de impresiones, añadió un “¿Comemos mañana?” Pasmada, sorprendida, halagada y un poquito comprometida, no pude más que aceptar.

Al día siguiente, allí estaba yo, informal, en mi estilo, como cualquier otro día de la semana y, sin embargo, había puesto doble capa de rímel en mis pestañas. No descifraba del todo los motivos de aquella... cita, quise pensar que no eran otros que los profesionales, una grata y fraternal reunión de amigos procedentes de dos polos opuestos del globo. Tras el almuerzo, el café y, después, la invitación más inquietante de toda mi vida. Mis amigas lo ven claro, yo, realmente, no pude más que aceptar. “¿Hace un spa?”

Su pequeño cuerpo en ropa de baño no era ninguna tentación inhumana, estaba más ocupada intentando no pensar en la impresión que mis curvas podían causar dentro de aquel bañador deportivo de una sola pieza que muy amablemente me habían cedido. Por suerte. Había pasado por la depilación unos días antes.

Nunca sabemos dónde está la suerte, dónde la desdicha o la oportunidad, mucho menos imaginar, cuándo tendrá una que meterse en una bañera de agua caliente con un pez gordo de la medicina de esta ciudad.

Temblaba como un animal asustado cuando me paré frente a él. Ni el olor a menta que recorría cada instancia, ni la penumbra, ni la temperatura caribeña que nos envolvía, apartaba de mi cabeza la idea de que estaba sola y embutida en un bañador horroroso con un hombre deseante, en un ambiente totalmente... propicio. En mi posición de chica impresionable y agradecida, no conseguía más que repetir una y otra vez “¡Qué fuerte! ¡Qué fuerte! ¡Qué bonito todo! ¡Qué fuerte!”

Suena patético, lo confieso. Pero, ¿qué otra cosa podía decir? Fingir que estaba acostumbrada a aquellos lujos y placeres habría sido totalmente deshonesto. Impropio de mí. La resolución de la tarde, según muchos y muchas, era previsible. Peco de ignorante, jamás pensé que se atrevería a besarme, como lo hizo, abrazarme, como lo hizo, y decirme, cuantas barbaridades me dijo. He llegado a desear peligrosamente a ese montón de fachada y leyes. Me fascinaba su inteligencia, el mejor de los afrodisiacos que he probado.

Los encuentros de ensueño entre mi Protector y yo se sucedieron y se multiplicaron. De extraña naturaleza y problemática, nuestras citas a escondidas, desde el disimulo y arrebatadoras de pasión merecen más protagonismo, otro día, más despacio.


Audio: No me digas que no. Sergio Dalma

jueves, 6 de mayo de 2010

Continuación

"Otra vez aquí, realmente no es éste mi sitio, pero...¿cuál es mi sitio? ¿He estado alguna vez en él? Puede ser, pero ahora no es el caso"- los pensamientos deambulan por mi cabeza, me bloquean. No me reconozco. Pero hacía mucho que no me encontraba en mi propia piel. En aquel instante en que empecé a buscarme, tal vez me perdí.

La fiesta no estaba siendo lo esperado. Mucha parafernalia para tan poco nombre. Los invitados iban de una habitación a otra sin mirar al su alrededor. Todo podía ser aquella noche, menos ella.

Lo había dejado claro desde el primer momento que habló conmigo. Yo no paraba de buscarla, pero ella había desaparecido. Paseé con disimulo por la casa buscándola. La cocina, la biblioteca,.. Realmente, aquella casa no era tan grande para esconderse de tal manera.

Desistí en mi intento de hablar con la rubia y tome la decisión más práctica. Es así, si el plan falla, hay dos opciones: tomar una copa de whisky barato o saborear un cigarrillo.

Salí al porche, necesitaba descansar de la humillante trama que se había montado dentro y encendí mi pitillo. Entonces, una voz conocida: -"Has tardado demasiado"...

Segundo round!

Inesperado giro el de esta historia.
Me ha dejado en un mar de sentimientos contradictorios. No sé muy bien cómo afrontarlo, qué paso es el siguiente, ¿ser más práctica o dejarme llevar por las vísceras?

¿Hay lugar para las segundas partes entre tú y yo?

Anoche, me sentía creativa y me dispuse a pintarme las uñas de los pies... ¡el rojo levanta el ánimo! En tal tarea estaba cuando lo vi. Ahí estaba, una vez más, conectado a la red social que me devuelve su imagen de vez en cuando... cuando la nostalgia me puede... cuando necesito recordar.

Me quema el pecho, se acumulan mis fuerzas en mis manos, quiero decirle algo, preguntarle, ¿qué ha pasado?, ¿por qué tanto silencio?, ¿cómo es que me ha olvidado?... pero me puede el orgullo, me puede la razón y pienso en la gente que me rodea y me da su cariño sin dobleces, sin juegos ni medias verdades.

Pero anoche, el carmesí de mis uñas debió alimentar mi autoestima más de lo común, y lo hice. Le escribí un pequeño mensaje, tan abstracto y sincero, que dudé que lo entendiera:

¿Es tan grave?

Efectivamente, pareció no entenderme... “Dime, es tan grave, cualquier cosa que haya hecho, abrirte el corazón, ser sincera contigo, compartir algunas risas,... ¿es tan grave?”

Me temblaban las pierdas... aquel podía ser un momento decisivo entre nosotros o no. No es la primera vez que soy tan honesta con un hombre... Admito mi propensión a decir las cosas claras, aún a riesgo de jugarme el cuello, pese a poner en peligro mi dignidad. No estoy muy segura de las consecuencias de otras ocasiones, pero normalmente, no es para tanto. No supone humillación tan insoportable, no te conviertes en sapo, ni te señalan las vecinas. Declararse es, a fin de cuentas, quitarse un peso de encima, y a mí no me gusta cargar más que con lo necesario.

Esto, como todo, es jugársela. “¡El NO ya lo tienes, ánimo!” Sí, claro, pero como pica la bofetada del NO. “No, tía! ¡No lo hagas! ¡Qué vergüenza! ¿Qué será de ti si te rechaza?” Si me rechaza tendré que seguir madrugando de lunes a viernes, tendré que volver a almorzar, cenar y dormir, y, por suerte, seguiré abrazando a mi madre los fines de semana, riendo con los inventos de mi padre y soñando con unas merecidas vacaciones, los focos, los aplausos del público en el Festival de la Canción de la Mancomunidad y aquel tipo tan mono que me sonríe cada mañana en el autobús. Si me rechaza, me pintaré las uñas de los pies de rojo y si cuando ande cabizbaja, las veré y sin remedio habrá que sonreír y volver a levantar la mirada... ¡¿Os he dicho que tengo dos dedos gemelos en los pies?! No sé si una deformación o un paso más en la evolución, ¡pero una gracia sí que son!

Yo me declaré al gran orangután (así le llamaba, cariñosamente), y su contestación fue tan frustrante como esperanzadora, no dijo nada. ¡No tenía nada que decir a un precioso email, emotivo, sincero y divertido! ¡Mis amigas lloraron al leerlo! ¡Alguna me ofreció mantener relaciones! Y él... no dijo nada. Ni bueno, ni malo. Pensé al principio que quizás no lo había leído, podría haberlo perdido, po
dría estar confundido, asustado, enfadado,...

Pero, no. Según me dijo ayer, como si nada hubiese pasado, “no tenía por qué contestarte, no tengo explicaciones que darte, yo no te las he pedido a ti.”

Nada más claro y más hiriente que la mismísima realidad. A sus ojos, no había nada que explicar, nada que decir, y mis palabras eran un exceso que no me podía permitir. Vaya, de repente, te sientes vacía. ¿Qué he estado haciendo todo este tiempo?, ¿qué tanto he recordado?, ¿Qué he estado extrañando?, ¿De qué me enamoré?
Si aquella respuesta no me había devuelto lo suficiente a la realidad, acto seguido me preguntó: ¿Estás ahora con alguien? ¿Quieres... follar?

Me aclaré los ojos, ley la frase desde lejos, desde cerca... con todos los tonos que se me ocurrían. No podía ser una broma, no era momento de bromear. Me lo estaba proponiendo de aquella manera tan... ¡soez! Follar. Ni vernos, ni cenar, ni te invito al cine, ni siquiera intentó maquillarlo con un “¡te invito a una copa y hablamos!”

Follar.

Los príncipes azules pierden al desnudo, dejan de ser ideales cuando abren los hocicos y emiten esos ruidos. Follar.

Reaccioné, por fin, y le recordé las diferencias entre las mujeres a las que había frecuentado y mi forma de ser. Le recordé qué me gustaba de nuestra relación y qué no estaba dispuesta a padecer. Asegura que nada tiene por qué cambiar, pero es sincero, no se lo puedo negar, y echa mucho de menos nuestro... en fin, follar.
¿Qué se supone que debo hacer yo ahora? ¡Olvidarlo! Fácil y barata respuesta, no me sirve. No es tan sencillo. Si todos estos meses han sido eso... “eso”, merece un escarmiento. Si su propuesta de macho cabrío esconde algo más... quiero averiguarlo.

Desde el conocimiento de la verdad, todo se ve de otro color, y no es rosa. Sea como sea, es bueno despertar de letargos anuladores. Lo había idealizado, lo había coronado como LA HORMA DE MI ZAPATO, el merecedor de sentarse a la mesa con mis padres, mi compañero de viaje. Si es así, prefiero saberlo. ¡No hay mal que por bien no venga!

El segundo round puede ser mi oportunidad de rematarlo o... Con los ojos abiertos ya no me duele su frialdad, su capacidad recién estrenada para ver en mí un objeto. Quizás esta vez, aunque escueza un poquito, yo pegue más fuerte.

Se repiten tantas veces los mismos clichés, una asociación de vilipendiadas, olvidadas y ultrajadas amantes sería un poderoso lobby. A fin de cuentas, el enemigo sólo se vale de subjetivas armas y el cebo está muy claro. ¿Quiere follar? Pues lo hará y no imagina cómo ni cuánto.

Que comience el combate.


Audio: Tu frialdad. Triana.

lunes, 3 de mayo de 2010

Tipologías, gustos. El Factor X

Menudo lío.
En circunstancias normales, una mujer se sentiría feliz, ilusionada, agradecida, bendecida por la suerte. Un chico estupendo, cariñoso, guapo, simpático, generoso, sincero, soltero y heterosexual se siente “a gusto” conmigo.

Pero no lo puedo evitar, no es mi tipo. Por más que lo intente, no es mi tipo.

La primera vez que hablamos, Juan Antonio me planteó una adivinanza. Por entonces ya no era la clase de hombre que me atrae ni interesa, pero me resultó… original. Tiene la mirada limpia… Juan Antonio es transparente, y lo que veo a través de él, es tan puro que me asusta.

Charlamos durante un tiempo y salimos juntos a distintos sitios, siempre parecía estar a mi disposición. Para cualquier cosa que necesitara. Yo sabía que se sentía atraído por mí, temblaba cuando me acercaba a él, ¡era incapaz de aguantar una mirada sin tornarse rojo! Y la verdad es que no hice nada por evitar que se encariñara conmigo. Mientras, me reafirmaba en la idea de que aquel chico no era para mí.

¿Por qué? Pues no lo sé o quizá no quiero pensarlo en voz alta… Puedo sentirme atraída por hombres nada favorecidos. Recuerdo alguna situación escabrosa, mi compañero no era precisamente apuesto y, sin embargo, me abrumaba la pasión y perdía la cabeza, hasta límites insospechados.

Realmente, no hay problemas de índole sexual entre nosotros. Pero es tan inocente… lo sé tan seguro. Eso es lo que falla, ese es el problema. Está ahí, para mí, en cualquier momento puedo disponer de él. Me lo ha dicho, lo ha demostrado. Después de tanto drama en mi diario, ¿es posible que me repela la estabilidad? ¿Soy alérgica a la felicidad sin sobresaltos? Nos hemos malacostumbrado y el sosiego tiene cierto matiz siniestro. Estoy esperando la trampa, el cartón, la traición y el abandono. No puede ser perfecto. De hecho, no lo es.

Mi prima, una de esas personas indispensables en mi existencia a la que dedicar 1.000 palabras más sólo para ella; conoció una vez a un tipo que sin ser genial, le caló la ropa con su humor, le traspasó la piel con su naturalidad y le perforó cada músculo, cada hueso y cada pálpito con su libertad, su humanidad y su pasión. Ella se enamoró, aunque lo niegue, y él resultó ser un pendejo imbécil y egoísta con novia de las formales. De esas que se llevan pegadas a los zapatos por puro gusto. De las que no te puedes desprender, ni quieres, ni de ellas, ni de sus familias, ni de los recuerdos, ni de los amigos en común. Un tiempo, yo también lo fui.

A la decepción le siguió el intento de rehacer su vida y buscar otros mares en los que pescar. Una noche, en un local de moda de la ciudad, en compañía de nuestra amiga Marta y de unos 300 jóvenes más, clónicos, idénticos, asexuados y sólo fascinados por si mismos; conoció al famoso chico 10. Mono, educado, interesado en ella, con bonitos apellidos, como bonita era su camisa. Charlaron y buscaron puntos en común. Ella, por evidentes motivos, no los encontró. Él, quizá tampoco, pero Julia es una mujer irresistiblemente atractiva, los hombres caen a sus paso, está científicamente demostrado. Una de esas mujeres con duende que tengo la suerte de frecuentar.
Unos días después, aquel perfecto ejemplar la invitó a salir, animada por nosotras u obligándose a “pasar página”, decidió darle una oportunidad.

Tomaron un helado, volvieron a hablar de sus cosas… Julia me juró haberlo intentado. Intentó ser cálida, natural, romper el hielo, bromear, buscar razones para sonreír y hallarse en aquella cita, más parecida a una entrevista laboral. Nos partíamos de risa con el testimonio de mi prima, quien aseguraba que el galán se jactaba de haber sido delegado de clase desde parvulario. Le recitó de memoria la tabla periódica y se indignó ante la posibilidad de haber protagonizado, alguna vez en su corta vida, un acto deshonesto… ni siquiera travieso.

Despavorida, Julia huyó y nunca más quiso saber del hombre 10. Al repasar cada instante del encuentro, los pros y los contras de aquel chico minuciosamente diseñado y gris, ella sólo podía encontrar una respuesta:... es que no es Él.

¿Y que tiene Él? ¿Dónde reside el factor X de aquellos de los que nos encaprichamos, aquellos de los que vamos orgullosas del brazo, por más dura que sea la caída?

Juan Antonio y el chaval de la tabla periódica tienen, sin saberlo ni aparentarlo, muchas cosas en común. Los dos carecen de nuestro Factor X. Cada cual el suyo, cada una a su manera. Pero es esencial, es único, es inexplicablemente. Alguna vez oí decir que es ilógico, que es amor. Amor. ¿Amor?
¿Amor al sinvivir? El gusto y disfrute de las noches en vela, de las horas mirando fijamente al teléfono. Llamará. Lo hará. Tiene que hacerlo. ¿Amor al corte de estomago al verlo de la mano de otra? Será tal vez el sex appeal propio del individuo con jurisprudencia para romper y recomponer corazones. Esa capacidad para olvidarlo todo es la que los hace irresistibles.

Juan Antonio no es Él, como el cofrade de estudios concertados no era… nadie reseñable. ¿Qué tienen que no podemos olvidar? ¿Cómo introducen el veneno mortal, que ni lo notamos y cada día necesitamos más? Es el mismo veneno que acabó con la autonomía de Marta, con su tranquilidad y con la curiosidad por la vida después de Él.

Esta noche, no pregunten por qué, veré a Juan Antonio. Ni siquiera me apetece. No me ilusiona encontrarlo, pasear o escucharlo. Ese dichoso factor nos separa, sin remedio. Le estoy agradecida y creo que necesito sus halagos y su cariño cuando la semana se presenta tortuosa. No es una excusa. Es humano.

Que la mancha de mora, otra verde la quita. Que llorar porque el Sol se largó, no te dejará ver las estrellas que brillan esta noche. Que Juan Antonio es un tío excepcional y yo sólo puedo pensar en quien se fue sin nada más que añadir. Que para gustos colores y para los ciegos, los amores.


Audio: 4 Elementos. La Musicalité

Presentación


.. sólo un detalle, el mérito no es mío, sino de mi amigo alberto..

Presentía que aquella noche podía pasar algo, todo era diferente; nada más cerrar la puerta de mi apartamento noté que estaba pasando algo.
Hoy no era mi mejor día, desaliñado, barba de cuatro días, jersey azul marino y las viejas botas, entonces recordé aquello que tantas veces decía mi madre -"¿así vas a salir?"- ya había perdio la costumbre de cuidar mi apariencia, mi ritmo de vida y mi inconformismo no me lo permitían.
Otra fiesta con un millón de desconocidos, a los que, sinceramente, no creo que aguantara más de cinco minutos; pero Fabio era así, se movía por unos ambientes que a mi, personalmente, no me acababan de llenar, pero no podía fallarle. Ya había dicho muchas veces que no y, la verdad, no tenía nada más importante que hacer.

Parece que una vez más iba a ser el último, "creo que ya no me esperan", pero me gustaba esa sensación, así notarían mi indiferencia ante ellos.

-¡Alberto! - abrió Miriam - ya no te esperabamos ¿dónde te metistes?
-Trabajo, ya sabes Miriam - disimulé
-Si, trabajo, siempre tu trabajo; ¡venga entra! - regañándome como siempre - ¡Veeeeen! Ha venido una amiga que quiero que conozcas...¡Gloria! mira este es Alberto, el chico del que te hablé ayer...
-Hola Alberto - dijo muy tranquila y segura de sí misma, lo cual ya me intranquilizaba.
-Encantado - contesté.

.. continuará, seguro que sí ..


Audio: Me and Mrs. Jones