aviso al lector

Cada una de las historias y anécdotas que encontrará en este blog son producto de una mente perversa y sobre-dopada. Los lugares, como los nombres o las expresiones son ficticios y ningún parecido con la realidad debe ser tomado en cuenta.

Si, bajo su propia responsabilidad y criterio, decide creerlas, ... ¡eso que se lleva!

viernes, 27 de agosto de 2010

Tú, yo y las mil y una noches

Diez días lejos de Juan Antonio y toda una tesina sobre lo que hice mal y no quiero repetir, lo que admití, lo que toleré, los mínimos, los básicos, lo que puedo esperar y lo que recibo de una relación. “Las ruinas de los amores pasados han dificultado el camino -se resigna Juan Antonio- pero no lo han hecho imposible”.

Durante aquella semana larga tuve tiempo de pensar en él, en mí y en nosotros, en los puntos y las voces a favor y en aquellos otros en contra. Nuestra historia tenía algunas conexiones con lo que recordaba de la primera, pero, al fin y al cabo, no era la misma, ni remotamente. No había más Fran, ni más otra. Era Juan Antonio, eran sus añadidos y era yo. Yo, que ya no era la misma.

Nos volvimos a ver, un sábado por la tarde, con un motivo muy especial. El estreno de MAMMA MÍA, EL MUSICAL. Servidora, revuelta de los nervios por el debut, por el público, por el reencuentro... ¿seguiríamos siendo los mismos?, ¿La distancia y el tiempo habrían calado entre nosotros?, ¿Algún rencor? ¿Quizás, alguna duda?

Lo esperé al final de la carretera, al principio de mi lejano pueblo. Había recorrido muchos kilómetros para acompañarme, algo bueno debía haber entre nosotros y aún así, temblaba de miedo. A penas detuvo el coche, saltó de él y vino corriendo hacia mí. Nos abrazamos fuerte y nos besamos en silencio. ¡Cuánto le había echado de menos! Se disiparon los fantasmas, se congeló el reloj y allí seguíamos, él y yo,  nosotros dos.

Se ha colado dentro, ya no hay marcha atrás.

Unos días después, ya de vuelta a la realidad, hablábamos de nuestras cosas, en la comodidad del sofá. Entonces, Juan Antonio me propuso un plan, una idea muy distinta a la de cualquier otra tarde... “¡Vámonos a Marruecos!”

Marruecos. 

He soñado con Marruecos desde los ocho años, cuando mis padres, en una visita relámpago, visitaron medio país y volvieron estremecidos y aterrados. No me impresionaron ni un ápice, no me atemorizaron ni por un instante. Seguramente persiste en mí alguna especie de conexión mística, debe quedar algo de los Omeyas en mis venas. Me moría por conocer Marruecos.

“¡Vámonos ya! En cuanto tengas un hueco, ¡busquemos un vuelo, un hotel, es muy sencillo!”

Marrakech, Juan Antonio y yo. Toda una prueba de fuego para lo que nos traíamos entre manos.

¿Sabéis de lo que os hablo? ¿Conocéis Marruecos? ¿Conocéis Oriente? He oído mil recomendaciones sobre lo que hacer y lo que no, lo que comer y lo que no, dónde ir y de dónde huir. Y, la verdad, nada es exactamente como cuentan. Creo que, en realidad, no se puede contar.

Marrakech es como el principio de todo, el comienzo de los hombres y las mujeres. Los hombres y las mujeres antes de todo, antes de vestirse y antes de desnudarse, antes del conocimiento y de la mezcla, antes de los envases, los conservantes, los antitranspirantes, los dermoprotectores y los antibióticos. Marrakech es tan pobre y tan real. Es tan rico y tan mágico.

En Marrakech los niños sonríen sin una videoconsola a cambio, en Marrakech las mujeres seducen sin destapar un velo, en Marrakech los edificios se confunden con las montañas, los jardines con los oasis, las noches con los días. En Marrakech los gatos reinan, el agua es venenosa y las piedras púrpuras. Puedes morir al probar la carne y resucitar con semillas milagrosas de anís. Puedes perderte entre dos calles o en la cima del mundo, en pleno desierto, donde sólo habitan rayos y truenos, donde la tierra es blanca y los hombres azules, como sus ojos bereberes. En Marrakech puedes hacer amigos en los rincones, sin decir una palabra, sin entender una palabra, sólo en el roce de una caricia. Fuimos tan ricos en Marrakech y tan diminutos ante sus palacios y sus murallas. Fuimos distintos y fuimos como todos.

Marrakech es el inicio de los hombres, de las ciudades y las sensaciones. Quiero volver.

La llamada “prueba de fuego” resultó ser maravillosa, y ni compartir cada hora del día, ni las inclemencias, ni las diferencias, ni las dudas, ni los miedos entraron en el equipaje.

Cada momento juntos nos une y nuestro viaje también lo hizo. Cierto es que en nuestras tardes y nuestras noches, nuestros cines, cenas y almuerzos. Los paseos, los pequeños planes y los medianos nos muestran una cara muy amable de nosotros mismos. Cierto es que convivir y compartir cada minuto de la jornada es distinto, como distintos somos nosotros. Tenía miedo de descubrir en él detalles que me repelieran, pero Juan Antonio no decepciona así como así y así mismo, me volví a enamorar.

Supongo que este nuevo estado de embriaguez y psicopatía no es tan malo, como no eran tan oscuras las calles de Marrakech. No me reconozco y me siento tonta por momentos, lloro sin razón y río sólo con verlo.

Después de África y sus misterios, Juan Antonio quería seguir compartiendo y descubriendo. Quería enseñarme los callejones que recorrió, aquellas montañas que escaló y las cascadas en las que se bañó.

Este no ha sido el verano de los viajes de 5 ESTRELLAS-TODO CONFORT. Por el contrario, ha sido el verano más extraordinario y divertido que recuerdo. Sin bronceado, ni fines de semana bajo el sol, el nuestro ha sido el verano más improvisado y cuidado al detalle que nadie me ha regalado.

Necesitábamos separarnos y vernos perdidos desde nuestras orillas, cada uno a su lado del río, más tranquilos, entre los nuestros, nuestros iguales, los de siempre, los de nuestro estilo. Tan seguros, como incompletos.

Alguna vez me dijeron que Juan Antonio y yo no tenemos nada en común y no es exactamente así. El día que nos conocimos, cada cual aterrizó desde su planeta, armado hasta los dientes, con el manual de prejuicios y la estrategia de guerra bajo el brazo. El día en que nos mezclamos, construimos una chabola, espontánea y temporal en medio de ninguna frontera, entre fango y matorrales; pero aquella eternidad en que nos echamos de menos y nos atrevimos a llorar, sembramos profundas las raíces de un hibrido que nadie puede calificar.

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