aviso al lector

Cada una de las historias y anécdotas que encontrará en este blog son producto de una mente perversa y sobre-dopada. Los lugares, como los nombres o las expresiones son ficticios y ningún parecido con la realidad debe ser tomado en cuenta.

Si, bajo su propia responsabilidad y criterio, decide creerlas, ... ¡eso que se lleva!

martes, 3 de agosto de 2010

Antecedentes. 1ª Parte

El tiempo que Juan Antonio y yo estuvimos separados, 10 días en total, me permitió repasar el ritmo que habían tomado los acontecimientos, cómo estos consiguieron transformar nuestros comportamientos, nuestras miradas y nuestros sentimientos. ¿En qué momento perdí las riendas de esta historia y caí en la red? ¿Cómo lo hizo, cómo consiguió que no me diera cuenta de que estaba entrando en mi vida? ¿En qué fase del envenenamiento me hallo? ¿Existe antídoto?

Mis últimos recuerdos sobre relaciones, estabilidad, planes y seguridad se remontan a muchos años atrás. Unos 3 ó 4... Quizás, menos, pero a mí me parecen una eternidad.  Será que no le guardo rencor.

Mi relación con Fran fue por una larga temporada, la historia más importante que había tenido.  Nos conocimos jóvenes, después de un año sabático en lo referente a la emoción. Fran apareció en mi vida cubierto de un halo de madurez, protección y cariño insólitos. Se atravesó en mi camino y parecía dispuesto a no dejarme escapar.

Haciendo un pequeño esfuerzo, puedo revisar los primeros tiempos, dulcemente difíciles, marcados por la distancia. El tiempo y el espacio, dos constantes en nuestro amor. Durante una época demasiado largo fuimos 4, efectivamente, el Tiempo, el Espacio, Fran y yo. Después, fuimos más, muchos más, aunque no le guardo rencor.

Tengo que admitir, y él también debería hacerlo, que arriesgamos y apostamos mucho el uno por el otro. Discutí con mi padre mil y una vez por defender los derechos de nuestra relación, por pasar unos días a solas con él, por dormir juntos, por protegerle, por ayudarle, por apoyarle o sacarle del atolladero. Era lo mínimo que podía hacer. Me hacía muy feliz.

Fran, por su parte, abandonó sus estudios para trabajar y seguir adelante con independencia, para, de alguna manera, salvar aquellas constantes separaciones. Tal vez, no lo hizo por mí, seguramente, la universidad no le ilusionaba, no le inquietaba, ni mucho menos le divertía. Existe cierta probabilidad de que yo no fuera más que la excusa para atreverse a cambiar su rumbo. No le guardo rencor.

Ya lo mencioné más arriba, éramos jóvenes, inexpertos en estos menesteres de la paciencia, la transigencia, el respeto, el capotazo o la mano izquierda. Ninguno de los dos estaba exento de carácter, aunque las discusiones no eran nuestra tónica, ni nuestro estilo, ni un elemento destacado de la convivencia. Sin embargo, los comienzos fueron difíciles de manera muy significativa. Recuerdo noches enteras de llanto, al teléfono, suplicándole unas horas para vernos.  Obviando la realidad y los kilómetros que nos separaban, me parecían pocos los esfuerzos que Fran realizaba para verme. Conducía a altas horas de la madrugada para sorprenderme en medio de la noche, para calmar mi llanto y amarnos tanto.

¡Ay, juventud! Nos quisimos mucho. Al menos yo lo hice.

Sé que sufría por verme abatida ante nuestra despedida, me consolaba con regalos, notas escondidas en la cama, mimos, caprichos y promesas. Yo me estremecía ante la idea de perderlo, de que la vida me lo arrebatara, sólo pensar en que podría enfermar o sufrir un accidente, conseguía que permaneciera toda la noche en vela, llorosa, nerviosa, horrorizada.

¡Ay, el amor! El amor tan joven y tan enérgico. Le amé mucho, con todo mi cuerpo y toda mi alma. 
Le amé con todo mi ser.

Sus intentos por animarme a hacer una vida normal fueron en vano... hasta que el propio peso de la resignación me saco a la calle de la mano de amigas y amigos. Cada vez que Fran me animaba a salir y divertirme con otras personas, yo sentía la bofetada de la incoherencia en la cara. ¿Cómo iba a tomar una copa con amigos mientras él sólo trabajaba y se esforzaba por nosotros? Ni mucho menos me apetecía divertirme sin él. 

Hasta aquella noche. El cumpleaños de mi compañera de piso era una cita a la que no podía faltar si pretendía llevarme bien con ella el resto del año. Sin apetito ni pretensiones me vestí y me peiné, decir que me arreglé sería atrevido.  La verdad es que lo pasamos muy bien. Retengo la celebración dentro de una nebulosa, borrosa y lejana. Bebimos mucho y bailamos toda la noche. Creo que, además, no bailé sola.

Clemente era algo mayor que yo. Unos 5 años mayor. Se acercó a mí sin que me percatara y sé que bailamos y reímos toda la noche. A sus invitaciones yo respondía con un “perdóname, pero estoy comprometida.” Realmente, me incomodaban aquellas atenciones. Ni por un momento quería imaginar que aquel chico simpático y no mal parecido se atreviera a rozarme, siquiera. 

Surgen solas las sonrisas al repasar aquellos días. Yo, ¡estrecha y formalita!

Tenía miedo a muchas cosas. A defraudar a Fran, a fallar en lo básico, al juicio al que me someterían mis conocidos, a perder la amarga felicidad del amor a ratos y desde lejos de mi pareja.

Supongo que Clemente y yo hicimos buenas migas, algo así casi fraternal e inocente. Unos días después me buscaba, apelaba y proponía desayunos, meriendas, cervezas, copas, bailes, viajes y mil planes más que realizar juntos. Como amigos. Me resistí mucho tiempo, en busca de un pasadizo por el que escapar de aquellas proposiciones. Por entonces, no era, ni mucho menos, diestra en el juego, el flirteo ni la seducción. Por entonces no era más que una chiquilla de pueblo, temerosa de todo, que se encargaba e auto oprimir su propia naturaleza.

Mientras, los ratos al teléfono con Fran se reducían. Siempre atados a la disponibilidad y los horarios que su trabajo. A deshoras, con prisa, cansados, distraídos. Las ocasiones en que podíamos vernos también eran menos y nuestras parcas conversaciones terminaron por producir más malentendidos y enfados que instantes de complicidad y cariño. Definitivamente, no le guardo rencor. 

No podía recurrir a él si algo me preocupaba o me dolía. No tenía tiempo para atenderme, y ante mi requerimiento, Fran sólo sabía y podía responder, "Intenta animarte, sal, diviértete, olvida los problemas un rato y vuelve a sonreír."

Haciendo caso a sus recurrentes consejos, una mañana, acepté desayunar con Clemente.

Realmente, no recordaba con exactitud ni su altura, ni su pelo, ni su voz... no recordaba ni tan sólo su cara, pero lo reconocí en cuanto lo vi, a lo lejos, acercándose, divertido, mi amigo Clemente.

Aquella mañana y su sonrisa cambiaron el rumbo de mi vida. Cambiaron a la chica de provincias, su presente y lo que sería su futuro.

Clemente, mi amigo y amante Clemente. El punto de inflexión, el  punto y aparte. 

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