aviso al lector

Cada una de las historias y anécdotas que encontrará en este blog son producto de una mente perversa y sobre-dopada. Los lugares, como los nombres o las expresiones son ficticios y ningún parecido con la realidad debe ser tomado en cuenta.

Si, bajo su propia responsabilidad y criterio, decide creerlas, ... ¡eso que se lleva!

jueves, 29 de julio de 2010

Tu bando y el mío.



Algo así como vivir en galaxias distintas y remotas, a una distancia de años luz. Algo así como haber sido fabricados de materias y nexos distintos. Algo así como estar programados para combatir... el uno contra el otro.

No soy fácil. Es una verdad irrefutable. Tengo demasiados defectos propios y otros tantos añadidos por quienes no me conocen. Y tan innegable como es esta realidad, lo es el hecho de que Juan Antonio y yo somos aceite y agua en el mismo recipiente, que no en la misma cama.

En ese terreno, sin embargo, se evapora cualquier sombra de diferencia o distinción para fundirnos. Fundirnos como no lo hacía desde mucho tiempo atrás. He llegado a creer que puede leer mi mente y descifrar mis pensamientos, pero no es así. El secreto es mucho más sencillo y primario. Se trata de instinto.

La ciudad sobrepasa los 40 grados y sigue subiendo, peligrosamente. Es imposible pisar la calle antes de las 8 de tarde, es casi temerario. Para combatir el sofocante calor y teniendo en cuenta nuestros limitados recursos económicos, Juan Antonio y yo divagamos entre las reducidas soluciones y, finalmente, optamos por la más atractiva y barata de todas. La siesta en la penumbra de mi habitación, imaginando que el murmullo del ventilador y su soplo nos ha trasladado a una noche de playa.

El sueño no siempre llega y lo que empieza con un inocente beso en la frente, termina elevándome a otra esfera. Sólo repasar esas horas me estremece. Sabe lo que me gusta o, tal vez, no. Pero encajamos a la perfección.

No recuerdo haberme sentido tan querida en toda mi vida. Realmente, nadie hizo tanto por mí en tan poco tiempo. Ningún hombre había preparado con abundante cariño y esmero una noche imborrable de cumpleaños. Y si no es así, desde luego, mi conciencia lo ha perdido en algún pliegue de la memoria.
Juan Antonio logra que todo sea especial. Todo.  Consigue que echar la vista atrás resulte revelador pero no duela. No pienso en nadie más, y si los acontecimientos me obligan, lo que veo está claro. Ninguna relación que haya protagonizado antes, ningún hombre, en su paso por mi vida, me ha hecho sentir tan bien en mi propia piel. No existe comparación para la voluntad, la generosidad y la entrega de Juan Antonio. Ha crecido sobre valores y enseñanzas a los que se ha aferrado. Despliega su sentido del deber, de la familia y la unión por donde quiera que va y yo no tengo más opción que dejarme alucinar y aprender de él.

No he dudado en pensar en voz alta, le quiero. Él se ha atrevido a dejar entreabierta la puerta del alma, se “está enamorando”. Yo me muero de miedo y me planteo cada detalle un par de veces y él se deshace en atenciones y gestos de los que corroboran lo obvio. Me hace tanto bien y somos tan distintos.

Hace unos días, Juan Antonio y yo discutimos. Haciendo gala de mi vanidad hice aún más público este espacio y él, como ser humano que es, cayó en la trampa.

Habíamos hablado muchas veces, o quizás sólo las necesarias, sobre nuestros pasados, otras relaciones... No tengo intención de repetir errores. No está la vida para perder nada, ni siquiera el tiempo. Decidí ser sincera y clara con Juan Antonio porque es mi naturaleza y me parece el camino correcto hacia... bueno, hacia el propio destino.

Pero, tal y como concluí, en mi boca y con mi entonación, mis aventuras de cama y corazón resultaban divertidas e infantiles. Sin embargo, leídas por él mismo, se asemejan más a un diario secreto, escondido y maldito recién descubierto.

Aquella tarde, le noté serio. Incluso parecía frío y distante. Le pregunte. Le volví a preguntar. Le recriminé su hermetismo, su silencio y su falta de consideración para conmigo, que no podía más que esperar, sentada a su lado, a que dijera algo. La respuesta tardó en llegar, pero al fin apareció.

“Necesito pensar.”

Creo que ese fue el instante que lo cambió todo. Resonó en mi cabeza la idea y la sentí como una bofetada. 

Pensar. ¿Pensar en él? ¿En mí? ¿En nosotros? ¿En la vida y la muerte? ¿En la crisis y el mundial?

Pensar y hacerlo sólo. ¡Qué miedo! Con dificultad me explicó los pormenores de su disgusto. Se sentía engañado, traicionado, celoso. Se preguntaba hasta qué punto era importante para mí o sólo uno más.

Mientras Juan Antonio se preguntaba, yo encontraba las respuestas sin dudar y me hundía más y más en la impotencia. Incapaz de recobrar su confianza o explicarle que nunca debió perderla. Imposible hacerle ver que había hecho aflorar lo bueno que hubiera en mí, que había desechado mis anquilosadas y prototípicas ideas sobre lo que una mujer necesita, sobre aquello que nos enamora de un hombre. Tenía demasiadas cosas que decir y de las que convencerlo.

Respiré hondo y hablé. Con calma, acepté su decisión. “Piensa cuanto quieras, estás en tu derecho. Ya conocías todo cuanto has leído. Yo misma te lo he contado, sin tapujos ni medias verdades. Soy así, Juan Antonio. Soy el fruto de lo que he vivido hasta este día. De mis errores y mis aciertos, y lo que hoy existe entre tú y yo, también lo es... y no lo quiero perder”

Mientras hablaba no podía dejar de repetir en mi cabeza la idea: Pensar. Pensar y llegar a perderlo. Qué miedo... Continué.

“Quizás crees que no hay muchas mujeres como yo, que he vivido en el libertinaje, que he dejado de respetar a los demás y a mí misma, que he olvidado el valor de una relación. Pero la verdad es que todas sentimos y todas deseamos, que soy libre y soy honesta conmigo y con los demás. Que nunca te he mentido y, después de vivirlo y experimentar... quiero cuidar esta relación, quiero que crezca, quiero que llene mi espacio y lime mi mal genio, que me haga sonreír otras tantas veces al día, quiero mirarte y reconocerme en ti y quiero, sobre todas las cosas, que entiendas que no voy a cambiar, que no voy a olvidar a las personas que pasaron por aquí, no voy a dejar de escribir, porque es mío, lo necesito y me hace feliz. Puedo quererte habiendo querido. Quiero quererte, más allá de todo lo que he querido.”

Al día siguiente, Juan Antonio salía de viaje y poco después lo haría yo. Pasaron 10 días hasta que nos volvimos a ver. 

4 comentarios:

  1. More please !!!!

    Agua y aceite... Pero ¿acaso no se cuece la pasta con agua y aceite?

    Tal vez no sea tan mala combinación. Aunque si siempre es necesario que hierva el agua, también es para pensárselo. ¿no crees?

    ResponderEliminar
  2. Sí. Así somos los hombres y las mujeres, como agua y aceite. A la vista saltan algunas de las diferencias, el resto, se llevan dentro. Pero hay que admitir, CON ALEGRÍA Y ALIVIO, que somos diferentes.
    Con el mismo regocijo, tengo que confesar que el agua y el aceite revueltos en un lugar exacto de nuestro mundo, en el momento idóneo de nuestras vidas, cocinados a la temperatura justa, dan lugar a deliciosos sabores y aromas.

    ¿Y que son las relaciones sino una buena comida? Buenas materias primas, años de experimentación, conocimientos contrastados y mucha paciencia.

    El mío es un banquete que no todos pueden permitirse, c´est la vie!

    Gracias por el apoyo!

    ResponderEliminar
  3. Es cierto... pero...muchas veces pasa que es más lo que os separa de lo que os une... No me refiero a tu caso... solo llevo unos dias viendo este blog.

    ResponderEliminar
  4. Ajam! Tienes razón.
    Si las diferencias terminarán por separarnos a Juan Antonio y a mi, ¡sólo el tiempo lo dirá!

    Gracias, de nuevo. Un saludo.

    ResponderEliminar