aviso al lector

Cada una de las historias y anécdotas que encontrará en este blog son producto de una mente perversa y sobre-dopada. Los lugares, como los nombres o las expresiones son ficticios y ningún parecido con la realidad debe ser tomado en cuenta.

Si, bajo su propia responsabilidad y criterio, decide creerlas, ... ¡eso que se lleva!

martes, 8 de junio de 2010

Grandes esperanzas, espectativas rotas

Por fin es viernes. Bueno, ya sabéis lo que ocurre, lo que implica, lo que supone para mí. Ha sido una semana larga, casi interminable. Ha pasado tan despacio, he dormido tan mal. Sin mucho trabajo en la oficina y con la perenne tensión en el cuerpo, hubiera preferido otro tipo de estrés pegado al cuerpo. Pero ya es viernes, hemos sobrevivido una semana más y el fin de semana se presenta entretenido.

Pensando un poco más en estas molestias en la espalda y el cuello y mi reciente alteración del sueño (he tenido pesadillas para todos los gustos en los últimos días) he encontrado una posible explicación… ¡o dos!

Hace unas semanas, reencontré en Facebook a un antiguo ligue que, en su momento juró y perjuró tener intención de mucho más. Borja. Como digo, nos saludamos cordialmente y, sin demasiada dilación, procedió a recordar lo que pudo ser y no fue y, por supuesto, a lanzarme cuanto reproche iba imaginando. Lo que él mismo definió como un carácter excesivamente fuerte, un talante impaciente y una naturaleza injusta e intolerante me había convertido en la hembra libertina y sin embargo, castradora que soy y, en consecuencia, había acabado con aquella hermosa relación que no pudo más que germinar y yo me encargué de destruir.

Como podéis imaginar, la realidad es otra. Empecemos por el principio.

La primera vez que vi a Borja me pareció un tipo elegante, con clase.
Tiene estilo en toda su cáscara. Al fumar, al moverse… Cierto aire setentero, británico y mafioso. Sí, una mezcla rocambolesca, pero surtía efecto. Borja es inteligente, sabe cómo hacerlo y le funciona, al menos, le funcionó con todas las anteriores.

Le bastaron unas horas para jurarme amor eterno, fidelidad, bla, bla, bla… Tras el vértigo inicial, no sabía muy bien cómo reaccionar, cómo responder al contrato que se me presentaba frente a las narices. Realmente era un tipo encantador. Quizá, pelín amanerado, pero en los primeros tiempos ese tipo de gestos pueden confundirse con la sensibilidad y los buenos modales. Después de algo más de una semana viéndonos, hablando sobre todo y poniéndonos al día de nuestro curriculum sentimental, no nos habíamos acostado y yo ya me planteaba qué tal quedaría en las fotos de familia junto a mi abuela y los primos segundos venidos del norte.

Le expuse mi debate a mi amiga Esperanza y ella encontró la clave: “Me parece precipitado, pero si te hace sentir bien… ¿qué tal es en la cama?” A su pregunta respondí con la verdad y a mi verdad ella me devolvió una aún más dolorosa: “No puedes comprometerte así con un tío que… ¡no conoces!” Tenía razón. No podía lanzarme a la piscina como una loca sin saber exactamente la potabilidad de sus aguas. Ninguna de nosotras debería hacerlo, porque la dura realidad es que no se puede subsistir en pareja siendo los mejores amigos del mundo.

Aquella misma noche, Borja y yo hicimos algo parecido al amor.
Fue especial, al menos, yo me sentí así. Muy cómoda, muy protegida, ¡estaba incluso nerviosa! Aquello se asemejaba mucho a lo que me gusta de un hombre. Recuerdo que aquellos días dormí especialmente bien. Sin duda, producto de la sensación de felicidad inducida. Estaba decidida, Borja valía la pena y lo menos que podía ofrecerle era acabar con cualquier historia paralela.

En un alarde de valentía, frialdad y desvergüenza, aproveché la cita con El Orangután que frecuentaba para exponerle la situación y atajar el problema. Pasamos la tarde juntos y también la noche. Y sólo después de la cena y de mucho sexo me atreví a decirle que se había acabado. Lejos de todo pronóstico, lloró. Lloramos. Tan grande, tan viejo, tan seguro de si mismo, tan independiente y tan lejano, lloró. Me preguntó por qué, cómo, desde cuándo y quiso saber de sus virtudes, sus defectos, sus carencias. “En unos días, ¿has encontrado más en él que en tantos meses conmigo?” Pero ni una sola vez dijo: quédate. Dame una oportunidad, porque yo quiero dártela. Hagamos una locura, querámonos delante de todos y con todas las letras. Sin miedos, sin encorsetamientos, sin orgullos trasnochados y sin obligaciones que no queremos adquirir. A nuestra manera.

Sabía que así sería. Sabía que nunca se atrevería a apostar por mí. Y, tal vez, esa fue una de las razones por las que, de repente, caí fascinada por un desconocido disfrazado de modernidad, intelecto y placer.

Se nota a la legua que es experimentado, tenaz y caprichoso. Exactamente. Si tuviera que ensalzar sólo una de sus cualidades, optaría por la tendencia al capricho. Borja nació y creció en el seno de una familia acomodada de la ciudad. Con más potencial que predisposición optó por vivir la vida peligrosamente, aunque el asunto pierda peligro al tener en cuenta el paraguas protector que suponía su familia, la cual siempre le salvaría el trasero. En la medida en que nos íbamos conociendo, descubría anécdotas de su vida que me ayudaban a conocer al verdadero hombre que se escondía tras la gabardina.

Menuda desilusión. Amigas y amigos, NUNCA se enamoren de una estrella del pop. Las atenciones y la galantería de los comienzos devinieron en ausencias, planes alternativos y decisiones de lo más egoístas. Me duró un mes y medio, con escapada a la playa incluida. Admito que la cosa se alargó por nuestra positiva compenetración sexual… me llamaba cachorrita… ¡qué poca vergüenza!

Ayer, cansada de su insistencia, acepté su invitación. Se trataba únicamente de vernos, hablar, limar asperezas. Por supuesto, no era la intención de ninguno de los dos. Él soñaba con metérmela y yo… Yo prefiero cerrar las historias con educación y en paz, pero algunos tipos lo ponen fácil y es mejor enviarlos, directamente, allí donde pasta el rebaño. Pese al rechazo que Borja ha llegado a producirme, disfrutaba con la idea de devolverle alguna que otra lindeza, pues me revolvía la tripa aquella ocasión, una vez terminada la relación, en que descolgué el teléfono y reconocí su voz. Me quedé traspuesta al asimilar su mensaje: Te llamo para decirte que no eres para tanto. Te idealicé, me ilusioné y… no, no eres para tanto. Pero si algún día quieres tomar algo, charlar…

Creo que no percibe ningún tipo de ayuda económica o asistencia sanitaria por su… subdesarrollo, pero si os lo encontráis por ahí puede que, incluso, os resulte encantador.

Anoche, tuve la deliciosa oportunidad de transmitirle mi propia visión de lo acontecido entre nosotros. “Borja, este amor malherido no tiene cura ni es para tanto”. Mujeres del mundo, hombres de mi vida, las expectativas juegan malas pasadas, ya lo explicaba con total claridad el cuento de La Lechera y la realidad supera a la ficción y a nuestros propios deseos de manera incalculable. Pero si la providencia pone a vuestro alcance la ocasión de tocar el cielo y cerrarle la boca a un capullo, no lo dudéis, hacedlo y gozad el momento.

1 comentario:

  1. ay dios, eso dijo el tio al descolgarle el telefono?? que no eres para tanto...pero sera cahorrito de charca el...menudo patan te quitaste de encima...ay el borja mari...ya te dije en su dia...el caso...que me encanta tu blog y deberiamos promocionarlo hasta el infinito...

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