aviso al lector

Cada una de las historias y anécdotas que encontrará en este blog son producto de una mente perversa y sobre-dopada. Los lugares, como los nombres o las expresiones son ficticios y ningún parecido con la realidad debe ser tomado en cuenta.

Si, bajo su propia responsabilidad y criterio, decide creerlas, ... ¡eso que se lleva!

lunes, 14 de junio de 2010

Padre nuestro que estás tan ausente...

He leído hace un segundo que hoy es el día del año en que el sol sale más temprano. Si el madruga tanto, yo debería empezar también a hacer algo... que las nubes ya se fueron, que es lunes, de nuevo. Además, hoy es el cumpleaños de un viejo amigo. No lo celebraremos juntos, ni siquiera somos tales amigos, pero no hemos renunciado a saludarnos con cariño, que no nostalgia, y a felicitarnos en fechas señaladas. Hubo un día en que compartimos cama y para mí fue mucho más.


Mis amigas lo conocían por El Seminarista. Sobran más explicaciones. No es que él pretendiera hacer carrera eclesiástica, ni le interesara la teología. En lugar de eso, se presumía desde el primer día como un futuro abogado de éxito.

Hace muchos años, unos 5 o 6, no lo recuerdo bien, yo casi comenzaba una relación, de las duraderas con el que creí que sería el padre de mis hijos. Por él, peleaba con mi padre sobre lo conveniente de dormir fuera de casa, pasaba noches en vela pensando en él e intentando salvar las distancias y dormía abrazada al teléfono, como si, de alguna manera, pudiera tocarlo al acariciar la tecla de MENÚ. Sólo han sido 5 o 6 años, pero parecen quedar tan lejos. Hemos cambiado tanto.

Pocos meses después de conocernos, El Padre de mis Hijos, partió al norte para trabajar a diario y ganar el dinero suficiente para pagar sus estudios. ¡Efectivamente! Era un partidazo. Un hombre ejemplar. Tras una de esas épicas afrentas con mi padre, conseguí convencerle para viajar hasta aquella remota playa y pasar una semana de amor y ensoñación. Conservo algún recuerdo dulce de aquellos días, sin embargo, mi sensación in situ no fue la misma. Dormíamos juntos y amanecíamos haciendo el amor, él marchaba al trabajo y volvía para comer conmigo y hacer el amor y cuando, por la noche, nos reencontrábamos, cenábamos y hacíamos el amor. ¿Inmejorable? Ahora, sí, entonces, no. Para no aburrirme, el primero de los días, me acerqué a la playa, acompañada únicamente de una buena lectura. El cielo estaba encapotado, la brisa era fresca... y mi pálida piel se tostaba sin decoro ni recato ni consuelo para tanto dolor. El resto de la semana, dolorida y astiada, no podía más que engullir películas de Serie B y dudosa calidad, intentar jugar a la videoconsola y... navegar en Internet. Debió ser en un chat, de los de antes, en el que conocí a El Seminarista. Comenzamos a hablar y algún punto en común debimos encontrar, porque los parlamentos se alargaban durante horas y horas, y sólo me detenía ante la inminente llegada de Fran, alias El Padre de mis Hijos.

No se trataba de una infidelidad, no alcanzaba tal grado, no obstante, por momentos llegaba a confundir el motivo de mis vacaciones. Fran o... el inquietante mundo del chat de media tarde.

A mi vuelta a casa, porque ya tocaba y mi padre andaba al borde del colapso, conservaba conmigo cierta decepción, por lo que habían significado aquellos días junto a mi novio, y el teléfono de aquel chico de la red.

El cambio de aires o la vuelta a mi oxígeno habitual, calmó mis ánimos y la relación con Fran duró 4 años más. En consecuencia, perdí el contacto con “el otro”, porque así debía ser y nunca más volvimos a saber el uno del otro. Algunos años después, en el marco de una calurosa noche de verano frente al ordenador, un desconocido me saludó y de repente, le recordé.

De nuevo las horas sin fin hablando de no recuerdo qué, de nuevo ese contexto de decepción entre el hombre de mi vida y yo. El Seminarista siempre llegaba en el momento preciso, en el instante adecuado. Poco después, me armé de arrojo o desvergüenza y acepté su invitación a vernos las caras. No era como esperaba, como suele ocurrir, pero entiendo que el sentimiento fue mutuo. Eran latentes las diferencias entre los dos, el mundo que nos separaba, por algo mis amigas y yo le relacionamos con las juventudes eclesiásticas...

Realmente, no podría apostar por los polos opuestos que se atraen o por la ciencia de la química entre hombres y mujeres. Con el tiempo y la perspectiva como ayuda puedo asegurar que allí sólo existía el calor de las noches de esta ciudad y mi curiosidad por personajillos de mediana estatura y camisas de cuadros. Indescifrablemente, El Seminarista, despertaba en mi una atracción casi siniestra... era algo así como pervertir a un elegido del Señor, un hijo de la élite, un pobre chico que se peina con escuadra, cartabón y transportador de ángulos.

Pequé y pecó. Pecamos, pero no era el primero. Las infidelidades sucedidas durante aquellos años, en el seno de mi relación para toda la vida, ayudadas por la distancia, los horarios y el talante permisivo de mi esposo, se diversificaron hasta el infinito, sin tapujos, ni mala conciencia por mi parte. Lo reconozco. Hemos cambiado tanto.

Me sentía sola en aquel matrimonio de lejos, desatendida y encontraba consuelo en los brazos más variados y diversos. El Seminarista fue uno de ellos. Y llegó a ser importante. Haciendo cuentas, durante más de un año mantuvimos aquella “amistad” que en contadísimas ocasiones trascendía las paredes de mi habitación. Cuando se mezclan sentimientos tan contrarios puedo llegar a perder la noción de la realidad, era fácil jugar conmigo. Y si en un principio yo parecía dirigir aquel juego, con el tiempo y la continuidad de nuestras citas, su mente fría y calculadora se convirtió en la única que tomaba decisiones y esta rubia no alcanzaba más que a esperar, desesperar y seguir esperando que “el metro y medio de estrategia” aceptara no sé qué.

No había “nada” entre nosotros, pero me reprochaba cualquier salida de tono, cualquier nueva historia. Nunca confió en mí. Una excusa más para obviar la verdadera razón de tanta indecisión, yo no le importaba como debía. No era más que una chispa excitante en su perfecta y planificada existencia. No éramos combinables, complementarios ni válidos fuera de la cama, yo me negaba a verlo y a él le convenía negarlo.

Algunos hombres se valen con facilidad de la descalificación y el desprestigio para apoderarse de nuestra voluntad y capacidad de decisión. Si no soy buena para él, ¿para quién lo voy a ser? Llegué a perdonar y permitir muchos desplantes y algunas canalladas. Y de todas aprendí. Un día, no sabría marcar una fecha, me armé de valor o, simplemente, desperté. Ya sabéis, ese letargo en el que nos sumimos como huevos en salmuera. Existe una verdad, que sin ser absoluta, es muy válida para todas y todos, SIEMPRE HAY ALGO MEJOR.

Cometí innumerables errores con Fran, con El Seminarista y con mil más (sólo es un número aproximado, una manera de hablar). Errar es humano, no una excusa, y arrepentirse, como lo hice, un mal trago que merece una palmadita en la espalda. El tiempo nos pone en nuestro lugar y yo encontré un lugar para quien jugaba a ser Dios...

1 comentario:

  1. Umm...que bien escribes hija, me encanta leerte...aunque oirte me gusta mas!!! he pasado a leerte en un momento de dejar los libros...I loviuuu

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