aviso al lector

Cada una de las historias y anécdotas que encontrará en este blog son producto de una mente perversa y sobre-dopada. Los lugares, como los nombres o las expresiones son ficticios y ningún parecido con la realidad debe ser tomado en cuenta.

Si, bajo su propia responsabilidad y criterio, decide creerlas, ... ¡eso que se lleva!

martes, 15 de junio de 2010

Los roces y el cariño


Hoy no quiero hacer nada. No quiero ver a nadie.
Había hecho planes, un poco obligada, pero, por suerte, se han cancelado. No estoy deprimida, ni enfadada, ni más preocupada que de costumbre. A mi no me ha afectado la morroña primaveral que ya ha atacado a algunos de mis amigos. Ni siquiera hace más calor que ayer. Simplemente, quería pasar la tarde en casa, sin prisas, en silencio, sin nadie que me espere o me reclame. Soledad. Deliciosa soledad elegida.

Además de escribir, he visto algunos capítulos de la serie de mi vida, he bebido casi 1litro y medio de agua y he llamado, como cada día a mis padres y, especialmente a mi abuela, la que cada fin de semana me abofetea con el clásico “¡estás más gorda!”. Bueno, hoy es su cumpleaños y he dejado rencores a un lado, alguien debe poner la lógica y el raciocinio en esta familia.

Entre vagueo y vagueo, me ha dado tiempo a mirarme al espejo y he caído en la cuenta de algo. Hace semanas que no me maquillo.

No es que haya perdido el apetito por la estética, la razón no radica en una bajada de moral o autoestima, sino en todo lo contrario. Es que no me había percatado. No estoy tan mal, sencillamente. No malinterpretéis mi afirmación con la barata presunción, por favor. El mérito no es mío.

Está demostrado, de manera científica, que el sexo seguro favorece nuestra salud en múltiples aspectos. Yo soy de letras puras, pero creo en los laboratorios y los ratoncillos que los habitan a pies juntillas. Veamos algunos ejemplos:



Y si estos enlaces no os parecen serios o de fiar:


Cuando el río suena tanto y tan variado, algo de agua debe llevar y la realidad es que quien más y quien menos ha denotado en sus propias carnes ese bienestar repentino, ha vislumbrado ese brillo en los ojos y ha agradecido las mejillas levemente rosadas después de.

Admito que hoy por hoy paseo por el mundo, con los mofletes encendidos, aventando mi cabello al viento, orgullosa y satisfecha. Quién me lo iba decir. Como decía, el mérito no es mío. Juan Antonio, el chico exento de Factor X, entró en mi vida como una novedad curiosa, en el límite entre el experimento y la obra social… y aquí sigue. 

La otra tarde, tirados en mi cama, hablando de todo un poco, una idea centelleó en nuestros ojos, como un rayo: ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que tú y yo… llamémosle X? Horrorizada o quizás simplemente acojonada acepté que hace algo más de 2 meses que Juan Antonio y yo... Para ser exactos, 2 meses y 10 días.

Con sinceridad, no sé muy bien como definir esta nuestra relación. No somos novios. Que lo sepa el mundo y lo asimilen mis amigas, aquellas que me repiten a diario “¡ASUMELO!”. No nos queremos. Yo no le quiero. Él, no lo sé y no estoy segura de querer saberlo.

Me he acostumbrado a oírlo, a sentirlo, ha pasado a formar parte de mis días con total naturalidad. Me ha envenenado poco a poco, tal y como lo hacen los profesionales, tal y como nunca pensé que lo haría. Y así, se ha instalado y acomodado. Me ha ganado. Podría vivir sin él, me reitero, no estoy enamorada, sigo echando en falta ese dichoso Factor X y a aquel que lo lucía con tanta soltura. Pero Juan Antonio me hace sentir tan bien. Tan cómoda en mi pellejo. Tan segura, tan valiente. Me hace creer inteligente, atractiva, me repite mil veces mis virtudes y quita importancia como nadie a mis defectos.

Juan Antonio es un regalo del cielo.

Cada día identifico nuevas diferencias entre los dos y cada día camino más despreocupada a su lado. ¿Se avecina el fin de mis días como solterona viperina?

Lo único que me reprocho cada minuto es la facilidad con la que me he amoldado a la vida en pareja. Él es mi amigo, mi amante, mi apoyo, pero también mi chófer, mi padre, mi guardaespaldas, mi tarjeta de crédito. ¿Es este un caso aislado de auto alienación por amor? He conocido otras mujeres esposadas a parejas durante mucho o poco tiempo, pero desde luego con ínfimas razones de peso para mantener tales relaciones. Ellas mismas han declarado ser incapaces de romper ya que “es cómodo tener novio”. Ante lo cual, sólo puedo exclamar: ¡SOCORRO!

Echando la vista atrás, quizás aún pueda recordar mi vida de enamorada y, efectivamente, había mucha dependencia en ella. Es terrible, nos convertimos en Presleys al uso, Lomanas de andar por casa, déspotas del corazón… y ellos lo asumen sin complejo… ¿para siempre?

Mantengo el temor a que Juan Antonio, un día, me muestre los signos propios de su género y rompa en mil pedazos mi orgullo, mi corazón y mi tranquilidad. No es necesario enfermar de amor para sufrir, en cierta forma, por un desamor. A estas alturas, sus amigos y los míos, nos presionan por separado con las tesis propias, “Dos meses después, ya debéis andar por la formalidad”, “Pero, ¿qué sois? ¿Qué vais a hacer con vuestras vidas?”

Yo paso palabra con una sonrisa y cualquier gesto de desdén inofensivo, pero él me traslada esas conversaciones, me hace pensar y temo que en un arrebato de goce y viaje por el limbo, un avenate me haga responderle: "Pues formalicemos nuestra situación, cari, ¡es lo que toca!"

¡Antes, permanentada!

¿Qué es lo ideal, lo lógico, lo justo y lo más inteligente? ¿Acabar con esta historia porque a día de hoy, tras dos intensos meses de amistad, cariño y sexo diarios, sigo afirmando que no es mi tipo? O ¿disfrutar con sinceridad de lo que esta afinidad  pueda aportarme, hasta que los dos decidamos que es necesario dar otro paso u olvidarnos para siempre? Confieso que no soy objetiva. Mi opción es la segunda. No quiero dejarlo, porque quizás no estoy segura de que no llegue a evolucionar. Pero ¿es que debemos ser novios o nada? ¿No hay lugar para los amigos verdaderos y eróticos en nuestros días? 

Soy feliz, sigo siendo libre y me gusta respetarle, me gusta notar cada día que merece la pena, que no le haría daño por nada ni por nadie. Los problemas siguen ahí, las preocupaciones, los miedos, pero Él es un premio que casi no merezco y deseo cuidarlo mientras esté en mis manos, deseo empaparme de sus valores y su inocencia mientras me de la oportunidad, deseo que vuele alto y verle desde aquí volar.

 Audio: El regalo más grande. Tiziano Ferro y Amaia Montero


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