aviso al lector

Cada una de las historias y anécdotas que encontrará en este blog son producto de una mente perversa y sobre-dopada. Los lugares, como los nombres o las expresiones son ficticios y ningún parecido con la realidad debe ser tomado en cuenta.

Si, bajo su propia responsabilidad y criterio, decide creerlas, ... ¡eso que se lleva!

viernes, 21 de mayo de 2010

La Erótica del Poder 2. Proposiciones Indecentes.


Como cada mañana, nos hemos dado los buenos días. Sin palabras. Se muere de miedo de sólo pensar que alguien pudiera descifrar lo que nos traemos... ¿entre manos? No, exactamente. El Ángel de la Guarda y yo no somos los protagonistas de una aventura de amor y pasión desgarradores. Esto es muy raro y muy especial. Así me lo parece.

Aquella primera cita de restaurante caro y Spa fue seguida por más Spa y más restaurantes caros. A escondidas, en hoteles selectos, en un rincón del salón. Como si tramásemos un golpe de estado, como delincuentes comunes. Y simplemente, nos habíamos besado. El sexo explicito tardó algo más en llegar. Bueno, es que este capítulo no va sobre sexo completo, digamos. Esta entrega es algo así como un acercamiento a los límites de la razón humana. Un viaje exploratorio a los entresijos del deseo y el placer.

Ya lo avisé. Me sentía irremediablemente atraída por él. Nada más que palabras, miradas, poesía y mentiras, tal y como el mismo describía nuestras citas; eso era todo lo que comprendía y comprende este cuento.

Acudía nerviosa a su encuentro, alcanzaba un taxi en la calle trasera del edificio, escondida, disimulando entraba al hotel convencida de que cualquiera podía leer en mi frente que aquel no era un lugar usual para mí y que aquella no era una inmaculada amistad entre dos bichos raros. Hablábamos durante horas, reíamos otras tantas, nos mirábamos siempre a los ojos y sin decir nada podía sentir tanto. Se puede hacer el amor en un parpadeo.

Rozar su mano me devolvía la seguridad, la paz. Oír su voz, sus inventos, sus ideas anquilosadas me entretenían, nos divertía discutir y subrayar nuestros distintos orígenes, lo contrario de nuestros caracteres. Un facha común, capillita y rancio puede llegar a ser una compañía deliciosa, si se empeña.

Las mujeres de mí alrededor no terminan de entender aquella historia de símbolos, espiritualidad y mensajes cifrados. Pero tampoco espero que lo hagan. Sus poemas en referencia a los deseos reprimidos y las masturbaciones a mi salud llegaban a mi teléfono y mi correo electrónico con normalidad, como las canciones sobre la soledad y los amores fugaces. Pero en el directo, nada más que dulces besos en la intimidad de un ascensor, en la humedad de un baño turco o en el riesgo de un despacho.

Fueron tiempos de ensoñación, caminaba por la ciudad sintiéndome “a pretty woman común". Me dirigía al trabajo cada mañana con ilusión, a la expectativa de reconocer sus pasos, adivinar su cercanía, cruzar una mirada y volverlo a desear. Si la puerta de la oficina se cerraba o era cerrada, sentía que me faltaba el aire, sólo saber que estaba cerca me inyectaba oxigeno para soportar la jornada. También lo advertí, mi trabajo no es un jardín de rosas, pero él suponía un poco de luz en la cueva.

En una ocasión, fuimos más allá. Un congreso en Madrid parecía buena excusa para la ansiada escapada. Lo preparó todo, encontré los billetes de tren escondidos en mi ordenador, dinero para el taxi y un mensaje en mi teléfono prometiéndome que haríamos realidad cada palabra, cada poema, cada mentira. Sólo debía preocuparme por llegar a tiempo a la cita y disfrutar. Pero el contrato implicaba algo más. En la estación de trenes, le vi y, ansiosa, avancé hacia él, pero sus ojos, como otras veces, hablaron y entendí que “lo más oportuno” era ser discretos. Estaba claro: TU Y YO NO NOS CONOCEMOS.

La ilusión con la que había aguardado aquel día se enturbió con lo de siempre, la realidad. Había reproducido cien veces en mi cabeza el viaje en tren, juntos. Dos horas para hablar, rozarnos, sonreírnos y mirarnos de cerca. Sólo quería apoyarme en su brazo. Sólo quería que Richard Gere me transportara al boulevard de las ilusiones. Pero el Gere no gastaba esposa e hijos en la peli y yo no disponía de edad, alcurnia o valor social para romper su vida, sus esquemas y arrastrarlo hasta mi mundo. La realidad, una vez más, haciendo de las suyas.

Al subir al tren, descubrí que no viajaríamos en asientos contiguos, si no en distintos vagones, con las mejores comodidades y prestaciones, pero separados. Allí estábamos, mi libro (el cual pensé que no tendría opción de empezar), el Alcalde de la ciudad (¡menudo mal humor desprende!) y yo (a secas); rumbo a la capital. Sin duda, no sería un viaje de puro placer. Al desembarcar me dio la mano, según él, nadie nos conocería, sólo nosotros y la ciudad, sólo nuestros planes y deseos importaban.

Quise huir. Quise abofetearle, insultarle y joderle la vida. Pero... ¿qué podía esperar de un hombre casado? Sólo en aquellos momentos me sentí sucia, traicionera y traicionada. Sólo entonces vi la mentira y el uso que me estaba dando. Iréis conociendo mi capacidad de regeneración y puesta en marcha rápida. Estaba en Madrid, a gastos pagados, lo inteligente era retomar el mando de la situación y limitarme a gozar. Mantener la cabeza fría en estos casos es la única indicación sanitaria que conozco, y, en resumen, no estuvo nada mal... hasta que subimos al tren de vuelta, fríos, distantes o discretos, según quién lo defina y, por supuesto, por separado.

En la medida en que nos acercábamos a nuestro destino, la resolución del cuento lo hacía de igual forma. Se había acabado. Porque yo no estaba en disposición de exigir nada, porque yo sabía qué tipo de relación podíamos tener y cuál no; pero yo no merezco que me escondan, me disfracen o me desplacen al vagón de al lado. No hizo falta negociar o explicar nada. De nuevo en la oficina, nuestros miradas comunicaron y a buen entendedor...

Por desgracia, no hay demasiadas oportunidades como ésta, porque no hay demasiados hombres idóneos para el sexo del alma. El rencor del principio, pasados muchos meses, fue desapareciendo para dejar paso a esa tímida añoranza. He vuelto a suplicarle atención de un vistazo, y agradezco que no ignorara mi llamada. No hay un futuro para esto, pero es, además de la confianza y el cariño, un pilar esencial. ¿Una relación normal con un pajillero liante de esta calaña? ¡Ni loca! La caducidad da un punto de morbo a los yogures y los ángeles de la guarda.


Audio: Déjame olvidarte. Sergio Dalma.

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