aviso al lector

Cada una de las historias y anécdotas que encontrará en este blog son producto de una mente perversa y sobre-dopada. Los lugares, como los nombres o las expresiones son ficticios y ningún parecido con la realidad debe ser tomado en cuenta.

Si, bajo su propia responsabilidad y criterio, decide creerlas, ... ¡eso que se lleva!

lunes, 10 de mayo de 2010

La erótica del poder. El factor X. (Segunda parte)



Y por fin es viernes.

El aire vuelve a entrar en mis pulmones en mi último día laboral de la semana. La situación económica y social de este país no deja demasiado lugar al disfrute, el despilfarro, la positividad o, siquiera, la esperanza. Pero los viernes, no tengo más remedio que sentirme afortunada.

El mío es un trabajo fácil, reconfortante, con un punto creativo... trabajo en una Fundación. Tiene sus días buenos y sus días malos, como cabía esperar. No son demasiadas horas y no es demasiado dinero... pero me permite subsistir y, en los tiempos que corren, no es moco de pavo. El problema de este lugar no son ni las instalaciones, ni las comunicaciones, ni las circunstancias, ni el futuro incierto de la crisis. El problema de mi trabajo tiene nombre propio, está por encima de mí en la escalera jerárquica y quiere cogerme el culo. Si a esto le sumamos su edad, carácter, afición por la mentira y despreciable comportamiento... ¡POR FIN ES VIERNES!

Las mañanas no son fáciles, pero nadie dijo que esto lo fuera. Por suerte, tengo un ángel de la guarda.

Curioso el concepto y mucho más amena la historia real. La primera vez que vi a mi Salvador, puedo asegurar y aseguro, que supe que algo terminaría pasando entre nosotros. Paseaba por los pasillos del edificio entre el despiste y la concentración, la cabeza gacha y ese permanente efecto rumiador de vaca que los viejos cascarrabias gastan. Él siempre parece estar maquinando un golpe de estado, siempre está dando vueltas a las noticias de la mañana, la paz mundial o aquel acuerdo que ansía y no parará hasta conseguir. Es abogado, acepto que es lo propio de su profesión.

Pequeñito, lejos de ser atleta o, simplemente, guapo, mi caballero andante camina encorvado, redoblado sobre su delgadita figura, medio calvo, medio siniestro... y sabía que iba a pasar algo. Apenas tiene 33 años, pero a ojo de buen cubero, podría jurar que anda en sus 40. Es un hombre envejecido, madurado por fuera y a la fuerza, por las ataduras, por la educación familiar, por lo establecido y por grandes dosis de opresiva religión y discutible moral. Por supuesto, casado.

Lo imagino algo así como el mismísimo Sr. Montgomery Burns en sus años mozos. Mi Ángel de la Guarda es peculiar y no pude evitar que pasara.

Una mañana, en uno de estos pasillos, yo hablaba por teléfono y él pasó a mi lado. Como buen calculador y estratega, aguardo el tiempo justo para repetir la jugada y... se detuvo frente a mí. El aire de monsier importante y distinguido que, como obra benéfica de la semana, le dirige la palabra a la becaria pueblerina y asustada, no le funcionó ni un solo segundo. Él es así, tiene cierto matiz evidente.

-“¿Cómo te llamas?, ¿Trabajas aquí, en la Fundación?”

Muy tranquila, le conteste, le sonreí y releí varias veces el deseo en sus ojos. Estaba... deseando.

El verano trajo muchas mañanas de tedio y poco trabajo, como poca gente deambulando por las oficinas... pero Él siempre estaba. Aprendí el sonido sus pisadas, lo intuía tras el cristal del ascensor. La enjuta sombra de joven Burns. Los saludos de cortesía dejaron lugar a las pequeñas conversaciones sobre el tiempo, sobre el trabajo, sobre la vida, sobre la juventud y los sueños por cumplir. Me divertían aquellos encuentros tan falsamente inocentes, me sentía protegida al oír sus pisadas junto a la puerta. La complicidad, siendo tan rematadamente distintos, me alegraba las largas mañanas estivales.

En cierta ocasión, a nuestro pícaro intercambio de impresiones, añadió un “¿Comemos mañana?” Pasmada, sorprendida, halagada y un poquito comprometida, no pude más que aceptar.

Al día siguiente, allí estaba yo, informal, en mi estilo, como cualquier otro día de la semana y, sin embargo, había puesto doble capa de rímel en mis pestañas. No descifraba del todo los motivos de aquella... cita, quise pensar que no eran otros que los profesionales, una grata y fraternal reunión de amigos procedentes de dos polos opuestos del globo. Tras el almuerzo, el café y, después, la invitación más inquietante de toda mi vida. Mis amigas lo ven claro, yo, realmente, no pude más que aceptar. “¿Hace un spa?”

Su pequeño cuerpo en ropa de baño no era ninguna tentación inhumana, estaba más ocupada intentando no pensar en la impresión que mis curvas podían causar dentro de aquel bañador deportivo de una sola pieza que muy amablemente me habían cedido. Por suerte. Había pasado por la depilación unos días antes.

Nunca sabemos dónde está la suerte, dónde la desdicha o la oportunidad, mucho menos imaginar, cuándo tendrá una que meterse en una bañera de agua caliente con un pez gordo de la medicina de esta ciudad.

Temblaba como un animal asustado cuando me paré frente a él. Ni el olor a menta que recorría cada instancia, ni la penumbra, ni la temperatura caribeña que nos envolvía, apartaba de mi cabeza la idea de que estaba sola y embutida en un bañador horroroso con un hombre deseante, en un ambiente totalmente... propicio. En mi posición de chica impresionable y agradecida, no conseguía más que repetir una y otra vez “¡Qué fuerte! ¡Qué fuerte! ¡Qué bonito todo! ¡Qué fuerte!”

Suena patético, lo confieso. Pero, ¿qué otra cosa podía decir? Fingir que estaba acostumbrada a aquellos lujos y placeres habría sido totalmente deshonesto. Impropio de mí. La resolución de la tarde, según muchos y muchas, era previsible. Peco de ignorante, jamás pensé que se atrevería a besarme, como lo hizo, abrazarme, como lo hizo, y decirme, cuantas barbaridades me dijo. He llegado a desear peligrosamente a ese montón de fachada y leyes. Me fascinaba su inteligencia, el mejor de los afrodisiacos que he probado.

Los encuentros de ensueño entre mi Protector y yo se sucedieron y se multiplicaron. De extraña naturaleza y problemática, nuestras citas a escondidas, desde el disimulo y arrebatadoras de pasión merecen más protagonismo, otro día, más despacio.


Audio: No me digas que no. Sergio Dalma

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