aviso al lector

Cada una de las historias y anécdotas que encontrará en este blog son producto de una mente perversa y sobre-dopada. Los lugares, como los nombres o las expresiones son ficticios y ningún parecido con la realidad debe ser tomado en cuenta.

Si, bajo su propia responsabilidad y criterio, decide creerlas, ... ¡eso que se lleva!

viernes, 23 de abril de 2010

Tanto y tan poco

Diluvia. Me estaba acostumbrando al buen tiempo, al calor en las tardes, a las mañanas más frescas, a olvidar la chaqueta y ansiar unas sandalias.

La primavera, como el otoño, en esta ciudad es fabulosa. Si algo me gusta de la salida del trabajo, además de lo que salir de aquella oficina implica, es el olor que impregna la acera de camino a la parada del autobús. Creo que son nardos. Unas fantásticas casonas pueblan la calle, en la parte delantera, presumen, porque pueden, de sus pequeños jardines. Sueño con descubrir sus interiores. Mientras tanto, me conformo con esos perfumes.

Si los días y las preocupaciones no resultaran tan agotadores, caminaría hasta casa... Si no extrañara tanto mi cama, unos instantes de silencio y soledad, recorrería tranquila media ciudad. Pero no tengo fuerzas y no puedo malgastarlas, más me vale reservarlas. No son buenos tiempos para los corazones débiles.

Las noches son mínimas, no alcanzo a saborearlas. Las paso entre desvelos y pesadillas. Vuelan las horas y, sin embargo, juraría que no las he dormido.

Agitados corazón y cabeza, busco soluciones y fórmulas, respuestas y explicaciones a la situación de mis padres, por qué siguen juntos, cómo saldremos de esta ruina. Me preocupan mis amigos, cómo agradarlos, cómo compensarlos. Ella, su tristeza, la gran pérdida. El trabajo, la incertidumbre, el escalofrío y el miedo a qué ocurrirá mañana si no encuentro una alternativa.
Sobrevivir y soportar, romper con todo y afrontar un futuro más incierto, más oscuro, sin aire...

Y mientras, le necesito tanto... Ha pasado un mes y medio. Parece una eternidad sin sus ojos, sin sus manos, ni sus besos. Y sólo ha sido un mes y medio.

Lo largué de mi vida y la realidad es que no intentó volver a ella.
Quedó claro quién es el hombre maduro y experimentado, quién la quinceañera soñando crecer a su lado. No llegó a convencerme su miedo a... su miedo a sentir, a cerrar los ojos para que cada roce fuera más intenso. Miedo a querer con la certeza de ser querido. ¿Cómo es posible?

¿Acaso no tuvo esa certeza?

Divertida, le narraba con detalles cada una de mis aventuras de cama. Él escuchaba y parecía distante a todo aquello: “¡Claro que sí! Tienes la edad de disfrutar, ¡hazlo!” ¿Realmente no le importaba con quién fuera? ¿Con quién durmiera? ¿Nunca le dolió oírme hablar de otros placeres, otras palabras, tantas promesas?
Decía pensar en mí en sus viajes, extrañar, desear y reservarse para nosotros. Decía disfrutar de mi compañía, sentirse cómodo, como en casa, entre mis piernas... pero no ha vuelto. No ha movido un solo dedo por volverme a ver, por saber de mí, por lograr un acercamiento.

A veces caigo en la cuenta del dolor del primer amor, aquella mujer que de un portazo, rompió su corazón y le dio las claves para convertirlo al frío.
Puede ser tan metódico. Todos conocen esa faceta suya, distante, solitario, huraño y malhumorado. Pero dudo que alguno de sus amigos, alguna de sus muchas conquistas, lo hayan visto emocionarse escuchando una canción. Lo hayan visto disfrutar con programas infantiles una tarde de domingo. Ninguno lo ha oído reír como yo. No puede haber mirado a sus “amigas” como me ha mirado tantas veces a mí.

Le necesito tanto y me siento tan engañada. Tan traicionada. Tan idiota.

Seguramente, envenena a cada mujer de la misma forma. Como una principiante, he caído en su trampa. Pese la defensa que ideé. Pese al escepticismo del principio. Pese al cálculo de cada gesto, cada palabra y cada confesión. Apuesto a que se aburrió y ya no hay motivos para seguirnos amando. Debe estar hecho de cartulina... y le extraño tanto.

Quizás, los seres humanos, deberíamos adoptar funciones propias de relojes, calculadoras o televisores. No me vendría nada mal un “reseteo”, también sería muy recomendable para algunas de mis mejores amigas y otro tanto para mis mejores conocidas.

Nos quedamos sin margen de acción con cada “gran amor” de pegatina. Se van grandes canciones, grandes recuerdos en lugares por los que paseamos, sábanas en las que nos perdimos. Si una aceptable aventura o relación (hoy día, incluso la etiqueta usada puede ser señal de falta de respeto, intenciones castradores y correspondiente ruptura) conlleva una dolorosa renunciación, traumática resaca y amarga reinserción a base de no volver a escuchar baladas, renunciar al sushi, detestar Italia, incluso, huir de cualquier asunto relacionado con la salud bucodental y sus profesionales.

Llegará el momento en que no habrá platillo que probar, parque por el que caminar o melodía que tatarear... ¡Incluso mi ropa me recuerda a él!

Cambiar de aires. Opción recurrente, dicen que saludable y a todas luces, beneficiosa. Pero no puedo dejar atrás a todos los que me necesitan porque me han vuelto a romper el corazón.
No puedo empezar de cero sin saber dónde voy, ni tener un motivo de peso... ¿Cómo sobrevivir sin el aroma del jardín vecino, sin las mañanas frescas y el sol abrasador de las tardes de esta bendita ciudad...?

¡¿A quién voy a engañar?! Sólo ha pasado un mes y medio. No es suficiente para olvidar tanto... y tan poco. El tiempo lo cura todo, sí, según qué hagas con ese tiempo.

¿Y si lo volviera a ver?... Valdría la pena. Hay cierto placer en el dolor del olvido. El shock, la negación, la frustración de los primeros días, deja lugar a la curiosa satisfacción de reconocerse en letras, en personajes de ficción, en historias de otros. “Cambiar de aires” supone comprometerse, en cierta medida, a salir adelante, a recibir las enseñanzas positivas... de manera que ya no hay lugar para proclamarse la abandonada, la sufridora o, lo que es mucho mejor y, no obstante, menos creíble: aquella que está mucho mejor sin ti, porque no le duele tu infidelidad y mis amigas y yo saldremos hoy para quemar la noche.
En mi caso, ni mejor, ni peor, ha acudido a mí una canción reveladora, acompañada de una voz eterna y una personalidad que me viene como anillo al dedo. En mi caso, y es una elección personal, prefiero no borrar y empezar de cero, de momento. “El último gran amor” aun me duele, junto con otras cosas. No me arrepiento de haberlo creído. No reniego de cuanto le extraño. El tiempo y su perfume dirán si nos hemos de curar.


Audio: Rien de rien. Edith Piaf.

1 comentario:

  1. vaya...cari no son palabras de alegría precisamente... simplemente una frase que un día me dijeron...

    Disfrutamos del calor porque hemos sentido el frío. Valoramos la luz, porque conocemos la oscuridad. Y comprendemos la felicidad porque hemos conocido la tristeza.

    Asi que sal, huele tu ciudad, pasea, llama a amigos, sal con ellos, riete con ellos (que se te da superbien) y no odies a Italia que no tiene culpa...

    Si quieres... ya sabes mi teléfono TQ

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