aviso al lector

Cada una de las historias y anécdotas que encontrará en este blog son producto de una mente perversa y sobre-dopada. Los lugares, como los nombres o las expresiones son ficticios y ningún parecido con la realidad debe ser tomado en cuenta.

Si, bajo su propia responsabilidad y criterio, decide creerlas, ... ¡eso que se lleva!

lunes, 26 de abril de 2010

marta



He conocido a mucha gente y he oído muchas historias. Me gusta escucharlas. Me gusta ser espectadora de esos momentos de viaje al pasado. Algunos de sus protagonistas son maravillosos narradores. En otras ocasiones, nadie me ha contado nada, yo he tenido la fortuna de ser testigo de las anécdotas.. los hilos que las unen y dan forma a cada biografía, a veces los invento, otras veces los reconstruyo a partir de sensaciones.

Una de esas historias que conocí es la que la misma Marta me relató.
Hace algún tiempo, si me hubieran dicho que pasaría tantas horas escuchando y admirando a esta chica, definitivamente, habría soltado una risotada y, acto seguido, habría gritado con horror: ¡¿Qué broma es ésta?! ¡No hay más que adornos en esa niña!

Efectivamente. Mucho de lo que compone a Marta es decorado. No recuerdo haber conocido, en mi vida, a una persona tan coqueta. Es una filosofía de vida, he llegado a esa conclusión. Sobrevive tan preocupada por su imagen, tan concentrada en cuidar de ella, tan obsesionada con su apariencia desde el primer pelo a la última uña del pie... Nunca encontré a una persona que dedicara tantos recursos a llenar y rellenar su armario… al menos, nunca con tanto gusto.

Pero la verdad es mucho más que lo que se puede ver. Tiene una cara dolorosamente preciosa, eso salta a la vista. Y tiene un maravilloso pelo y un estilo cautivador… Cuando amenazaba con ser una eterna muñeca de exposición, abre la boca e inunda cualquier escena con su ingenio. Resulta ser muy divertida, muy espontánea, tan pícara, tan aguda, que es casi cruel. Me arranca sin remedio las más sinceras carcajadas. Si nadie la mira, Marta baila y baila. Y si está cómoda, habla y habla.

Cuando Marta habla, quien escucha no tiene nada que decir, porque Marta, la gran mayoría de las veces, habla de lo que mejor conoce, de lo que más sabe, de amor. Perdón, de AMOR, porque el suyo fue un amor con letras mayúsculas. Un amor de los que duelen, de los que hacen más daño que favor, de los que martirizan el corazón y el alma, de aquellos que te apartan del mundo, de tus sueños y tu vida anterior. Un amor enfermizo, un amor ignorante, indefenso, un amor o un castigo, pero un amor como un tatuaje, para toda la vida.

Es joven, es demasiado joven y ya tiene su futuro escrito. Sólo anhela encontrar quien le haga olvidar los tres mejores años de su vida. Los que asegura desearía no haber vivido nunca y, diga lo que diga, está condenada a enmendar en su cabeza.

Conozco a Marta desde que era muy pequeña, ha cambiado tanto. No estoy segura, pero creo que nunca tuve una opinión de ella… era una niña normal, quizá tímida, quizá insegura, un poco arisca… Lo que no olvidaré de ningún modo es su imagen sobre un escenario cantando “Eres la reina del pop, una diva sin nombre, un montón de ilusión…” Supongo que ya apuntaba maneras.

Después de años, volví a encontrarla por azar, y ya no quedaba nada de aquella chiquilla. Por entonces, ya podía presumir de belleza y, de hecho, lo hacía. Tenía y tiene un rictus serio y despiadado, una de las miradas más soberbias que he sufrido. La fachada de Marta es su mejor escudo, su mejor arma. El mejor guardián para el tesoro que guarda dentro.

Y, por entonces, ya andaba engatusada en aquella relación complicada. Complicada, por darle nombre. No me gustaba lo que veía, pero no era yo quien debiera opinar o darle consejo. En aquel momento, no sólo no éramos amigas, si no que, además, su concepción de mi no me daba opción a escapatoria. Me repudiaba. Estoy segura.

Cuando se conocieron, él tenía pareja y Marta fue la otra, el tiempo que una situación como aquella y un carácter como el suyo pudieron resistir. Ya lo he dicho, pero no puedo evitar reiterarme, era tan joven… y tenía tanto coraje. Se armó de fuerza y valor y dio la cara ante quien fue necesario. Defendió su historia en la clandestinidad como pocos defienden lo más sagrado. La admiro, es la verdad. Creía en aquella locura hasta límites insospechados, y se jugó el cuello por él. Lástima que él no supiera jugar.

La relación de Marta y Andrés tuvo grandes dosis de violencia. Creo que todo entre ellos era así, muy violento. Porque no era pasión, si no furia animal. Discutían como fieras, se reprochaban como tales y como los mismos animales se cuidaban y protegían. Pasaban horas hablando de lo que sería la vida juntos, cuando crecieran, cuando dejaran de hacerse daño para ser viejitos y disfrutar de ver la vida pasar.

Pero no llegó el día en que maduraran, ni el día en que abandonaran el pasado. Marta nunca confío en él, nunca creyó en su fidelidad y él nunca dejó de mentir, aún nos preguntamos qué hubo en él de verdad. El amor, como un juguete, se rompió. Y si no lo hizo, decidieron mirar a otro sitio y olvidarse para siempre, por muy imposible que eso fuera.

El tiempo todo lo cura, otros clavos se enfrentaron a los clavos bien aferrados a la piel. Se bañaron en el jugo de otras moras, pero nada ni nadie ha sacado a Andrés del corazón de acero de Marta. Me aventuraría a decir que, por lo que puedo leer en sus ojos, tampoco ella ha desaparecido del suyo. Pero ahora todo es distinto, otros amores, tanto daño hecho, tanto tiempo, tantas promesas y tanto olvido… parece que volver a atrás es imposible, no hay cura para mi Julieta.

He observado esta historia desde muchos prismas, he sido práctica, he sido demagoga y he intentado convencer a esa niña de lo acertado de la decisión, de lo inapropiado de la relación. He malgastado saliva inyectándole seguridad, positividad y sobredosis de esperanza. Pero la he oído hablar y hablar y hablar; la he visto llorar y llorar y llorar; me he reflejado en ella, he intentado no escuchar y he sucumbido al dolor y a la impotencia.

Tengo que admitir que la última vez que me atreví a aconsejarle le susurré: Ve, Marta. Ve y búscalo. Recupéralo, como lo hiciste aquella vez. Lucha por lo que quieres así, porque no puede haber razón más fuerte que la velocidad a la que te sacude el corazón al tenerlo enfrente. No puede haber rencor que acabe con la urgencia de tocarlo, con las ansias por abrazarlo, con la obligación de perdonarlo, huir y volver a empezar.

Una noche, por casualidad, Marta y yo comenzamos a hablar. Hablamos de mi prima, de su desdicha, de lo mucho que merecía y no había tenido y de todo lo bueno que estaba por llegar. No sé en qué momento dejamos de hablar de ella para hablar de nosotras. Y entre confidencia y empatía, me confesó aquella concepción que tuvo de mí y lo distinta que le parecía viéndome desde tan cerca. Marta siempre me provoca una sonrisa.

Desde aquella noche, nuestros encuentros se multiplicaron, nuestras charlas eran cada vez más largas y ahondaban más en lo que ya sabíamos. Quiero creer que nuestro apoyo le ayudó a tomar la decisión de abandonar alguna historia sin sentido. Me gusta sentir que empieza a convivir consigo misma, sin un hombre al lado que la distraiga, gracias a nuestra intromisión en su aderezada vida.

Marta ha venido a nuestras vidas arrastrada por la soledad. No puede estarse quieta, porque, sin remedio, agarra el teléfono e intenta acercarse a lo prohibido. Porque Andrés está terminantemente prohibido. Marta ha venido para alegrarnos las tardes, no porque sean tristes, si no porque ella les imprime una locura y una velocidad que Julia y yo ya habíamos perdido.

Pensando con frialdad, no estoy segura de que Marta se quede para siempre con nosotras. En el momento en que llegue a su vida un nuevo gran amor que la eleve a los cielos, nos olvidará, es así. No habrá más reclamos a deshoras, ni más 34 llamadas diarias a cobro revertido, ni más horas de café e inventos extraordinarios. Aunque el viaje al paraíso le cueste la salud a otro o la nube en la que viaje sea la del sentimiento que quiere ser más de lo que es. Aquella nube que va rápido para que no caigamos en la cuenta de que es un error seguir en aquella dirección. La misma nube que no la aparta de los recuerdos, que llena su tiempo, pero no su corazón.

1 comentario:

  1. Sencillamente Marta parece buena chica...
    Gracias por tu forma de contar las cosas, me encantan.
    Las relaciones son extrañas, complicadas... pero muy reconfortantes, lo dificil de todo esto es que debemos aprender a llevar una relación, a entendernos mutuamente y sobre todo... a mirar un poco menos en ti para mirar un poco más en el otro. Y para nada me refiero a que no haya que tenerse autoestima, ni mucho menos, simplemente añado que el egoísmo no tiene lugar en ninguna relación... de amor, de amistad...

    ResponderEliminar