Hecho de menos algunas cosas en días como los de hoy en que sólo puedo sentirme burra y esclava, esclava y tonta, tonta y desgraciada, desgraciada y lejos de la salida.
Mi jefe es especial. Especialmente difícil, injusto y ... mayor. Supongamos que todo es cuestión de edad.
Cuando mi jefe me grita por los fallos que él comete, yo quiero saltar por la ventana y correr hasta donde no me alcance.
Cuando mi jefe se dirige a mi como a una subnormal (el término es correcto, que no despectivo), yo quiero gritarle cuán torpe es él, cuántos fallos comete y yo soluciono, cuánto daño hace a todos los que se acercan hasta aquí, cuántas mentiras reproduce, cuántos engaños multiplica, cuánto le odio y cuánto deseo alejarme de esta oficina.
Cuando mi jefe aparece, tiemblo, insegura y extraña a mí misma. Cuando mi jefe entra al despacho y cierra la puerta, no puedo respirar, siento que voy a vomitar, necesito gritar.
Qué difícil es ser mujer y ser joven, ser mujer y ser pobre, ser mujer y ser extranjera, ser mujer y comer cada día, cuidar una familia, pagar facturas y emprender sueños. Qué difícil es ser esclava y tener este dueño.
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